Capítulo 34

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Absorto en el reflejo de su taza de café, vislumbraba entre el cántico enérgico de sus pájaros más rebeldes la liberación de su ser.

Se había dado cuenta por fin, de todo lo que quería hacer.

Él, ya lo sabía, desde el principio. Cuando la vio con aquel vestido negro de flores. Aquel día flotó entre el éxtasis y la efímera plenitud. Pero aquel día era negro.
Lo habían aprisionado en una jaula donde los sentimientos quedaban alejados de todo contraste. Los rayos de sol nunca podrían entrar de esa forma tan cálida. Él sabía lo que se jugaba, el día en que su corazón volvió a latir. Por eso, intentó serenarse y volver a lo más recóndito de sus recuerdos. Pero, entre ellos, estaba ella: beatífica, angelical. Como una paloma real, desplomando en sus manos una tarjetita blanca y brillante que latía sin necesidad de que tal ave blandiese sus alas.

Y ahora, mirando aquella reluciente taza de café, la cual se había enfriado ya, notó que todo su camino se vino abajo, que ya nunca podría regresar a la oscuridad, porque la necesitaba. Ansiaba su luz purificadora, su sonrisa enormemente expresiva y anhelaba cada una de sus acciones: cuando se tocaba el pelo, coqueta; cuando caminaba, firme y lentamente, con dulzura de no herir a las piedras del camino; cuando observaba sus ojos apagados que volvían a prenderse como un fénix renaciente con tan solo verla. Ella era su fuego más interno, su dicha más pasional, su lujuria más personal. No solo quería amarla. Quería besarla eternamente y envolverla en un manto de protección. Quería observar con ella sus ojos toda la noche, quedarse dormido escribiendo mientras ella camina con una taza de café que alberga en sus destellos cálidas memorias.

Se estaba volviendo loco. Adquiría una locura permanente y atónita ante el espectáculo ridículo de todos sus pensamientos: amar, jaulas oscuras, pasado doloroso, injurias, quejas, objecciones...

Sabía que no podría con ello. Incluso si había sentido sus labios y su aroma perfumado a miel, jamás podría retenerla. No podría obligarla a una vida clandestina de amores prohibidos y secuaces delatores. No podría permitir su tristeza, sus ojos llorosos y sus pasos lejos de sus zapatos. Al mismo tiempo no la podía dejar ir. No era quererla, porque eso era inmensamente egoísta. Era sino amarla, sentimiento mucho más fuerte y débil que cualquier flor marchita.

No podría. Era hora de centrarse. La relación era imposible. Él, encerrado en Big Hit, con miles de fans a su alrededor, las cuales le habían dado una vida mejor y la fuente eterna de la juventud. No podía defraudarlas.

Sus compañeros. No podía sino sentirse más empatizado con ellos. También sufrían la incomprensión y el rechazo obligatorio al amor. Él no debería ser más que ellos.

Todos estaban obligados, en aquella sociedad intolerante de idols. Salir con personas corrientes no era bueno para su carrera. Pero ahora empezaba a preguntarse qué era lo mejor para él, si su carrera o el dulce fruto del diablo. ¿Lo sumiría en la desgracia? ¿Volvería a herirla? Su ex.... Ahora la recordaba. Ella era tan recatada y elocuente. Gustaba de visitar museos, leer tantos libros como pudiesen abrirse en 24 horas y disfrutaba con la música que él hacía. Siempre le apoyó, hasta aquel crucial momento: "No puedes hacerlo, oppa. Significaría renegar a mi. ¿no te das cuenta?" "¿ A caso no me quieres?" "Oppa." "oppa, por favor, no lo hagas...." "oppa..."

Aquella voz angustiosa musitó en su corazón lágrimas eternas en una herida de nuevo sangrante. La sensación de asfixia se hizo cada vez mayor en su interior.

En su exterior sus ojos café se habían cuajado y sonrojado ante las emociones. Ellas ganaban de nuevo. Lamentaba la pérdida.

¿Por qué lo había hecho? Se había ido, persiguiendo sus sueños de niño a las audiciones. Pero jamás pensó que tanto los distanciaría. Jamás pensó que pudiese herirla tanto.

Desde que lo aceptaron, se vieron menos. Las semanas juntos pasaron a dos días, y pronto solo a unas horas. Los entrenamientos, las prácticas, toda su dedicación era excesiva, hasta tal punto que rozó la obsesión.

Pero no le quedaba más opción. Sus padres lo habían echado de casa desde el primer día que Big Hit le abrió las puertas. Nunca fueron muy parejos a sus sueños. Continuamente discutían sobre el futuro: "Tienes que estudiar bien." "Con eso nunca serás nada." "Es una deshonra." "Cuida bien de tus bienes, quizás los pierdas."

Aquellas palabras se incrustaron cual flecha de pura desazón en lo más profundo de su ser. Ahora era consciente, de todo lo que desperdició. Le dolía haber perdido a sus padres, a su novia, a sus amigos más cercanos que ahora lo criticaban....pero más le hubiese dolido no haberlo dejado todo por su sueño. Aquel vago y quizá posible sueño hecho realidad que curó su depresión interior. Desde que entró en Big Hit, se dedicó en gran esfuerzo a la música, a componer, para volverse cada día más fuerte y sincero. Nunca hasta su primera canción pudo expresar sus emociones más puras. Siempre eran letras, formando palabras en tinta mojada. Siempre eran calumnias en en exterior, y llantos en el interior.

Nunca eran verbas, sonidos, notas, melodía, sencillez. Todo era lo contrario, hasta que por fin un día se liberó y explotó. Entonces creció, su depresión disminuyó y vivió por fin una vida en la que nunca nada le faltó: Tenía el amor y el cariño de la empresa, al igual que la de sus propios compañeros y sus fans. Tenía respeto, por parte de sus seres queridos. Quizá no tenía padres, ni una novia, pero no los necesitaba, era feliz. Hasta ahora.

La flor maduró en medio del invierno. Una flor primaveral que solo crece en los jardines más ricos. Y sin embargo, floreció. Encontró el néctar dorado de su adrenalina, lo que por fin le haría salir de su monotonía de represiones. Ya no sería más dolor, más angustia, más sumisión. Sería de nuevo una batalla, una lucha interna y externa contra todos aquellos que no lo apoyasen en su decisión. Él, tomaría de nuevo las riendas de su vida. Iría por su tesoro más preciado. No dudaría, ni un solo momento. Le abriría las puertas de su edén, esperando ser correspondido de nuevo en un beso aliviante. Lo haría, sin el precisar del tiempo.

Dulce azucarilloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora