Capítulo 26.

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No pude escuchar la respuesta, aunque seguramente allí nadie la sabía, pues en ese momento, un sonido los sobresaltó a todos. Alguien tocó con los nudillos en la puerta de la casa. Los golpes estaban acompañados de una voz. La voz de Ezra.

—¿Hay alguien en caaaaaaaasa?

Miré alarmada a Nate. Quizás le tuviera miedo a él y a sus macabros cadáveres que tan celosamente escondía, pero le tenía más miedo a Ezra. A modo de respuesta, él se llevó un dedo a los labios indicando que me callara. Asentí, y Chuck se levantó. Pude oír el chirrido de la puerta al abrirse.

—Pensaba que ya no requerirías más mis servicios — dijo, mintiendo perfectamente —. Por lo que veo, sigues muerto. Es una pena.

—No te pongas sarcástico conmigo — contestó él —. Sé que sabes dónde está la chica. Tú conoces mejor que nadie a Nathaniel.

—No tengo ni idea de qué me hablas.

Ya nadie más habló, pero se escucharon golpes. Alguno de los dos cayó al suelo, se oyeron puñetazos y maldiciones por doquier. Nate me agarró de la mano y me sacó de aquella salita hacia una cocina.

—¿Qué vamos a hacer? No podemos ir hacia el coche sin que él nos vea.

—No es él quien me preocupa — dijo Nate mirando por la ventana.

Le acompañé, y vi que junto al coche de Nate había otro, más pequeño, más deportivo. De color rojo. Había gente dentro, pero no podía distinguir quién era.

—¿Por qué no ayudan a Ezra?

—Y yo que sé. Tú les conoces mejor.

—¿Eh? — no lo entendía, pero en ese momento, una de las ventanas de aquel coche se bajó, y la cara de Alice se asomó.

El corazón me dio un vuelco. Mis amigos. Había pensado en ellos cada segundo que había pasado encerrada en casa de Nate. Pero ahora era diferente. Nate tenía respuestas. Y además, ¿qué hacían mis amigos con Ezra? ¿Se habían pasado al lado oscuro o qué...? No lo pude saber, pues en ese momento, Nate me agarró la cara con las manos, obligándome a mirarle a los ojos fijamente.

—No vas a huir. No te vas a ir con tus amigos. Vas a seguirme y a hacer todo lo que yo te diga. ¿De acuerdo?

Inconscientemente, asentí. Una parte de mí no paraba de repetirme que aquello estaba bien, que tenía que ir con él a toda costa, que él me protegería. Pero la otra, la más pequeña, me gritaba que fuera con mis amigos. Por desgracia, ganó la parte que apoyaba a Nate.

Seguí a mi captor a través de la casa, hasta que llegamos a una puerta que estaba pegada a las escaleras. A mis espaldas, oía la lucha entre Chuck y Ezra. Un alarido más alto que los demás se escuchó. Pertenecía inconfundiblemente a Chuck, lo que provocó una risa por parte del agresor. Pero no pudo pararse a escucharle, pues entonces la voz de Nate le indicó que le siguiera escaleras abajo. Bajó a tientas hasta un garaje. Nate encendió la luz, y una triste y solitaria bombilla se encendió, iluminando tenuemente la estancia. Un coche estaba allí, uno exactamente igual que el de Nate, del mismo color y modelo. Se subieron ambos. Las llaves estaban puestas, y el coche arrancó.

Nate apretó el botón que abría la puerta del garaje, y salieron a la luz. Aceleró brutalmente, de manera que pasamos a toda velocidad al lado del coche en el que estaban mis amigos, que ahora solamente era una pequeña mancha roja en el fondo del camino.

"¿Por qué no nos siguen?", pensé. El efecto del poder de persuasión de Nate se estaba desvaneciendo. Ya podía pensar libremente, aunque parecía que mi cuerpo seguía atado a sus órdenes.

Unos minutos después llegamos de nuevo al edificio que ahora era mi "hogar". Nada más aparcar, le dije a Nate:

—Juro que te mataré a ti y a toda tu familia.

Él sonrió.

Alice irrumpió en la casa de Chuck.

—¡Han escapado! — dijo entre sollozos — ¡Ha vuelto a llevarse a Kate!

Ezra maldijo ante la nueva noticia. Miró el cuerpo de Chuck, ahora sin vida, que se iba desvaneciendo poco a poco mientras que el arma negra se clavaba en su pecho. Antes de desvanecerse por completo, una sonrisa pareció aflorar en la cara del muerto, lo que aumentó el enfado y la irritación de Ezra.

Cogió su arma de nuevo y se levantó. Antes de poder decir nada más, la hoja del cuchillo estaba en el cuello de Alice.

—Muy bien — dijo Ezra —. Ahora vas a hacer todo lo que yo diga. Vamos a salir.

Alice, intimidada por Ezra y con las lágrimas aún corriendo por su rostro, obedeció. Salieron al exterior, donde Daniel les aguardaba con los brazos cruzados sobre el capó del coche. Víctor estaba allí, dentro del coche, en el asiento de atrás, y contempló toda la escena con los ojos como platos.

—¿Qué coño...? — gritó Daniel —. ¡Mierda, tenía que haberlo supuesto! ¡No se puede confiar en ti, maldito hijo de...!

—Eh, cálmate. Si no, tu amiguita lo pasará mal — Alice tragó saliva —. Yo te he ayudado a encontrar a tu amiga. Ahora tú, vas a devolverme a mi amigo, y yo te dejaré en paz. Nuestra tregua ha acabado.

Daniel le miró con odio, pero asintió. No podía poner en juego la vida de Alice.

—Ahora te vas a alejar de mi coche y te vas a poner detrás de mí.

Daniel obedeció y se puso detrás de Ezra. Pensó en saltar hacia él, pero entonces Ezra se dio la vuelta, mirando de frente a Daniel, y comenzó a andar hacia atrás, arrastrando a Alice a su paso. Cuando estuvieron al lado del coche, soltó a Alice, y ella corrió hacia Daniel. En seguida Ezra se montó en el coche y se alejó.

Desde la puerta de la casa, Daniel y Alice observaron cómo se alejaba el coche, sumidos en un abrazo.

—¿Y ahora qué vamos a hacer? — preguntó Alice secándose las lágrimas.

—Lo único que podemos hacer — contestó Daniel —. Esperar que todo salga bien.

Sombras.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora