Capítulo 30.

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Para mi consuelo, los días siguientes pasaron sorprendentemente rápido. Nate siguió mi consejo (aunque lo hubiera dicho a modo de broma) y pensó en cientos de maneras de atraer a Ezra a "nuestra" casa, para que así le tuviéramos acorralado. Estuvo desechando un plan detrás de otro, al parecer, ninguno era lo suficientemente bueno.

—Si cometemos el más mínimo fallo, algo que le haga sospechar, se irá. Y no tendremos otra oportunidad. Por eso ha de ser todo perfecto — me explicó —, un solo fallo y puedes darte por muerta.

—Tú sí que sabes lo que le gusta oír a una chica.

Un día, incluso vino mi madre a verme. Cuando llegó, fui a abrazarla corriendo. Estuvo en casa de Nate todo el día, conmigo: comimos, vimos una peli y hablamos. Sobre todo, hablamos. Me explicó cómo le había pedido a Nate que usara su poder de persuasión con mi padre para que no sospechara nada y no hiciese preguntas, cómo había reforzado la casa mediante algún tipo de magia de sombras para mantener alejado a Ezra de allí, me habló de los planes de Nate, me habló de que tenía pensado pedir ayuda a Daniel.

Daniel. Mi amigo. Al fin de cuentas, él era una sombra. Si alguien podía ayudarnos, era él. Suspiré al oír aquello. Solo esperaba que Alice se mantuviera al margen (aunque bien pensado, si no lo había hecho yo, dudaba mucho que lo hiciera ella).

Pero mi madre estuvo solo conmigo un día, y no la volví a ver. Otra vez tuvimos que despedirnos. Y otra vez, lloré amargamente al decirle adiós. Al menos ahora tenía la esperanza de que volvería a verla pronto, cuando el plan de Nate se pusiera en marcha.

Los días que Nate estuvo ensimismado con aquel plan, no hablé mucho con él. Él hacia llamadas, afilaba armas negras, y yo, leía y veía la tele. Nos compenetrábamos bien, sí. Pero un día, me di cuenta de que aún no sabía qué era lo que él sacaba de todo aquello, además de satisfacer su curiosidad científica respecto a mí y a mi supuesto Sexto Don. Le pregunté aunque fue en vano: cada vez que sacaba el tema a la luz, o se quedaba callado o me miraba con expresión sombría y usaba su persuasión conmigo para que le dejara en paz.

Aparte de todo esto, aquellos días también fueron largos y angustiosos para mí. Por una parte, estaba bastante feliz. Por fin iba a librarme de Ezra, por fin iba a poder salir de aquella maraña desordenada en la que se había convertido mi vida en las últimas semanas. No podía creer, que, aquella chica que hacía de mediadora entre sus dos amigos cuando discutían (y que ahora, solo discutían por quién se quería más), se hubiera visto sumergida en aquel mundo de sombras, oscuridad, muerte y traición.

En ese tiempo también aprendí más cosas sobre las sombras. Retomé la lectura del Kuroshtiel. Cada día estaba más intrigada con aquel libro. Aunque fuera increíblemente raro, y solo abrirlo ya me diera escalofríos, no podía dejar de pensar en él y en todos los secretos que encerraba.

"Podría decirse que las sombras son, por la general, seres destinados a la desgracia y a la tristeza, destinados a vivir eternamente, ver morir a aquellas personas que amaron en vida y que ni siquiera pueden verlas u oírlas."

Pensé en mi madre con renovada pena. Ella, que llevaba años ya siendo lo que era, había tenido que ver morir a su madre, a su padre, a toda su familia e incluso a todos sus hermanos. No era huérfana como nos había hecho creer a mí y a mi padre, había tenido una familia, sí. Una familia que había perdido. Y ahora, nosotros éramos su familia.

Entonces me pregunté algo, ¿cuántas familias había tenido? De acuerdo, yo había sido su única hija biológica, pero, en todos los años que había estado viva —o muerta, o cómo se diga— se habría enamorado de algún que otro mortal, o incluso de una sombra. Solamente pensar en estas cosas ya me daba dolores de cabeza. Porque claro, sí que había amado a alguien ya. A Ezra. Le había querido, y, a pesar de todo, le había pedido que se sacrificara por ella para que pudiera volver a la vida. Ezra, que en teoría también la amaba, se habría sacrificado con tal de darle una nueva vida a mi madre. Y ahora él intentaba quitarme la mía. Quizás, no es que fuera detrás de mi Don, y fuera todo un mero acto de venganza. Lo dudaba.

Aunque había otra cosa que no entendía, si antes quería a mi madre, y ahora estaba con Víctor, ¿qué le gustaba a...? Me daba igual. No es que me interesase la vida privada de Ezra que no estuviera estrictamente relacionada conmigo.

Y así, entre conversaciones secas, remordimientos, ganas de llorar, y algún que otro golpe de repentina valentía, llego Nate, dos semanas después, con una nueva y reluciente arma negra. Me la tendió.

—La última vez te di una pistola y no tuviste que usarla — aún tenía la pistola guardada en mi cuarto, por si acaso —. Espero que tampoco tengas que usar esto.

Asentí, complacida, y tomé el arma en mis manos. Era ligera, pero tremendamente afilada. No tenía un mango bonito con incrustaciones, como le había visto a otras sombras, sino que era simple, gris y solemne. Perfecta para matar a alguien.

Miré a Nate a los ojos.

—¿Cuál es el plan?

Esbozó una sonrisa.

—Bueno, ya está todo previsto. Pero creo que por ahora, no querrás escucharlo. No teniendo aquí a...

No pudo terminar la frase, pues por la puerta entraron dos caras conocidas. Alice. Daniel. Mis amigos. Casi que hago a Nate caer cuando fui corriendo a abrazarlos.

—¡Os he echado muchísimo de menos!

Yo estaba llorando. Normal. Había estado acumulando tensión durante todos aquellos días en los que no les había visto: cómo estarían, si estarían heridos... Y ahí estaban, de pie, y sin ningún rasguño aparente.

A ellos esto debió de parecerle la mar de gracioso, pues se reían mientras que yo les daba besos por toda la cara.

—¡Y nosotros a ti! — exclamó Alice —. De verdad, Kate, llevo unos días preocupadísima por ti. Tu madre nos puso en contacto con ese tipo — dijo señalando a Nate, que contemplaba divertido la escena —, y un día nos habló de su plan, y de todo, y dios...

Estábamos los tres demasiado emocionados para hablar.

—¡De acuerdo! — nos llamó la atención Nate —. Creo que es mejor que vosotros le contéis el plan. Si me disculpáis tengo, que llamar a alguien más...

Se marchó a su despacho y nos dejó solos en el salón.

—Vamos a sentarnos — aconsejó Daniel —. Y deja que te contemos lo más importante. Luego ya si quieres te contamos... todo lo demás.

Ambos sonrieron a la par, y yo me quedé anonadada. Aún no acababa de asimilar que eran pareja.

—Está bien.

Nos acomodamos en los sillones en los que Nate y yo habíamos discutido tantas veces. Bueno, habíamos discutido en los sillones, y en la cocina, y en su despacho, y en...

—Quiero saberlo todo. No os dejéis nada — dije.

Daniel asintió.

—Bien. En esto vamos a estar todos juntos. Otra vez.

Nos miramos los tres, con complicidad.

—Vamos a matar a ese malnacido.

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