Epilogo I

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“—¿Hay un final feliz?—Preguntó curiosa.

— Debe haberlos y son mucho más que un simple ‘Y vivieron felices para siempre’.

Porque los finales se construyen día a día, con gestos y palabras dulces. Con un poco de chocolate y una pizca de sal. Porque no todo en la vida es felicidad. Siempre quedan obstáculos que sortear.

Y  entonces la pequeña abrió los ojos como si hubiese visto algo increíble. Si entendió o no, no estaba claro. Quizás habría que esperar un poco y ver si ella encontraba su final feliz.

Fin.”

Celine soltó un largo suspiro antes de cerrar el libro. Se llevó la taza de té a los labios y después de un sorbo, sonrío al sentir como la brisa le daba de lleno en el rostro.

Era el primer día de verano y nunca había estado tan atenta como para valorarlo.

Afuera, la cálida brisa movía las ramas de los árboles y cargaba con el aroma de las flores del extenso jardín. Verlo así, plagado de flores de todos colores, era su orgullo. Todas y cada una de ellas, fueron plantadas con  manos llenas de ilusiones, esperanzas y tierra. Las regaba pacientemente mientras cantaba su canción favorita, como si fuese una canción de cuna.

En menos de un año, esa nueva casa tenía tantos recuerdos tan hermosos, que pareciera que tenían desde siempre viviendo allí.

—¡Celine! ¿Dónde estás?—Una voz rompió el silencio.

Se levantó de su asiento en la terraza y sus pies descalzos caminaron con firmeza por el piso de madera.

—Hola abogado. —Saludó con una sonrisa cuando vio sus ojos verdes.

—Te extrañe. —Tom  acarició el pronunciado vientre para después besarla delicadamente en los labios.

—Yo también y estoy segura de que Andrew también te extrañó.

—¿Está dormido?

—Ha jugado bastante está mañana en el jardín, después de almorzar se ha rendido. ¿Quieres comer algo?

—Dame un momento.

Tom subió las escaleras despacio. Había un par de juguetes regados por el piso del pasillo que fue recogiendo conforme caminaba. Celine ya estaba a punto de dar a luz y no quería que hiciera esfuerzos.

Cuando llegó hasta la puerta entreabierta, se quedó ahí  para ver como un pequeño de cabello rubio, dormía plácidamente.

Se parecía tanto a él, pero con el carácter de su madre. Una combinación única y potencialmente devastadora. Sonrió al recordar la primera vez  que escuchó su corazón latir en el consultorio del ginecólogo. Los ojos de Celine estaban llenos de lágrimas, justo como los de él y ese día, después de casi tres años del accidente, llegaba la hermosa noticia del embarazo para alegrarles la vida. Y dentro de poco, llegaría la pequeña Rachel, para hacer de Andrew el hermano mayor.

Una mano suave le acarició la espalda regresándolo a la realidad.

—Cariño, ¿te he dicho hoy que te amo? —Celine lo miró con esos ojos brillantes y cálidos que tanto le gustaban.

—Sí, hoy justo en la mañana y me lo dirás otra vez esta noche cuando te dé un masaje en la espalda.

—Voy a necesitar varios masajes —admitió la castaña con una sonrisa—.  Mañana tendremos un día agitado con su cumpleaños.

—Tres años —dijo Tom emocionado—. Qué rápido pasa el tiempo, ¿verdad? Parece que fue ayer cuando te vi por primera vez levantando la mano para responder la pregunta de la profesora Hudson. Debí suponer que serías mi esposa. —Una pícara sonrisa se le dibujó en el rostro al rubio.

—Creo que ese mismo día me llamaste por primera vez sabelotodo en el receso, delante de toda la escuela  —le dio un golpecito en el brazo—. Vaya manera de expresar tu afecto. Pero admito que has mejorado mucho desde entonces.

Tom sonrío con culpa antes de besar a su sabelotodo favorita.

Amor en manos enemigas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora