—¿Cómo fue que llegamos a esto? —Preguntó Greg apesadumbrado, mientras firmaba el acta de divorcio. Solo estaban el juez Carter, Celine y él.
El ambiente era tenso y gris. Pero, ¿que se podía esperar de una oficina en la que a diario se firmaban actas de divorcio?
—Sabes perfectamente cómo pasó. —Contestó fríamente Celine, tomó el acta una vez que Greg firmó y lo imitó. Ella hacía uso de todo su autocontrol para no derrumbarse, no le daría el gusto de verla así, al menos no después de lo que pasó. Ella siempre había sido fuerte y racional, y así se mantendría—. ¿Es todo señor Juez? —Preguntó una vez que terminó.
—Por el momento, es todo— contestó éste en tono neutral. Estaba acostumbrado a ver a tantas parejas divorciarse que no le causaba ya el mínimo efecto ver ese tipo de comportamiento como el de Celine y Greg—. El día viernes estarán las actas listas y pueden recogerlas a partir de las nueve de la mañana.
¿Acaso el juez Carter pasaría por alto que fue invitado a la boda, dos años atrás?
—Perfecto —Celine se puso rápidamente de pie y caminó hacia la salida—. Muchas gracias. —Dijo casi al umbral de la puerta.
—Celine... —La llamó Greg vacilante, realmente no tenía claro en su mente que decirle. ¿Despedirse? ¿Disculparse?
Ella se detuvo un momento, sintiendo como su estomago se hundía ante un peso invisible; pero después de tomar aire, continuó su camino sin mirar atrás. Su principal meta en esos momentos era abandonar la corte lo más pronto posible.
Greg se quedó ahí, viéndola marcharse. Tenía claro que ella no volvería y cualquier intento, a estas alturas con el divorcio firmado, era inútil. Se sintió peor que la basura por haberle partido el corazón en mil pedazos, cuando ella no se merecía eso... Entonces, cayó en cuenta de que no volvería a tomar su mano, ni abrazarla, ni compartir absolutamente nada con ella.
Pero esas eran las consecuencias de sus actos y no quedaba más remedio que asumirlas. Finalmente, salió de la oficina, con la cabeza baja.
—Ingenuos. — Pensó Celine mientras pasaba junto a una pareja que se miraba con afecto mientras esperaban con licencia de matrimonio en mano.
Hace dos años, Greg y ella tenían la misma ilusión. Se amaban con locura, pero parecía que hasta el amor entraba en razón y se terminaba. Como si su mente se propusiera atormentarla, recuerdos del día de su boda religiosa comenzaron a atacarla. Podía verse sonriendo frente al espejo con su precioso vestido blanco, con la idea de estar juntos para siempre... ¡Que triste tener que despedirse de todas esas ilusiones! Principalmente la de tener un bebé.
Y entonces vio a su amiga a lo lejos, y suspiró aliviada, como si se tratara de un salvavidas
—Deena, no sabes cuanto significa para mi verte aquí.
—Prometí que vendría y así lo hice. —Contestó una castaña, algo bajita y curvilínea que inmediatamente le abrazó— Pero, ¿cómo estás, querida? ¿Estás bien?
—Creo que si... no lo sé. —Contestó ella con la voz entrecortada. Toda su entereza comenzaba a desmoronarse.
—Vámonos de aquí —sugirió su amiga—, te invito a tomar un café.
—De acuerdo. —Accedió ella con una sonrisa forzada, así que ambas caminaron rumbo a la salida, de la que de pronto entró, nada más y nada menos que Thomas Lynch: su enemigo declarado por todos los medios.
—Buenos días señora Ashford— dijo él mirándola con el amago de una sonrisa—, ¿o debo llamarte por tu nombre de soltera? Los rumores dicen que los papeles de divorcio han sido firmados, ¡deberías alegrarte! Ahora eres libre de ese imbécil. —Sonrió triunfante al ver como Celine fruncía los labios en una severa línea.
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Amor en manos enemigas.
AcakImagínate que odias a un chico de tus años de colegio. Después, imagínate que ambos toman caminos separados. Ahora imagínate que después de tu divorcio... te enamoras de él. -En edición-