Capítulo 26

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Sin mediar palabra se fue absorta a casa. Con sus mejillas juguetonas, aún ardientes por haber sentido la máxima calidez en sus pieles, se decidió obligada por sus nervios a enmudecer y tras varios minutos de silencio en el mundo real, él terminó por irse, completamente confuso y angustiado.
No pudo responderle. Pero una parte de su interior hubiese deseado tener voz para pedirle otro beso, igual de dulce, con esa misma cantidad de azúcar que endulzó sus mejillas y sus labios.
Cuando la bella durmiente despertó de su interior, relamió sus labios, en un intento de evocar a un pasado muy cercano. Todavía podía sentir la calidez de aquel pequeño beso. Todavía sus brazos se estremecían y sus labios producían calambres confusos.
Pero cuando se quiso dar cuenta, él ya no estaba. Solo quedaba la entrada al parque, y un cielo cubierto de copos de nieve.
De repente sintió frío, acompañado de una mundana soledad. Incluso tras aquel momento, ella sentía que ya estaba todo perdido, que ningún milagro podría hacer que él, volviese a saber de ella.
Le había rechazado indirectamente. Quedándose tensa y muda, sin mirar la profundidad de aquellos ojos café de los cuales siempre circula a grandes velocidades una alegre lucecilla.
Ya nunca vería de nuevo esos ojos resplandecientes, al menos ya no tan cerca.
Había tirado su oportunidad, su única oportunidad por la borda.
Se estremeció ante el frío. Se deprimió ante el acto, y se rindió ante el pesimismo.
Decidió pensar en otra parte donde sus huesos no sintiesen la temperatura y decidió irse a casa para quizá prepararse un chocolate caliente que al mismo tiempo que le apetecía, sentía también que no le hacía falta.

Al llegar a casa todo estaba en silencio. Parecía que la Navidad no había llegado a la familia. A pesar de estar en vísperas, a pesar de llegar ese momento tan poco deseado....parecía que por suerte, en ese hogar, el ambiente navideño hubiese sido sustituido por el silencio profundo de cada recoveco de la estancia.
Solo un árbol de navidad, en el centro del salón, hacía recordar por desgracia en qué época se encontraba exactamente: una época de milagros, que menguó en una época de atascos donde el milagro se había incendiado con todas sus llamas, para tan sólo después convertirse en cenizas.

Su madre apareció tras la puerta del despacho, completamente despierta y dormida en su mundo imaginario, cosa que se dejaba saber por su amplia sonrisa de demente allá por donde fuere.
Una vez vio a su hija de pié, totalmente rígida y sin apenas color en su piel, enseguida se asustó:
-Estás muy fría.-Dijo tocándole las mejillas.-¿Quieres un chocolate calentito? ¿O enciendo el fogón?
Ella respondió con los hombros, en signo de ignorancia.
-¿Estás bien cariño?-Preguntó inútilmente.
Sin más comprendió que no era el momento de preguntas y preparó el chocolate caliente, hasta arriba de nata y espolvoreó un poco de dulce canela.
-Siéntate en el sofá y tómatelo bien tapada. Hasta que entres en calor.
Ella obedeció sordamente. Se quitó el abrigo y se acomodó en el sofá, mientras su madre la arropaba con una pequeña manta azul.
-Creo que tengo una noticia que te hará entrar en calor.-Dijo, de nuevo sonriente.
La respuesta fue una mirada incisiva, confusa y espabilada.
-Suga ha llamado hace un momento. Ha dicho que a los chicos les encantaría que pasaras la navidad con ellos, para conocerlos.

Dulce azucarilloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora