Capítulo 30

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Una gran iglesia abovedada y antigua, aunque no por ello deteriorada, se hacía visible en la luz de aquella brillante mañana en la que el sol irradiaba con fuerza, saliendo de las montañas para ponerse sobre el cielo y observar aquel festejo que tan atónitos dejó a los cientos de miles de personas, que escucharon en su televisión, la semana pasada, un acontecimiento importante para una pareja, y que no debería ser más que para ellos dos, pero que sin embargo, habían causado el revuelo de miles de medios de comunicación coreanos, los cuales habían buscado a tientas aquel edificio, que se alzaba a las afueras de la ciudad, en un lugar remoto y poco accesible, rodeado por un extenso campo en el que todavía podías aspirar el rocío y llenar tus pulmones de una fresca mañana, en la que las campanas sonarían y serían escuchadas por los alrededores.

En el mismo instante en el que un pequeño pájaro alzaba su vuelo para buscar seguramente algún alimento que llevarse a la boca, observó, desde los cielos, en una visión fugaz a un hombre con trajeado. El color quizá fuese negro, o quizás azul marino. Él pequeño gorrión había pasado a una velocidad lo suficientemente veloz como para no distinguir el color de aquella prenda que daba a entender un motivo de celebridad.

Se adentró a paso lento y firme, acompañado por una mujer, la cual llevaba puesto un traje verdoso y corto, ópticamente caro y de seda.

La iglesia estaba decorada con figuras de oro de varios apóstoles y la Virgen podía verse al fondo, nada más entrar en aquella iglesia de piedra.

Nunca había creído en esas cosas, sin embargo, estaba nervioso. No podía creerse que aquello fuese a suceder. Se apretó los gemelos, inconscientemente, mientras esperaba de pié junto al altar.

Apenas fueron cinco minutos el tiempo en oro que tuvo que desperdiciar antes de verla, aunque para él pareció haberle sido cosas de siglos, de haberse parado el tiempo solo para hacerlo sufrir ante la intriga, de que hacía allí, de pié, en una iglesia, cuando no era precisamente muy creyente, y a punto de casarse.

Vislumbró aquel vestido blanco, que tan ceñido y suelto se le hacía a aquel esbelto cuerpo, de mediana estatura y constitución proporcionada.

Con el blanco más brillante y con el vestido más limpio y adornado con orlas plateadas a lo largo de la falda, escuchó unos pequeños pasos nerviosos acercarse. Unos pequeños y diminutos pasos se aproximaban, tratando de no hacer ruido, fallando en el intento, pues eran ahora sus pasos el centro del eco y de la atención de todos los invitados, quienes miraban contentos a aquella belleza escondida en un velo poco transparente.

Se paró en seco, al llegar al altar. Bajó su cabeza, vergonzosa. No quería mirar al lado, sabía a quien tenía a su derecha.

Él trató de buscar sus ojos, pero el velo le impedía poder verla, aquella imagen, que siempre deseó ver, incluso cuando no la conocía.

El cura dio paso a la ceremonia. Y pronunciando un largo discurso, adormecía a los invitados, los cuales estaban deseando ver ese momento decisivo, ese beso, ese enlace eterno que los marcaría para siempre.

"Que alguien hable ahora, o calle para siempre..." se escuchó por toda la sala, sin ninguna respuesta aparente.

-Min Yoon Gi.-El cura se pausó, para mirar los ojos de aquel joven, completamente absorto ante aquel momento tan importante.-Min Yoon Gi.-Volvió a repetir, produciendo un intercambio de miradas.-Aceptas a ______ ¿Cómo tu legítima esposa?.

Hubo una milésima de segundo de silencio, que provocó un micro-infarto a su futura esposa, la cual seguía con el velo todavía cayendo por su rostro, recubriéndolo por completo en una capa traslúcida.

-Si, acepto.-Respondió al fin, alzando la voz, tratando de mostrarse determinado. Ya había tomado la decisión, se casaría con ella, sin pensárselo demasiado.

Dulce azucarilloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora