Capítulo 24

115 9 0
                                    

Sus lágrimas profundizaron en su negra chaqueta. Su corazón rebotó contra su propio pecho al sentir el impacto de aquella cabeza.
Permaneció quieto, rígido; parándose hasta su propia circulación sanguínea.
Ella seguía descendiendo lágrimas que fluían como un vasto río en su vestimenta de cuero.
Finalmente consiguió movilizar sus manos, y no dudó ni un solo segundo en protegerla con ellas, acariciándole su suave cabello y embriagándose de aquel aroma dulce y amargo.
No podía decir nada, sus cuerdas vocales habían desaparecido al oír aquel llanto. Sus ojos se compadecían de no haber podido existir antes para ella. Se lamentaba de haber sido un ahora. Incansablemente se culpaba de aquel tedio, y de no poder hacer nada con aquellas aguas, con aquella tempestad que llevaba años consumiendo su bello paisaje interior.
Solo quería gritar. Sentía el calor de sus venas, rabiosas. Apretó su mandíbula y contuvo la rabia. Sabía que culparse de que el destino no les hubiese reunido antes era una pérdida de tiempo.

Entonces, conformista y angustiado, dejó que sus lágrimas se derramasen durante unos minutos que parecieron horas y entonces ella secó sus cuencas, y tras frotarse la cara con conciencia, el río se secó y desapareció, quedando tan solo su aspecto devastador de niña inocente que nada había hecho.

-Lo siento.-Se atrevió a pronunciar.
Trató de alejarse despacio, pero las fuertes manos de Yoon Gi la empujaban contra su pecho cada vez que lo intentaba. Finalmente desistió y se dejó caer en aquellos brazos finos que la encubrían como la manta tras la que se escondía cuando era pequeña y llegaba a casa llorando.
Entonces no tenía una manta que respirase como lo hacía aquel pecho palpitante. Tampoco tenía aquel cálido aroma de afecto, ni aquella sustancia que la hacía replegarse sin dudarlo, en plena comodidad.
Ya no existirían más mantas sin vida.

-No te sientas culpable de no querer volver.-Sentenció al fin, apretándola con más fuerza.

-¿Cómo no voy a hacerlo? Soy una egoísta.-Respondió tajante.

-Si, eres muy egoísta por no querer volver a un sitio en el que no te tratan bien.

Ella se quedó in albis, como un pájaro sin alas, o un cantante sin voz. No dijo nada, pero con su mirada expresó los vivaces recuerdos que emergían de sus profundidades.

-He acertado, ¿no?-Su tono de voz tornó compasivo.-No lo pasabas muy bien allí.

-El colegio....-musitó conectando con la realidad.-El colegio...-Bajo su tono de voz.

-Eran todos gilipollas.-Resolvió determinado.

Sus ojos volvieron a encharcarse. Unas nuevas cataratas estaban a punto de desmoronarse como el Muro de Berlín cuando el joven se acercó a ella y colocó sus grandes manos sobre los hombros de aquella resentida:
-Olvídalo.
Fue claro, lo suficiente como para hacerla recapacitar. Ella estaba allí, ya ningún monstruo podría devorarla. Estaba a salvo y lo estaría por el resto de su vida.
-¿Y mi padre? No voy a abandonarle. Él fue el único que no lo hizo.
El pequeño daño colateral de aquello era un sobreviviente de aquel mundo apocalíptico en el que había vivido durante más de diez años. Su hermano pequeño no le apreciaba, pero tampoco querría deshacerse de él, incluso si no era su hermano de sangre, lo quería por la simple razón de que fue su único amigo. Aunque todo eso cambió cuando cumplió los tres y empezó a ir a la guardería. Desde entonces le dedicaba más tiempo a los juguetes electrónicos que a pintarle el rostro a su "querida hermanita". Aquella tierna coletilla se convirtió en una horripilante "monstruo de seis cabezas."
Y desde entonces su hermano creció por su cuenta, olvidándose de las tardes de lectura y las noches en las que se despertaba llorando y ella lo acompañaba al baño y se encargaba de que las fieras no entrasen en su cuarto.
Todos aquellos pocos recuerdos fueron cambiados por un nuevo huracán que la llevo a la completa soledad.
Su padre trabajaba arduamente y su hermano prefería otras compañías. No podía culparlos de nada. Solo podía quererlos y agradecerles eternamente el no haberla dejado completamente sola a la intemperie.

-Que vengan aquí.-Propuso, seriamente, haciéndola regresar de nuevo al presente.

-¿Cómo van a venir aquí? Mi madre jamás lo aceptaría y mi padre menos... El divorcio fue duro para todos. A mi padre le costó rehacer su vida.
-___, si te quieren lo harán. Tu padre sabe que no puede forzarte a volver allí. Y tu madre sabe que te sentirás mal si no estás con tu padre nunca más. Todo eso está en sus cabezas. Así que propon una idea.

-Ni que fuera tan fácil.-Farfulló.

-Si lo es. Pero eres estúpida como para verlo.

-Oye!-Reprochó mientras Suga reía complacido.

-Que vengan por Navidad.-Dijo al fin tras serenarse.

Dulce azucarilloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora