Después de su corta y temeraria entrevista con los dueños de la firma, Chris Harris y William Allen, casi de inmediato ocupó asiento en su nueva oficina.
¿Podría sentirse más intimidada?
No era lo pequeña de la oficina, ni el color gris de las paredes. De hecho, si lo pensaba detenidamente, no sabía exactamente porque se sentía así. El ambiente era gélido, por ende, muy profesional. Lo minimalista de todo el lugar, se debía a falta de inversión, pero nadie ponía en duda el estilo, como había bromeado antes William.
—¿Qué te parece tu oficina? —Un tipo alto y delgado, de brillantes ojos y sonrisa fingida, entraba en la oficina de Celine, sin siquiera llamar a la puerta. Era William.
—Perfecta. —Contestó Celine mientras que sonreía falsamente.
—Me alegro. Conozco a Thomas —William señaló una foto del rubio sobre el escritorio—, el mundo es un pañuelo, ¿no? También tuve un par de encontronazos en la corte con Gregory. En ese entonces creo que todavía estabas casada con él.
Celine por un momento no supo que decir, aunque era verdad, el mundo era un pañuelo y desgraciadamente, ese hecho se lo restregaban en la cara de vez en cuando.
—Y luego decimos que la vida no tiene sentido del humor. —Agregó con una sonrisa forzada.
—Bueno, espero que te sientas cómoda, disfruta de estos momentos de relativa tranquilidad, a partir de mañana será un caos total.
—Suena prometedor. —Sintiendo una punzada en el estomago.
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Durante la universidad, muchas veces escuchó el aburrido discurso, sobre las responsabilidades en el mundo real. Para Celine eso no representaba un problema, porque toda su vida había hecho lo que era correcto... hasta que llegó ese viernes. Un trabajo de ocho de la mañana a cinco de la tarde, sonaba fabuloso, pero ahora conocía el obscuro mundo de las firmas, donde entrabas puntal a las ocho de la mañana, pero no sabías la hora exacta de salida.
A todo eso se enfrentaban sus amigos y Tom. Tenían cuentas y clientes importantes, y no los escuchaba quejarse a menudo, quizás porque ya estaban acostumbrados y lo veían como algo normal.
Pero ese viernes, que estaba cancelando una cena con el rubio, le parecía inverosímil, insultante, increíble, que fuera a pasar un viernes revisando unas declaraciones ridículas. Si, ridículas, eso eran. Y una pérdida de tiempo ya que estaba en esas. Todo era un maldito revoltijo de dimes y diretes, con testigos hostiles y evidencias nefastas.
Dejó caer el pesado expediente sobre el escritorio, mientras derramaba una taza de café.
Oh si, perfecto. Lo único que le faltaba.
—¿Todavía estás aquí?
William entraba justo en esos momentos mientras que rápidamente tomaba los papeles que estaban a punto de ser alcanzados por el café derramado.
—Sí, estaré un poco más.
—¿No crees que es más fácil que pidamos una anulación de juicio a falta de pruebas?
—No veo otra salida, pero de ese modo no resolveremos nada para el cliente. Revisaré de nuevo, seguro que encuentro algo.
—Te veo el lunes, ya verás que no tendremos problema. —William parecía muy tranquilo al respecto, Celine supuso que se debía a que ella era a la única que podrían culpar.
Cuando por fin se dio por vencida, tomó sus cosas y caminó hacia el auto. Justo cuando las luces parpadearon, alguien salió del auto contiguo, cerrándole el paso.
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Amor en manos enemigas.
De TodoImagínate que odias a un chico de tus años de colegio. Después, imagínate que ambos toman caminos separados. Ahora imagínate que después de tu divorcio... te enamoras de él. -En edición-