Epílogo.

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Salí de trabajar despidiéndome de Ian, como todas las noches.

Seguíamos trabajando en el mismo sitio aún después de 6 años y seguíamos teniendo la costumbre de ir a Juice a las 11 de la mañana y pedir lo mismo.

Katie nos atendía como había hecho siempre, pero ya ella no estaba sola por las mañanas.

Ahora iba con una pequeña niña de ojos grises como los suyos, pelo negro como el mío y naturalmente como el de su madre aunque se lo pintara de azul.

Skylar tenía mi nariz y mis pequeñas orejas, pero los labios, los ojos y las facciones eran, sin dudar, de su madre.

Miré mi dedo anular en mi mano izquierda. Una bonita alianza dorada relucía como si acabara de ponérmela y ya habían pasado tres años desde que decidimos unir nuestras vidas para siempre.

Estaba a unos meses de cumplir los 38, Katie tenía los 28 y Skylar ya cumplió los 3 la semana pasada.

Ahora, desde mi posición en el coche aparcado en la acera frente a nuestra casa, veía a las dos mujeres de mi vida jugar en la nieve.

Katie estaba tirada en el suelo y Skylar estaba sentada sobre su abdomen restregando nieve en la cara de su madre.

Me encantaba llegar de trabajar por la noche en esta época y verlas ahí, jugando y riendo, pero más me encantaba saber que eran mi familia ahora, que tenía a alguien que cuidar, que dependían de mí.

Me bajé sin aguantar mucho más las ganas de estrecharlas entre mis brazos y, con el sonido de la alarma de mi coche, ambas miraron en mi dirección.

Sky se levantó corriendo, todo lo que una niña de 3 años puede correr con las botitas hundiéndose en la nieve, y vino hacia a mí.

-¡Papi! -Exclamó mientras me agachaba y la levantaba en el aire hasta apoyarla en mi cadera.

-Hola, mi cielo. -Comencé a caminar con Sky en mi cadera, abrazada a mi cuello hasta Katie.

Estaba de pie en medio del jardín limpiándose la nieve de los pantalones y de la gran chaqueta que tenía puesta.

Se agachó para coger el gorro de lana del suelo y, cuando se levantó, besé sus labios en un beso de saludo que hizo que sus mejillas se tornaran rojas.

Me encantaba seguir produciendo ese efecto en ella a pesar de llevar 6 años juntos, 3 de ellos de matrimonio y tener una niña en conjunto.

Sí, cuando nos casamos, Katie estaba embarazada.

Lo había hablado con Ian anteriormente, y fue exactamente lo que hice cuando nos fuimos de vacaciones a Hawái.

Quería que fuera perfecto y especial.

Pasamos la mañana conociendo un poco los alrededores del sitio donde nos estábamos quedando, fuimos a comer, pasamos la tarde en el hotel y, por la noche, fuimos a cenar.

En el restaurante, cuando nos levantamos para irnos, Katie fue delante pero no fui con ella, por lo que se giró para ver qué pasaba y porqué no la seguía.

Yo ya había puesto mi rodilla izquierda en el suelo y ya no iba a dar marcha atrás, básicamente porque no quería dar marcha atrás.

Ella comenzó a llorar mientras me daba el "sí" y la gente aplaudía alrededor mientras la besaba hasta cansarme.

Recuerdo que la llevé en brazos al hotel. No me importaba si estaba lejos o cerca, Katie me había dicho que sí, que se casaría conmigo, y eso era motivo más que suficiente para estar feliz y llorar de alegría.

Esa misma noche, producto de la emoción y felicidad, no usamos anticonceptivos y concebimos a Skylar, pero a pesar de que no era algo que habíamos planeado, ambos la adorábamos.

Amé a mi hija desde el primer momento en el que Katie me dijo que iba a ser padre.

Fue un regalo del cielo, por eso su nombre, Skylar.

Cuando nos casamos, Katie tenía una enorme barriga de 8 meses de embarazo. Era la novia más bonita que había visto en mi vida, y no lo digo porque sea mi mujer, que también, lo digo porque estaba hermosa.

Iba con su vestido blanco, su vientre hinchado con mi hija dentro, su pelo azul, sus tatuajes, sus piercings, pero aún así, iba preciosa, inocente. Perfecta.

Su madre no se presentó a la boda a pesar de que la habíamos invitado, pero recuerdo a su padre llorando, al mío, a sus hermanos y las novias de ellos, hasta Ian lloraba y eso que él no era de llorar.
Fue algo pequeño y muy íntimo. Luego fuimos todos juntos a comer a algún sitio para celebrarlo.

No pudimos irnos de luna de miel porque Katie estaba a punto de tener a la niña, pero ver nacer a mi hija fue muchísimo mejor que haber gastado dinero en algún viaje para celebrar nuestro matrimonio.

¿Qué mejor manera de celebrar mi matrimonio con la mujer que amo que siendo padre?

La primera palabra de Sky no fue la típica palabra de "mamá" o "papá", había sido el nombre de nuestro mejor amigo y su tío, Ian.

Increíble, pero cierto.

Lo más gracioso fue ver su cara y sus lágrimas, porque ese día estábamos los cuatro juntos en el jardín trasero de nuestra casa.

Gracias a que Katie lo había grabado todo y, cada vez que le hacía un chantaje a Ian, le enseñaba el vídeo para que llorara de nuevo e hiciera lo que ella quería.

Tenían una amistad tan pura como la que yo tenía con él mismo de toda la vida. Incluso aún me recordaban los momentos de las notas y se reían de mí por no haberme dado cuenta antes o por cómo Ian me ponía celoso.

Él seguía sin chica, decía que no quería atarse a nadie porque todavía no le había llegado la indicada.

Volviendo a la actualidad, estaba sentado con mis mujeres en el sofá. Katie estaba media dormida sentada con sus piernas en mi regazo y, sobre el suyo, estaba Skylar durmiendo.

Cuando Katie no pudo aguantar más y el sueño le venció, las cargué a las dos, dejando primero a mi mujer en nuestra cama y luego a mi hija en la suya.

Era muy pequeña y tenía unas barandas acolchadas a los lados para que no se cayera porque se movía muchísimo durmiendo. Eso lo había sacado a su madre.

Suit estaba durmiendo sobre la alfombra de la cama de Skylar. Era muy protector con la niña, creía que hasta más que yo.

Bueno, eso no, eso era imposible. Mi niña era mi vida, nadie era más sobreprotector con ella que yo.

Fui hasta mi cama y vi a Katie de lado durmiendo con los labios entreabiertos, las pestañas descansando sobre sus mejillas sonrosadas y una mano tenía las sábanas hechas puño en ella.

La moví un poco hasta que pude acostarme en mi lado y ella murmuró cosas incomprensibles hasta que acabó acostada encima de mí por completo y sólo pude abrazarla con un suspiro recordando aquel tiempo en el que solo era mi no-tan-anónima chica de las notas.

Ahora era mi esposa, la madre de mi hija, la mujer de mis sueños y con quien compartiría todos los días de mi vida hasta que la muerte nos separe.

¡Hola!

Creo que voy a llorar con el epílogo.

Subiré los agradecimientos y una pequeña información ahora aunque creo que ya lo había dicho...

Kat.

Su chica.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora