Era bastante tarde en comparación de su hora de salida habitual. Pero últimamente había mucho papeleo y a Celine le ponía de mal humor dejar las cosas para el día siguiente. Los pies le dolían a causa de los tacones, y no podía esperar a llegar a su auto para deshacerse de ellos. Se estaban volviendo un sacrificio punzante; por lo mismo al día siguiente estaba resuelta a llevarse sus zapatos bajos, los más cómodos que tenía, porque otro día yendo y viniendo de su escritorio al archivo, era una pesadilla.
Mientras Celine presionaba el botón del elevador, un maletín quedó atrapado entre las puertas del elevador haciéndolas abrirse de nuevo. Y entonces, Thomas Lynch entró con aire resuelto.
—Buenas noches —saludó el rubio—, ¿tan tarde por aquí?
—Buenas noches. —Respondió Celine poniéndose en tensión, y después de eso, solo atinó a encogerse de hombros. Tomó aire mientras las puertas se cerraban, sintió vértigo cuando el elevador se puso en marcha y todo tenía que ver con el rubio a su lado.
—Te ves muy guapa —dijo Tom mirándola a los ojos, sin un atisbo de timidez—, me gusta lo que hiciste con tu cabello.
¿Por qué demonios se sentía así? Su colega Peter, le había dicho lo mismo y no se había puesto roja como una manzana.
—Gracias. —Agachó la cabeza tratando de ocultar sin éxito, su repentino rubor.
—¿Qué planes tienes para esta noche? —La castaña negó con la cabeza—. ¿Te gustaría ir a cenar? —Preguntó con naturalidad.
—Si, me encantaría. —Contestó al cabo de unos segundos de incómodo silencio.
—Bien, ¿a dónde te gustaría ir?
—Pues... no lo sé. —Para su suerte, las puertas del elevador se abrieron y ella fue la primera en salir.
Ya estaba arrepentida de aceptar la invitación. ¿En qué demonios estaba pensando? Ese era el problema, que no lo estaba haciendo, al menos no como una persona racional.
—En ese caso, sé a donde podemos ir. ¿Trajiste tu auto?
—De hecho sí. Pero adelántate, te sigo —Al menos tendría la oportunidad de recobrar el aliento durante el trayecto.
—¿Sabes dónde queda el La Croix? —Ella asintió sacando las llaves del bolso— Te veo ahí —se quedó un momento pensativo—. ¿Estás segura que no quieres irte conmigo? —Ella volvió a asentir con la cabeza y caminó rápidamente hacia su auto.
Mientras conducía por las calles para llegar al restaurante, se decía en voz alta que era un error que no se volvería a repetir. No sabía muy bien cómo manejar la situación, lo del club era una cosa, pero ya salir a cenar y todo eso, eran como palabras mayores. Además aún le remordía la conciencia, se sentía al mismo tiempo una hipócrita. ¿Cuántas veces no había despotricado en contra de él? Miles, y ahora resultaba que hasta salían a cenar como buenos colegas.
Antes de que pudiera seguir con su reprimenda mental, llegó al dichoso restaurante. Se sintió mal cuando el valet le pidió su llave para estacionarlo, pues justo delante de ella, se bajaba una mujer de aspecto ejecutivo, de un lujoso auto último modelo.
Tom la esperaba en la entrada, mientras ella se acercaba hasta él, los nervios nuevamente le estaban haciendo temblar las piernas.
—¿Ya has venido aquí? —Preguntó el rubio, una vez que entraron al lugar.
—Sí, con Erin. —Contestó ella, y él esbozó una media sonrisa.
Un mesero los condujo a una mesa ubicada algo apartada de las demás, no como en la que comió con Erin, sin mencionar que esa noche un trío de violines interpretaba una dulce melodía. Tom, haciendo gala de su caballerosidad, la ayudó a tomar su asiento, y se tomó la libertad de ordenar una bebida para ella.
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Amor en manos enemigas.
DiversosImagínate que odias a un chico de tus años de colegio. Después, imagínate que ambos toman caminos separados. Ahora imagínate que después de tu divorcio... te enamoras de él. -En edición-