Capítulo 19

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No salí de la cama hasta casi las once de la mañana siguiente. Mis ojos estaban lagañosos por haber llorado y tenía un dolor de cabeza horrible. Había pasado la mitad de la noche pensando en Paula, y uno: había estado saliendo con Paio, y dos: me había mentido sobre ello durante meses. Cuanto más dejaba que esas dos cosas entrechocaran en mi cerebro, más me daba cuenta de que Paula había elegido a Paio sobre mí. Traición absoluta.

Fui a la planta baja y me tomé un par de ibuprofenos. Agarré una taza de café y me encorvé sobre ella en la mesa mientras mi papá leía un libro frente a mí.

Escuché un portazo. Mi mamá entró corriendo agitando un periódico. ―¡Está aquí! ―dijo alegremente.

Gemí, y murmuré: ―¿Qué está dónde?

Mamá desplegó el periódico frente a mí, diciendo: ―Cybil Hutton, la presidenta de la APM8, le pidió un favor a alguien que conoce en el Tribune en el centro de la ciudad, e hicieron una historia sobre nosotros. Y mira, ¡en primera página!

No sólo estaba en la primera página, era el titular: MUJER SUBURBANA PROTESTA CONTRA LA EDUCACIÓN MATRIMONIAL: APM y 300 ESTÁN DE ACUERDO. 

Y este no era un periódico pueblerino, tampoco. No era el Daily Ledger lame-culos. Este era el Tribune. El periódico de la ciudad. Y allí, en primera página estaba la cara de mi madre, junto a un artículo de dos columnas que describían sus esfuerzos por acabar con el curso. Este avance o sería fenomenal, porque oye, tal vez tendría éxito; o sería terrible, porque seamos sinceros: mi madre estaba en la primera página del Trib. Las lenguas hablarían.

―¿Tienes trescientos nombres en tu petición? ―pregunté―. Pero ni siquiera hay tantos seniors.

Mamá recogió el periódico en sus brazos. ―No sólo me dirigí a los padres de los seniors; me dirigí a todos los padres en la escuela. Primero la petición. Luego la campaña de envío de cartas, la cual ha sido un gran éxito hasta ahora. Y ahora esto. ―Miró el artículo otra vez, y luego se lo mostró a papá―. ¿Qué piensas, amor?

Papá cerró su libro y le echó una ojeada al periódico. Puso una sonrisa tonta y cursi en el rostro como un chico tímido al acaban de invitar a bailar. Se inclinó y besó a mamá. ―Elizabeth Cady Stanton estaría orgullosa.

Los ojos de mamá se pusieron como platos. Luego brincó arriba y abajo. ―¡Oh! ¡Qué gran idea! ―Volvió a besar con fuerza a papá en la boca y dijo―: Gracias, cariño. Tengo que llamar a Cybil. Iré arriba.

Gracias a Dios que se fue. Si hubiera tenido que verlos chuparse la cara más, habría sufrido graves daños cerebrales. Tan malo como era pasar el rato con mis padres, lo habría preferido a ir a la escuela el lunes. Cuando llegué allí, mantuve mi cabeza agachada y evité el contacto humano tanto como fue posible. El salón de clases era un desastre. Me senté sola en la esquina de atrás, manteniendo tanta distancia como pude de Paula y Matt. Tenía una clase con Gonzalo, cálculo. Era bastante fácil ignorarlo allí. Por supuesto, me salté las prácticas de porristas. Micaela había sido bastante clara sobre cómo se sentía de tenerme en el equipo. Y me imaginaba que ya había registrado el tiempo suficiente para cumplir con el requisito del matrimonio. Cada día, sólo fui a la escuela y a casa. En mi maldita bicicleta. Bajo la helada lluvia de noviembre.

Luego vino cálculo el jueves. Ahora, por lo general, las matemáticas me parecen fascinantes. Me encanta su universalidad. Cómo las matemáticas trascienden el idioma, la política y la religión. Cómo las leyes que rigen las matemáticas son absolutas. Estoy impresionada por cómo deben pensar los matemáticos. Cómo abren sus mentes a las posibilidades dentro de estas leyes rígidas y se preguntan: ¿Qué pasa si? Y de repente todo un nuevo sistema de prestidigitación se presenta ante ellos como un laberinto. Y descifran su camino hacia una verdad completamente nueva que se encuentra en el centro del laberinto. Es como magia.

Pero no me podía concentrar el jueves. Por lo tanto, mientras mi maestro de cálculo explicaba funciones, yo garabateaba en la portada de mi libreta. Estaba poniendo un par de senos voluminosos en mi dibujo mal representado del Sr. Tambor cuando sentí algo deslizarse bajo mi brazo. Era una nota doblada en un balón triangular con mi nombre en un lado. Eché un vistazo alrededor para ver quién la había pasado, pero nadie expresó reconocimiento, así que la desdoblé.

Querida Bianca:

Siento mucho lo que pasó en el espectáculo de porristas. Olvida todo lo que te dije. No quise decir eso. Pretende que nunca dije nada. Y cualquier cosa que esté pasando con Paula y contigo, espero que lo resuelvan. ―Gonzalo Gravano. 

Bueno, aparte del hecho de que acababa de recibir mi primera nota desde el séptimo grado, estaba bastante sorprendida. ¿No había querido decir lo que dijo? En otras palabras, ¿pensaba que yo era una snob insensible? O espera...¿quería que olvidara que me había dicho que le gustaba. . . mucho? Tenía la esperanza de que fuera eso lo que quería decir la nota. Esa era la opción preferible, ¿verdad? No quería "gustarle" gustarle. Pero tampoco quería que pensara en mí como una snob insensible. Por otra parte, la nota decía que olvidara todo lo que dijo, así que tal vez se refería a las dos cosas. Tal vez pensaba que era una snob insensible y no le gustaba. Wow. Qué fea nota.

La hice bola y la metí en mi mochila. Cuando sonó el timbre, salí de allí tan rápido como pude. La idea de tener una conversación con Gonzalo en ese momento hizo que todas estas emociones se avivaran en mí: ira, entusiasmo, alivio, miedo, cualquier otra. Pensaba que debía tener un poco de síndrome premenstrual agudo.

Por alguna razón, no pude dejar de pensar en Gonzalo toda la semana. ¿Qué había querido decir esa nota? ¿Qué pensaba de mí? ¿Y por qué me importaba?

En un momento dado, casi perdía el control y lo llamaba. Porque también quería saber si Pau estaba alterada. Mejor que no hubiera estado sintiéndose bien y maravillosa por apuñalarme por la espalda después de años de mejores amigas. Pero de todas formas, ¿cómo podía preguntarle a Gonzalo por eso? Él no tenía ni idea de mi enamoramiento de toda la vida con Paio. ¿O sí? ¿Qué si Paula le había contado? No, ella no habría hecho eso. ¿O sí? Pero, qué diablos, ya había hecho algo mucho peor. ¿Podría haberle contado? La idea de que Gonzalo supiera acerca de mis sentimientos por Pablo me encendía el pecho. ¿Pero por qué? ¿Por qué me importaba una mierda lo que Gonzalo Gravano pensara de mí? No tenía idea. Todo lo que sabía era que sentía que si él se enteraba de que había estado enamorada de Paio Rodríguez, nunca podría enfrentarme a Gonzalo de nuevo. Nunca. Eso no tenía ningún sentido.Tenía que ser el síndrome premenstrual. 


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