Capítulo 25

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Después de la escuela, los megáfonos finalmente se apagaron. Estaba yendo a la práctica, disfrutando del silencio cavernoso, cuando oí mi nombre desde el lado opuesto del corredor. Gonzalo caminaba hacia mí. Sentí un pequeño, tibio revuelo dentro de mí, supongo que por lo que Pau había dicho en el centro comercial. Quiero decir, no todos los días que te encuentras con alguien que quiere "quiere golpearte, y fuerte", aun cuando estaba bastante segura de que eso no era verdad en el caso de Gonzalo. Especialmente después de haberlo rechazado en la hoguera.

El sonido de sus botas negras hacía eco en el corredor con cada paso y se hacía más y más fuerte cuanto más se acercaba. Mientras caminaba a grandes pasos, me miraba con sus hundidos ojos color avellana. Sus mejillas brillaban con por paso que llevaba, y mostraba el más ligero trazo de áspero y nuevo vello facial.

―Hola, Gonza―dije― ¿Cómo te va?

En un movimiento limpio, él sacó su mochila del hombro y la dejó en el suelo. La abrió y sacó mi conjunto de iPod y bocinas. Se enderezó y llevó hacia atrás el mechón de cabello desordenado que había caído sobre su ojo. Me entregó el equipo.

―Ten. Conseguí estos para ti.―Levantó su mochila, la cerró, y la colgó de su hombro. Elevó su mentón hacia mí―. Bueno, nos vemos.

―¡Espera! ―dije. Toqué el brazo de su chaqueta de cuero negro. Me puse en puntas de pie por un segundo para mirar su rostro―Gonza. Espera. Oye, gracias por esto. Y lamento haber sido una perra tan grande en la hoguera. Estaba de muy mal humor.

Él deslizó sus dedos a través de su cabello color miel y esa misma parte volvió a caer sobre su ojo.

―No hay problema. Nos vemos.

―Gonza...

―Tengo que irme, Bianca. Adiós ― Se alejó a grandes pasos por el corredor. Lo miré todo el camino hasta que dobló la esquina. El pequeño y tibio revoloteo dentro de mí se congeló hasta convertirse en un frío dolor. Una cosa era segura: Gonzalo Gravano definitivamente no quería golpearme. Maldición, ni siquiera quería charlar conmigo. Pau debe haber estado equivocada. O quizás yo había sido tan dura en la hoguera que él no podía dejarlo atrás. De cualquier manera, apestaba.

Pensé en Gonzalo todo el camino hacia el vestuario. Sobre todo, en lo que había hecho por mí. Cuantas veces me había defendido. Cuantas veces se había asegurado de que estuviera bien. Y sentí esta abrumadora sensación de que me había perdido de algo. O que había perdido algo. De valor. Y lo quería de vuelta. Pero por ahora, estaba enfrentada a un tipo diferente de expiación. Me puse mis lentes de contacto y me escabullí dentro del gimnasio. No quería tener que disculparme con Micaela. Intenté esconderme detrás de las gradas, pero Dalila Martinelli me vio y vino hacia mí.

―¡Bianca! Me alegra tanto que hayas vuelto. ―Me dio un abrazo, pero me quedé de pie allí como una tonta porque no lo había estado esperando. Cuando finalmente me di cuenta de lo que ella estaba haciendo fui a abrazarla pero ya se había alejado. Así que terminé en una de esas maniobras incómodas mitad abrazo, mitad palmada en la espalda... la marca registrada de los sociópatas y fóbicos de los gérmenes.

―Gracias, Dalila―dije.

―¡Oh! ¡Ya no tienes tus gafas!¿Conseguiste lentes de contacto? ¡Lucen geniales! ¿Son tintados?

―Uh, sí, sí, gracias, y no, son claros.

―¿Ese es tu color de ojos natural?¡Oh, son de un marrón tan rico!

―Gracias, Dali.

―Realmente podrías hacerlos resaltar con la sombra y el rímel apropiados.

Educación para el matrimonio Donde viven las historias. Descúbrelo ahora