Alice se estiró perezosamente en su cama cuando el despertador empezó a sonar a las nueve de la mañana. A pesar de ser tan temprano, ella estaba feliz, pues había quedado con Daniel en una hora y tenía muchas ganas de verle. Hacía mucho tiempo que no estaba con él a solas. Se liberó de las sábanas que tenía por encima y se sentó en el borde de la cama. Con las pantuflas calzadas y un bonito vestido azul de encaje en la mano se dirigió hacia el cuarto de baño propio que tenía en su habitación. Entró, se quitó el pijama, y se metió en la ducha. Le gustaba mucho ducharse, era como asilarse del mundo durante veinte minutos. Era tiempo para pensar sin escuchar nada más que el sonido del agua cayendo en su piel. Desde dentro, escuchó su móvil sonar. Cuando salió, abrió el mensaje.
Eh, tú, a pesar de que sigo sin creerme que ahora Daniel y tú podíais estar en la misma habitación sin tiraros de los pelos, espero que te lo pases bien. Y que te odio, TE ODIO MUCHO. –Kate.
Sonrió al leerlo. Le contestó rápidamente y se puso el vestido, que combinó con unas converse bajas negras. Se miró en el espejo mientras se peinaba. Le gustaba su conjunto: bonita pero informal a la vez. Miró el reloj. Las nueve y media. Daniel no se pasaría a recogerla hasta dentro de media hora.
Bajó las escaleras que la llevaban al recibidor de su casa. En ese sentido, no se podía quejar. Su casa era enorme, a pesar de que casi nunca había nadie en ella. Mejor así — pensó Alice. Cuando estaban sus padres en casa pocas veces se decían cosas agradables. Pero, a pesar del día tan feliz que creía que iba a tener, se sorprendió cuando vio a su padre saliendo de la cocina. Llevaba una tostada en la boca, un café en la mano y el periódico en la otra. Llevaba una camisa blanca impecable y una corbata negra a juego con sus pantalones. El padre de Alice era el dueño de nosequé empresa de nosequé medicamentos. A Alice no le gustaba mucho hablar de su padre, así que nunca supe mucho de él. Cuando vio a Alice, lo primero que expresó su cara fue sorpresa, y luego, frunció el ceño.
Ya empezamos.
El padre de Alice metió hábilmente la tostada que tenía en la boca en la taza, y empezó a hablar.
—Pensaba que estabas dormida — dijo como un depredador, dulcemente mientras se preparaba para atacar.
—Pues pensabas mal — Alice no quería seguir hablando con él. No quería que su padre le arruinase el día. Cogió las llaves que descansaban en una mesita y se dirigió a la puerta.
Su padre la cogió por el brazo, dejando caer el periódico.
—¿Adónde te crees que vas? — el depredador ya tenía la presa entre las garras —. Tenemos que hablar.
Alice suspiró. Hablar. Nunca es solamente "hablar".
—El otro día recibí una llamada de tu directora. Decía que llevabas dos días sin ir a clase. ¿Cuál se supone que es tu excusa?
¿El otro día? —pensó Alice. No, no fue el otro día. Había sido hace casi un mes. Alice y yo nos habíamos escapado de clases para ir a un festival de música alternativa que llevábamos prácticamente un año esperando. No podíamos dejarlo pasar. Al día siguiente, estábamos muy cansados por haber estado saltando y gritando a pleno pulmón, así que volvimos a faltar al instituto para quedarnos en su casa durmiendo.
—Estaba drogándome — dijo Alice sin un ápice de sarcasmo en su voz —. Droga, mucha droga. También bebí. Alcohol, mucho alcohol. Todo junto a mis amigos los pederastas.
Su padre frunció aún más el ceño.
—Ja. Ja. Ja. Muy graciosa. No me interesa saber dónde estabas, pero ten clara una cosa: vas a pasar mucho tiempo antes de ver la luz de sol.
ESTÁS LEYENDO
Sombras.
Teen FictionCuando el mundo de Kate se desmorona en pedazos, las sombras entran en él. Entonces descubre que la muerte no es tan sencilla como ella creía, y que las sombras, unos seres inmortales, quieren algo que ella tiene a toda costa. Algo que es irreemplaz...