Capítulo 33

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Entonces la miró a los ojos, absorto en su marea de pensamientos.

Jamás la habría visto así, tan fuerte. Su tímida personalidad cuando la conoció en aquel pasillo del colegio, con su cabeza despistada y en las nubes. Nunca pensó que aquellas nubes pudiesen haber vivido en tantas tormentas. En aquellos momentos sentía empatía, y al mismo tiempo felicidad. Se había impregnado de su aroma de fortaleza, y había conseguido dar un paso hacia delante: confió en ella. Era un pequeño paso, pero sin embargo no fue en vano.

En aquel momento se quedó mudo, no tenía nada que decirle. Solo pensaba que tenía razón, pero todo le parecía demasiado complicado, aún. Sus sentimientos seguían ahí, incrustados como un cristal rozando las profundidades de su piel. Su agonía lenta no había marchitado, solo se había evaporado temporalmente. Si de algo estaba seguro era de que aquella sensación de fuerza no duraría eternamente.

-Muchas gracias,___-Se dignó a decir, de corazón.-De verdad, muchas gracias.

-De nada.-Le respondió, con una sonrisa lagrimosa alrededor de sus rojizas mejillas.

-Y no llores, no me lo perdonaría.-Se acercó a limpiarle las lágrimas con la manga de su chaqueta. Con la dulzura de un hermano mayor que protege a su descuidada pero valiente hermana pequeña le limpió suavemente los cristales ahora líquidos de su alma. En apenas unos segundos ya no quedaba rastro del dolor, tan solo un sentimiento de paz y calma con uno mismo.

El ambiente floreció y el sol abrió los caminos celestes a los pájaros, que volaban en aquellos momentos por las cabezas de los jóvenes, canturreando leves canciones de sonidos mansos.

-Estoy bien.-Habló al fin, con tranquilidad.-Creo que sólo necesito tomar un rato el aire.-Alegó, en un suspiro.

-Te acompaño.-Dijo, para después aproximarse a la puerta trasera.-Aún no he visto tu jardín, parece muy bonito.-Añadió, sonriente.

-También es muy grande.-Respondió sonriente.

El jardín, no solo era grande, sino esbelto. En aquel prado verdecido convivían toda clase de plantas y flores de todas las clases y colores: rosas, tulipanes, jazmines, orquídeas, incluso árboles de seda y de mariposa. En el centro del jardín, podía verse un grueso y alto árbol de flores rojizas y tronco acastañado, que se elevaba a los cielos en busca de la liberación.

-Es un árbol de fuego.-Le dijo ella e Eunji, que se había quedado petrificado al ver aquel monstruo floral.-Es de origen asiático, ¿No lo conocías? Porque vives en Corea...

-No es eso.-Alegó.-Es que hacía tiempo que no veía uno tan grande. Es muy alto.

-Lo sé. Mi madre me contó una historia sobre este árbol cuando era pequeña y vivía aquí.

-¿Qué historia?

Entonces, el viento resopló, y varías hojas fueron arrastradas por el aire, acunadas por las sílabas y letras que pronunciaban los susurros de la libertad.

-Fue hace mucho tiempo. No recuerdo la historia muy bien. Pero mi madre me contó sobre el señor que estaba antes en esta casa. Era pintor. Y le gustaba mucho pintar paisajes, decía que era en las plantas y las flores, donde realmente se hallaba la libertad. Ellas podían crecer muy alto, o muy corto, pero siempre estaban quietas, en el mismo sitio, dejándose llevar por el viento. No importaba cuan fuerte fuese el viento, siempre le seguirían la corriente pacientes, calmas, mansas, libres.

-Es un poco paradójico, ¿no?

-No. Piénsalo. Están quietas, si. Pero pueden afrontar los vientos sin problemas. Conviven pacíficamente con otros seres, incluso dejan a las abejas realizar sus trabajos. Las flores y los árboles son los seres más libres que existen. Pero el hombre estaba muy obsesionado con los árboles.

Un día ese señor se entristeció. Su madre murió y viajó a Japón para el entierro, porque ella vivía allí. Se trajo consigo esta perla, herencia de su mamá. Que le había dejado una nota: "Todo crece aunque no haya fuerzas". Entonces solo era un pequeño brote. Él pensaba que el árbol, al ser cambiado de lugar, no sería capaz de crecer y que su madre estaba un poco equivocada. Vivió en luto, quedo y mudo durante un año. Dejó de pintar y se dedicó a vivir del jardín.

Increíble fue su sorpresa cuando vio que en menos de un año había crecido quince metros. Le pareció un milagro. Aquel árbol había conseguido una esbeltez robusta y fuerte a pesar de haberlo cambiado de hábitat. Entonces recordó la nota de su madre "Todo crece aunque no haya fuerzas." Y entonces lo entendió: no importaba si el mundo cambiaba. Incluso si parece que algo está quieto, se mueve. Las flores son libres porque se mueven en el mismo sitio, pero siguen siéndolo incluso si le hacen sufrir, cambiándolos de lugar. Ese árbol floreció en otro lugar que no era el suyo, pero en seguida volvió a quedarse quieto en un lugar, pero siguió creciendo. Con el paso de los años creció más y más, y aquel hombre lo fue pintando a lo largo de su vida. Sin darse cuenta, él mismo también había crecido en el mismo sitio. Ya no estaba apenado, ni vestía luto. Había conseguido crecer a pesar de las circunstancias.

-Vaya...-enmudeció.-¿Seguro que no te lo contó como fábula?-Preguntó incrédulo.

-¡Seguro!.-Sentenció enérgica.-Al final ese hombre se fue a vivir a Francia. Ganó mucho dinero allí con sus cuadros exóticos. Y siempre siguió el lema de su madre. De hecho, le dedicó los cuadros. Los recoge en una obra que llamó "Madame Jiyu".

-Pues menuda historia, parece imposible de creer.

-Eso es porque vemos la vida como algo frívolo. Pero a veces la vida puede ser como en las películas.

-Eres muy soñadora.-Sonrió.-¿No?

-No. Soy realista. Pero no puedo vivir en un mundo sin emociones.

Dulce azucarilloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora