Esa mañana, Erin se pasó por la oficina, sólo para revisar un par de 'detalles'. Estaba a unas horas de tomar un avión hacia Houston y no tenía ni la maleta lista. Cuando miró el reloj, ya era casi mediodía, tenía que correr, correr en serio, era eso o perder el vuelo.
Apenas si llegó a tiempo. Aún cuando ya estaba acomodada en su asiento en el avión, seguía ese extraño vacío en el estomago. Probablemente, se debía a su falta de comida, pero esta vez parecía más ir más allá del apetito. Por una parte celebraría el cumpleaños de su padre y por fin le presentaría a Dave, oficialmente hablando. La sonrisa que tenía en los labios, se fue desvaneciendo lentamente, pues Celine y Greg, aparecían en esos momentos en su mente como una fotografía rota. Ese par tendría que verse las caras de nuevo.
Como mujer podía identificarse con su amiga, debía ser muy difícil ver a tu ex marido, y más si es que al moreno se le ocurría llevar a la mujer esa, el motivo de la separación. Erin lanzó un largo suspiro y cerró los ojos, tan solo un momento. ¿Por qué las cosas siempre eran tan complicadas? Si tan solo pudiera regresar a sus años de universidad y olvidarse un poco de las responsabilidades, todo sería tan... agradable. Para cuando volvió a abrir los ojos, ya estaban aterrizando. Medio adormilada, se subió a un taxi.
Hacía mucho tiempo que el camino a casa, no la ponía tan nostálgica. Tenía un nudo en la garganta y miles de recuerdos agolpándose en su mente. No tenía idea de porque últimamente estaba pensando tanto en el pasado, ni porque secretamente deseaba despertar una mañana con veinte años otra vez y en la universidad. Todo era tan diferente en aquellos tiempos, quizás ese era el motivo.
Cuando por fin llegó a casa y la vio toda iluminada, sus ojos se llenaron de lágrimas. Extrañaba su hogar, extrañaba los domingos de comer en el centro o flojear todo el día, acostada en la cama de su madre viendo alguna película romántica. Todos querían crecer y ser independientes, pero en esos pasos de libertad, se perdían las cosas más sencillas y bonitas de la vida.
En el jardín de enfrente, aquellos arboles que en su infancia vio crecer lentamente, ahora eran un par de gigantes resguardando su casa. Alguna vez su padre colgó un neumático para usarlo como balancín durante el verano, esos sí que eran buenos tiempos. Carraspeó un poco y salió del taxi. Caminó por el andador, con el corazón en la garganta. Tocó el timbre compulsivamente y comprobó que la puerta estaba sin seguro. Se adentró en su casa, olisqueando el ambiente, su madre estaba cocinando un estofado de carne.
Dejó la maleta y su bolso, y corrió hasta la cocina. Vio a su madre, con el cabello tan pelirrojo como el de ella, recogido; usando su típico delantal de "Besa a la chef".
—Hola bombón relleno. —Erin abrazó a su madre, comprobando que estaba un poquito más llenita que la última vez que la vio.
—Anda, lávate las manos, voy a servirte. Estás muy delgada. —Lucy Schwartz la miró reprobatoriamente, mientras sacaba del horno el estofado.
—Como bien. Mintió.
—Vives de ensalada, café y yogurts.
—Corrección, de media rebanada de pizza, media ensalada y mucho café.
—Suenas como una mujer ocupada. —Terció una voz masculina.
—¡Papá! —La pelirroja dio un salto y se abalanzo sobre su padre.
—Hola cariño. —Dijo una vez que su hija lo soltó y pudo respirar otra vez
—¿Emocionado por tu cumpleaños? —Erin comprobó que el brillo de los ojos azules de su padre no había menguado. Lo único que parecía diferente eran los mechones de canas en su cabello cobrizo.
ESTÁS LEYENDO
Amor en manos enemigas.
De TodoImagínate que odias a un chico de tus años de colegio. Después, imagínate que ambos toman caminos separados. Ahora imagínate que después de tu divorcio... te enamoras de él. -En edición-