Capítulo 8.

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—¿Mi corazón? ¿Pero qué tonterías dices? ¿Para qué quiere un corazón alguien que ya está muerto?

—No es tan simple, Kate — suspiró Daniel.

—Sí, sí es tan simple. Estoy cansada de Ezra, cansada del estúpido mundo de las sombras o lo que sean, cansada de no enterarme de nada, ¡estoy harta! — grité enterrando la cara en lo que quedaba de mi almohada.

Alice se sentó en la cama y comenzó a acariciarme el pelo. Me recordaba a cuando éramos pequeñas y hacíamos fiestas de pijamas para hacernos trenzas y maquillarnos como "niñas mayores". Puf. ¿Por qué no podía volver a esa época?

—Kate, todos estamos hartos. Pero no podemos dejar esto así. Entonces él habrá ganado — noté que mi amiga tenía razón. No podía dejar que todo pasase como si nada. Tenía que comprender, estudiar las posibilidades y luego actuar.

—Vale, no te niego que tengas razón, — admití a regañadientes —. Daniel, explícame, por favor, qué es eso de "mi corazón". ¿Acaso Ezra se ha enamorado de mí? — me permití añadir sarcásticamente.

Daniel se acercó.

—Ojalá fuese eso... — le fulminé con la mirada —. Pero no, no es eso. Las sombras, al no haber muerto definitivamente, pueden volver a la vida. Pero para ello necesitan que otra persona le conceda su tiempo de vida, aunque no necesariamente entero.

Lo que dijo me impactó más que todo aquello de las sombras. ¿Quería Ezra quedarse con mi vida entera, o simplemente algún día se presentaría en casa pidiéndome veinte años de vida como quien va a pedir sal al vecino? Y lo más importante, ¿por qué a mí? ¿No le bastaba con la vida de cualquier otra persona?

—Pero no es tan simple — continuó Daniel — tiene que ser la vida de una persona que haya nacido el mismo día, del mismo mes y a la misma hora que murió la sombra. 

—¿Insinúas que yo nacía cuando Ezra... ya sabes, murió? — pregunté tartamudeando. 

Él asintió.

—Sí eso es lo que quiere, sí. Pero no estoy seguro, quizás no...

Le ignoré. ¿Qué si no iba a ser? No soy rica, ni guapa, ni tampoco tengo muchas cosas. Pero vida sí, todavía me quedaban bastantes años (supongo). 

—Pero... ¿qué es eso de que no tiene por qué darle su vida entera? — preguntó Alice.

—No, no tiene por qué dársela. Imagina que vas a vivir hasta los ochenta años y ahora mismo tienes veinte. Te quedan sesenta años de vida. Podrías concederle a una sombra la mitad de ese tiempo, por lo que te quedarían treinta años, y morirías a los cincuenta — explicó —. Lo que no sé es como se concede el tiempo. Para quedarte con la vida de una persona tienes que... Eh... No sé como decirlo... — tosió un poco —. Tienes que... comerte su corazón — sentenció.

¿Cómo? ¿El loco del hospital quería comerse mi corazón? ¿Pero qué narices era todo aquello? 

—Pero eso significaría que yo... ¿Moriría? 

—Sí y no. No morirías, te convertirías en una sombra, ya que tu vida realmente no ha acabado, sino que ha sido arrebatada.

Entonces ninguno de los tres supimos qué decir. Sabíamos qué quería Ezra. Sabía que no quería morir. Sabía que mis amigos harían lo que hiciese falta por protegerme. Sabía que no sabía qué tenía que hacer ahora. ¿Rendirme, morir para todas aquellas personas que me han conocido? ¿Luchar contra Ezra para morir igualmente? ¿Darle parte de mi tiempo de vida para así acortar la mía y morir joven? ¿Qué? ¿QUÉ?

"Bip-bip". Era el móvil. Otro mensaje. "Eh, ¿ya te has decidido? ¿O vas a seguir haciendote la estúpida niñata de instituto que realmente eres? No tengo prisa, como sabes, tengo todo el tiempo del mundo...". Mis amigos miraron la pantalla. Genial. Daniel se puso en pie, con energías renovadas.

—¿Adónde vas? — preguntó Alice.

—Vamos — corrigió —. Vamos a darle a nuestro "amigo" de su propia medicina — y con un brillo peligroso en los ojos, nos cogió de los brazos y nos arrastró hacia la puerta. 

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