Capítulo 3.

966 44 0
                                    

Daniel. Su silueta enmarcada en el quicio de la puerta. Lo que más me sorprendió de él fue que no parecía asustado. No se inmutó al ver a Alice tirada en el suelo, inmóvil. No se sorprendió al ver al chico del hospital agarrándome, aunque fuese incapaz de moverme. Simplemente entró, y se puso en frente mía.

—Ezra — el chico del hospital se giró. ¿Ezra? ¿Era ese su nombre?

Ezra miró a Daniel. Al principio podía verse algo parecido a la sorpresa en su cara. Luego la sorpresa cambió a horror. Y por último el horror se transformó en algo parecido a una sonrisa. Una sonrisa que hace que la sangre se te hiele en las venas y los pelos se te pongan de punta. Era la sonrisa más llena de odio y maldad que jamás he visto.

—Vaya, parece que el tema se pone interesante... Verdad, ¿Gabriel? ¿O debería decir Daniel? — fue diciendo Ezra a medida que iba subiendo el tono.

Alice y yo miramos a Daniel sin comprender. Primero: mi madre en el hospital. Segundo: un chico, o mejor dicho, Ezra; me acorrala en el baño pidiendome algo (¿pero qué?) y luego me lo encuentro en mi piso. Tercero: mi mejor amigo, Daniel parece conocer a Ezra, e incluso por lo que veo no se llama Daniel, sino... ¿Gabriel?

Las miradas de Daniel-Gabriel y Ezra se cruzaron. Ezra ya no sonreía. 

—Ezra, vete. Ya. No quiero pelear — dijo Daniel.

—Gabriel, no tengo tiempo para juegos. Sabes que ella lo tiene. No pienso marcharme de aquí sin llevármelo. Facilítame el trabajo y así nadie saldrá perdiendo.

La expresión de Daniel cambió. Vi un atisbo de pena y compasión en su cara. Creí que iba dirigida a Alice y a mí, pero no, él miraba fijamente al chico del hospital. Ezra apartó la cara de Daniel para mirarme a mí. Un escalofrío me recorrió la columna. 

—Quizás tú no quieras pelear, pero yo sí. Después de todo, nunca viene mal echar un baile... ¿no? — sonrió.

Los dos chicos se colocaron uno en frente del otro. En ese momento, después de todo lo que había pasado aquel día, esperaba que se sacaran espadas láser que se iluminan y hacen ruidos al agitarlas. Pero no, nada de eso ocurrió. Daniel dio un paso al frente y su adversario le imitó. Parecía que en cualquier momento se abalanzarían el uno contra el otro, pero entonces, de repente; se abrió la ventana del salón de un golpe. El viento entró de sopetón, haciendo que todo lo que había en la habitación saliera por los aires y cayera al suelo. Daniel cerró los ojos, parecía concentrado. Todos los objetos que habían salido disparados por el viento quedaron flotando en el aire, y un instante después se abalanzaron sobre Ezra. Éste parecía haber adivinado lo que iba a ocurrir, ya que se agachó en el momento en el que los objetos iban a impactar sobre él. 

—Es mi turno — anunció.

Miré asustada la lucha que se desarrolaba en el salón de mi casa. Ezra se puso en posición. Un segundo después estaba encima de Daniel, agarrándole del cuello. Parecía que se estaba ahogando. Entonces les grite algo que no llegó a salir de mi boca. Al principio vi como Daniel intentaba liberarse de él, pero poco a poco le empezó a cambiar el color de la cara y sus brazos empezaron a fallar. Intente levantarme. No, espera. Podía levantarme. Miré hacia Alice, ella seguía inmóvil en el suelo. Entonces no pensé, simplemente reaccioné. Salté encima de Ezra. En un momento de descuido, sorprendido, soltó a Daniel. Pero ahora me tenía a mí. Esta vez no me agarró de las muñecas, esta vez intentaba estrangularme como a mi amigo. Pero Daniel fue rápido y con un movimiento de muñeca lanzó la mesa sobre mi agresor. Noté como se rompían las puertas de cristal de los armarios. Por suerte a mí solo llegó a rozarme y pude incorporarme a tiempo.

Ezra se levantó. Estaba herido, tenía magulladuras por todo el cuerpo y una herida muy fea que le cruzaba la cara. Creía que la lucha seguiría, pero no.

—No está mal, Gabriel — dijo con sorna — pero que nada mal. 

Entonces cruzó la habitación corriendo y saltó por la ventana. Grité, alarmada. Daba gusto poder tener el control de mi cuerpo de nuevo. Me asomé corriendo al alféizar, pero nada. Ezra se había ido. Saltando por la ventana de mi salón. Mi salón estaba destrozado. La cabeza me daba vueltas. Me deje caer sobre el sofá y noté como la mirada de Daniel caía sobre mí.

—Tú... tú... — conseguí articular — tú tienes que explicarme muchas cosas.

Daniel-Gabriel sonrió tristemente.

—Sí, por desgracia sí.

Y entonces caí dormida. 

Sombras.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora