Capítulo 22

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Una nueva mañana se alzaba en lo alto del cielo, con la calidez de un sol resplandeciente que con sus rayos atravesaba las pequeñas rendijas de aquella habitación poco decorada.

La luz se dejaba caer sobre la pared, y se extendía hacia la cara de una pequeña dormilona, la cual no estaba muy acostumbrada a madrugar.

Sonó el teléfono, para su desagrado. Con mal despertar y sus cabellos revueltos, maldiciendo en alto, sin importarle a quien despertar a las seis de la madrugada, miró la pantalla de su teléfono.

Un número desconocido no anotado en su agenda la estaba incordiando, a las seis de la madrugada, y eso la enervaba.

-Me cago en dios,¿ quién coño es el retrasado que llama a estas horas?-Musitó con la voz aún temblorosa, y con mal carácter.

Decidió tomar una decisión muy cívica y rechazó la llamada. No quería hablarle mal a aquel número equivocado, tenía demasiada amargura por haber sido despertada de sus dulces sueños.

El insistente desconocido volvió a llamar, justo en el momento en el que ella había dejado su móvil en la mesita. Unas pequeñas llamas se hubiesen dibujado en sus ojos de tener la capacidad. Estaba ofuscada. Quería seguir durmiendo un rato más, hasta unas horas más normales en un domingo, como por ejemplo las seis de la tarde.

-Shhhhh, cállate.-Susurró al teléfono mientras colgaba de nuevo.

Esta vez pareció ponerse todo en calma. Habían pasado al menos dos minutos desde la última llamada. Suspiró y dejó el móvil en la mesa auxiliar y con gran alegría se giró y volvió a conciliar el sueño.

Tras quince minutos de un arrebatador silencio, una pequeña musiquilla resonó en todos sus tímpanos.

-Puto cabrón de mierda.-Susurró.-¿No tienes nada mejor qué hacer?-Preguntó observando aquel número de cifras largas.

Esta vez decidió cogerlo, con mala gana y con toda su energía:

-Son las seis de la mañana, yo no sé quien eres, pero te puedes ir a tomar, no sé...¿un poco por culo?

-Me encantaría, pero tu conoces ese sitio mejor que yo.

Una voz conocida, seca y ronca resonó en aquella línea telefónica y un frío gélido recorrió todos sus sentidos, al darse cuenta de quien la estaba llamando.

-Tienes muy mal despertar. Deberías cambiar eso.-Vaciló para hacer frente al silencio.

-O quizá no deberías llamarme tan temprano.-Respondió, inmutable.

-Bueno.....Entonces te cuelgo, no te llamaré más. Lo siento.-Alardeó.

-¡NO! Suga no....No seas tan malo.....

Una gran carcajada se oyó desde el otro extremo de la línea.

-Que era broma.-Suavizó la voz.-No te veo desde hace unos días, y quería saber como te iba en el colegio. Pero tengo trabajo y esta era la única hora a la que te podía llamar.

-No pasa nada. ¿Sólo llamabas por eso? ¿En serio?

-En realidad no.

-¿Ah no? ¿Y por qué más?- su voz sonaba más animada y despierta, al igual que más alegre.

-También te llamé para despertarte y hacerte enfadar.-Vaciló.

-Ah...Que buena persona. Muy agradable. Gracias.

-¿Quieres ir al parque?-Preguntó de golpe.

-¿Eh? ¿A estas horas? Estoy en pijama todavía....

-Pues vístete rápido y ábreme que estoy abajo en el portal.

-¿Qué dices? ¿Cuándo?-Preguntó atónita.

-Hace veinte minutos, no hagas esperar a tus invitados.

La línea se cortó de repente. Más bien, el cabrón de Suga le había colgado y le había citado para ir al parque, a las seis de la mañana....¿Qué querría realmente? La duda le reconcomía, al igual que sus preguntas sobre qué debería llevar puesto.

Abrió el armario tan repentinamente que toda la ropa se le cayó encima. No pudo evitar irritarse ante los nervios de verle. No tenía ropa femenina. Y si le veía de nuevo con el vestido de flores ya sería demasiado vergonzoso. No sabía que hacer, así que se puso unos jeans rotos con una camiseta de punto normal y corriente, se puso una chaqueta vaquera y se peinó rápidamente mientras se observaba en el espejo: aquellas ojeras no iba a poder disimularlas. Además no le daría tiempo, él la estaba esperando, y por desgracia la tendría que ver así, tan natural.

De repente se obsesionaba, como su madre. Por como vestir delante de él, por como oler, por como aparentar.... No sabía que le estaba pasando, o quizá sí, pero no quería admitir que por él cambiaría cualquier cosa, sin importar lo que fuese.

Dulce azucarilloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora