Capítulo 22

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El lunes por la mañana, justo después del primer período, escuché ese ensordecedor chillido de los comentarios de fuera, alguien gritando por un megáfono. No era un error, esa era la voz de mi madre. Corrí a la ventana. Afuera, un grupo de personas marchaban alrededor en un círculo. Portando carteles. Pancartas. El megáfono gritó de nuevo y oí a mi madre gritar: ―¡Hey, oh! ¡Hey, oh! ―Y luego el resto de los pancartistas, quienes esperaba en el infierno fueran otros padres, gritaron―: ¡El matrimonio tiene que irse!

Esto, evidentemente, era su Elizabeth Cady Stanton inspirada "gran idea". Una huelga llena de estilo, pancartistas protestando en la nieve. Si no hubiera sido mi madre, podría haber pensado que era algo genial. Pero. . .

―¿Es esa tu madre? ―Estefania Berardi estaba de repente a mi lado con su labio superior curvado con evidente disgusto.

No estaba dispuesta a exponer mi hirviente humillación ante ella.

―¡Sí, lo es! ¿Donde está la tuya? ¿Por qué no está ella por ahí para ayudar?

Estefi me miró de reojo y se alisó la parte delantera de su suéter de rombos.

―Ella trabaja ―murmuró―. Pero firmó la petición. Envió una carta.

―Oh ―dije, porque no había nada más que decir, hostil o de otra manera.

La línea de pancartistas siguió su camino todo el día. Cuando la Directora Miller trató de hacer anuncios por la tarde, se podían escuchar en los altavoces al aire libre, así que los pancartistas subieron el volumen a los megáfonos hasta diez y se dejaron de escuchar. Después de la última campana, mamá y la Presidenta de la Asociación de Padres, se quedaron atrás para revivir los buenos tiempos, así que monté mi bicicleta de regreso a casa.

Cuando llegué allí, había un correo de voz de Oftalmología Zinnman diciendo que mis lentes de contacto estaban listos. No es que los necesitara más con las porristas. Pero ya había pagado por ellos, así que pensé que también podría recogerlos. Papá fue a casa temprano de la UNI, así que tomé el coche para correr hacia el centro comercial.

Entré en un lugar de estacionamiento y me deslicé a través de la nieve sucia de la entrada. Cuando miré hacia arriba, vi a Paula de pie en el otro lado de las puertas interiores. Me miraba.

Oh, mierda. Primer lunes de cada mes. Cita para el arreglo de uñas. No podía creer que me había olvidado.

No había manera de evitarla. Respiré hondo y abrí la puerta. Me golpeó el aire perfumado a canela en una tienda de pretzels cercana.

―Hey Pau ―le dije. Quería decir "Paula".

―Hey Bi. ¿Qué pasa?

A pesar de que estaba dentro del centro comercial cálido, brillante y no fuera en el lodo congelante, me puse mi abrigo apretado alrededor de mí.

―Sólo recogiendo unos lentes de contacto.

―Oh ―dijo. Ella subió la bolsa más alta en su hombro―. Pensé que te gustaban las gafas.

Me volví una palma hacia arriba.

―Los pedí hace un par de semanas para lo de porrista. Tengo que recogerlos de todos modos.

―Sip, Pa...—Se detuvo, y luego comenzó de nuevo―. He oído que no estabas haciendo más lo de porristas. ―Miró a mi lado, encima de mí. . . en cualquier lugar, pero no a mí.

Resoplé.

―No creo que podrías llamar a lo que yo hice hacer algo de porristas.

Silencio. El único sonido entre nosotras era la música instrumental de Navidad sonando por los altavoces del centro comercial. Me di cuenta que no sabía si reír o no. Eso me rompió. La vieja Paula se habría reído conmigo o me habría dicho que me callara porque yo era grandiosa sólo por intentarlo. De repente, toda la pelea fue drenada fuera de mí. Ya lo había hecho.

Educación para el matrimonio Donde viven las historias. Descúbrelo ahora