Pasé todo el fin de semana practicando las porras y mi ruso. El lunes en la escuela, mamá y su grupo activista, Padres que se Oponen a la Educación Matrimonial Obligatoria, POEMO, como se habían apodado a sí mismos, se alinearon para manifestar de nuevo. (Pensé que era irónico que su acrónimo fuera la palabra francesa para "manzana", un símbolo de la educación, pero sólo los nerds como yo se daban cuenta de esas cosas). La consigna de POEMO para esta semana era: "La clase de Educación Matrimonial ¡no puede decidir qué chicos la pasarán!" Sólo esta semana, han usado más de cuatro consignas, así que las palabras eran inconfundibles y francamente un modo de distracción.
Pero pasé el día y me encaminé al gimnasio a practicar. Me deslicé a la habitación de los casilleros para cambiarme para el sudor. Luego caminé a la ligera hacia el gimnasio. Sólo ahí ―cuando vi a la Sra. O'Toole parada, hablando y apuntando, y cuando vi las miradas frenéticas en los rostros de las porristas— me di cuenta.
La competencia entre distritos era la próxima semana. Teníamos unas escasas tardes para pulir nuestra rutina de competición y ponerla en forma. Pero enfrentémonos: no era la rutina lo que tenía que ponerse en forma; era yo. Era el eslabón débil por el cual la fuerza de la cadena podría ser medida. Lo sabía. El resto del equipo lo sabía.
Así que entonces hice un propósito: no importaba cuanto necesitaba estudiar para los finales de la próxima semana, no importaba cuanto quería terminar Orgullo y Prejuicio, no importaba quien me sacara de mis casillas y me debiera una disculpa... por esta semana, yo era UNA porrista.
Bien, está un poco por arriba. Pero es divertido pretender ser una mártirheroína. Tanto como odiaba admitirlo, aunque, no había ningún noble sentimiento de obligación que me motivara; era el prospecto de una humillación pública en un nivel épico. Te diré, que muy épico.
―Vamos, Princesa ―llamó Matt―. Vas tarde.
¿Lo estaba? Revisé mi reloj. Debí haber perdido unos cuantos minutos muy largos en la habitación de los casilleros.
―Lo siento ―grité y corrí al grupo.
―Empecemos. Alinéense para Atrapa la Fiebre ―ordenó Micaela. Chistoso.Debía contarle a Pau esa. Comandante Micaela.
―¡Bianca! ―ella gritó.
Ups. Bien. Enfócate. Brinca a la línea.
Luego me tiré a ella, completamente. Reté a todos a resistirse a Atrapar la Fiebre de los Águilas. Porque como los Águilas eran tan sexys, la fiebre no podía detenerse. Así que si no atrapabas la fiebre, era mejor que te cayeras.
Así que apreté las palabras en mi diafragma como me habían enseñado. Sonreí como una loca. Rompí mis marcas, no tiré a Dalila, y terminé prosperando. ¡Ta-rán!
Así que imagina mi sorpresa cuando la Señora O'Toole gritó:―¡Eso apesta! ¡Señorita Di Pascuale, necesita apegarse al programa!
―¿Qué? ―lloriqueé. Pensé que le había dado al clavo.
―Ella tiene razón ―dijo Matt―. Volaban pedazos. Estás camino abajo, Bianca.
Matt debía estar bromeando. Pero otra vez, había usado mi nombre.
Él dijo: ―Tus piernas estaban torcidas. Tus muñecas estaban flojas. Estuviste lenta en el salto y en el aplauso de nuevo.
―Hice mi mejor esfuerzo ―bramé. El silencio sepulcral que siguió me dijo la obvia realidad: mi mejor esfuerzo no estaba ni cerca a lo suficientemente bueno para este equipo.
―Lo sabemos ―murmuró María Sol Perez.
Ouch. Micaela suspiró.
―Bien, mira. ―Ella miraba al techo como si estuviera esperando encontrar inspiración divina entre las pancartas de básquetbol―Bianca, ven a la habitación de los casilleros. Trabajaremos en frente de los espejos. Ustedes chicos, continúen.
Cuando estaba en tercer grado, este niño había sido sacado de la clase de matemáticas porque no podía comprender las fracciones. La maestra lo había sentado afuera, en el pasillo para que pudiera trabajar en cosas alternativas. En el momento, pensé que tenía suerte porque lo estaban sacando de clases. Ahora me daba cuenta de lo vergonzoso que debió haber sido.
Seguí a Micaela a la habitación de los casilleros como un perrito travieso. Ella se paró en frente de mí en un espejo de cuerpo completo y me dijo que hiciera la porra. Lo hice. Y Matt tenía razón. Volaban pedazos.
―No tengo un espejo grande en casa ―murmuré.
Como si fuera una excusa. Si contaba la verdad, nunca madrugaba por usar un espejo. Qué idiota.
―Inténtalo de nuevo ―dijo Micaela―. Me pararé en frente de ti y haremos las movidas en cámara lenta. Trata de hacerlo exactamente igual que yo.
Hicimos Atrapa la Fiebre a la velocidad uno sobre ochenta.
―Siente realmente la posición ―dijo Micaela una y otra vez―. Convierte tus músculos en concreto. ―Lo que fuera en el infierno que eso significara.
Ella explicó que mis músculos recordarían donde deberían ir. Alguna clase de memoria sensorial. Estaba dudosa, pero me fortalecí tanto como pude. Después de Atrapa la Fiebre, hicimos Steam. Luego el que seguía. Para el momento en que habíamos hecho cada porra al menos unas mil veces, la práctica había terminado. Una vez más, todo lo que Micaela dijo fue: ―Mucho mejor.
Me enorgullecí en agradecimiento, así que dije: ―Gracias.
Me refería a dar gracias por el ―aunque fuera pequeño― cumplido.
Micaela debió haber pensado que le daba las gracias por la ayuda personal.Porque dijo: ―No hay problema. ―Y luego agregó―. Así es como yo también aprendí. Tenía el mismo problema que tú. ―Ella ni siquiera me proyectó una sonrisa atrasada mientras se iba al gimnasio a buscar a Matt.
Me sentí de manera extraña, casi-honrada. Micaela Viciconte me había pasado secretos de la hermandad de las porristas a mí. Y había tirado un pequeño secreto sobre ella en la mezcla. Además, había notado, que ni siquiera me había insultado una sola vez. De seguro me había trasladado al universo paralelo.
Agarré mis cosas y me encaminé a la puerta para irme a casa.Pedaleé a casa a través del frío, en el atardecer pensando que si era suertuda, mi universo paralelo sería uno de los decentes. Pero me refería a, en serio, ¿a quién quería engañar?
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Educación para el matrimonio
FanfictionCuando el Director anuncia que cada Senior debe participar en un obligatorio programa de Educación Matrimonial de un largo año, Bianca Di Pascuale cree que su vida no puede empeorar más. Entonces ella se casa con su "esposo" el súper atleta Matt, cu...