Capitulo 28

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"... En el amor y en la muerte, los defectos se pasan por alto o se perdonan..."

–Tonya Hurley, Ghostgirl: El regreso.

Alguna vez escuchó que en la muerte, se terminaban las rivalidades, los odios, las malas miradas, todo lo dicho y hecho. Pero  para Tom, era muy difícil ver las cosas de esa manera, especialmente cuando pensaba en Greg. Él se había llevado la luz de su vida, y cada día, esa luz se apagaba de a poco.

Su antes ordenado escritorio en su despacho, ahora estaba plagado por directorios y revistas médicas, donde leyó varios artículos en los que se presumía que en el estado de coma, los pacientes podían escuchar y a veces su cuerpo comenzaba a reaccionar, podían mover alguno de sus dedos incluso hasta llorar. Así que, a modo de estimulación, todas las tardes le leía fragmentos de libros, poemas y algunas noticias. Ponía música a un volumen moderado, y algunas veces, si es que la voz no se le quebraba, también le cantaba una canción que era una súplica de amor eterno.

Pero a pesar de todos sus esfuerzos, el pronóstico era el mismo. El estado de Celine se deterioraba, y aún si despertaba, según palabras de los especialistas; la vida que solía tener, cambiaría para siempre.

Thomas Lynch, ya no era la sombra de lo que antes era, bajaba de peso indiscriminadamente, y mucho tenía que ver con que el hecho de que apenas si comía. Su habitual aspecto pulcro y elegante, ahora era desordenado y desenfadado, probablemente era Celine la que estaba clínicamente en coma, pero él cada día se sentía menos vivo.

Por momentos, en su mayoría cuando estaba en casa de Dave, y observaba al pequeño Ryan en brazos de Erin, sentía envidia. Mucha envidia. Y normalmente, después de despedirse, mientras conducía de regreso al hospital, le reprochaba a gritos a la vida lo injusta que estaba siendo con él. Los gritos, siempre quedaban apagados por las canciones a todo volumen que ponía en el auto.

Estaba cansado. Cansado y a punto de caer derrotado. Todos los días era lo mismo: se levantaba casi por inercia, lo saludaba su demacrado reflejo en el espejo después de salir de ducharse, se vestía con lo primero que encontraba y corría al despacho, a media tarde compraba algo de comida rápida, la cual por lo general quedaba casi completa en el bote de basura; y el resto de la tarde, la pasaba en el hospital. Prácticamente la habitación en la que se encontraba Celine era su segundo hogar. Todo estaba lleno de libros, flores, recuerdos, tarjetas con buenos deseos.

Ese miércoles, se quedó dormido esperando despertar en otro lugar.  En uno en el que Celine estuviera completamente recuperada. Y casi pensó que era así, cuando sintió una tibia mano posarse con ternura en su hombro.

—¿Thomas?

 El rubio se limitó a suspirar, con aire soñoliento se frotó los ojos y dirigió la vista hacia atrás.

—Lily, ¿cómo está?

—La pregunta es, ¿cómo estás tú?  Mira esas ojeras y estás a punto de desaparecer en esa ropa. —Le miró como una madre, y desgraciadamente, las madres, siempre suelen tener la razón.

—Es  que... he tenido mucho trabajo.

Lily se acercó a su hija para darle un beso en la frente, después tomó asiento junto a ella, y miró a Thomas con esos ojos tan débiles y apagados.

—Sabes que no puedes seguir así —afirmó severamente—. No puedes seguir haciéndote esto.

—¿De qué me habla? —La miró con el ceño levemente fruncido.

—No puedes seguir dejando que tu vida pase, eres joven y... tienes la oportunidad de comenzar de nuevo.

Las palabras no fueron recibidas con agrado, las entrañas de Thomas cobraban vida, furiosamente. No daba crédito a las palabras de Lily. Hubiese querido explicarle a los gritos, y con manzanas, si era posible, que sin Celine, él no tenía otra nueva oportunidad. Él no contemplaba su vida sin ella, y tenía muy claro que si era necesario pasar el resto de su vida en esa habitación de hospital, lo haría. Simple y sencillamente, porque cuando amas, siempre luchas y nunca huyes.

Amor en manos enemigas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora