Capítulo 22

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Toda el aula está con un silencio incómodo y mucha tensión en el aire. Dylan está observándome, sin ninguna expresión. Él se acerca a Adrián y los dos se quedan mirando un rato, ignorando que yo estoy aquí.

—¿Podrías alejarte de él? —pregunta Dylan con tanta amabilidad que se me hace raro en él.

Adrián sigue mirándolo sin decir ni una sola palabra. El chico se encamina hacia la salida, sin responderle la pregunta a Dylan, ¿eso significa un no o un sí? Lo más extraño fue la amabilidad de Dylan, nunca la había notado tanto.

El chico castaño se acerca a mí, parándome del asiento en donde me encontraba. Me apega a su cuerpo, mirándome a los ojos. Una de sus manos sube a acariciar mi rostro, soltando una sonrisa tierna.

—No te dejare solo —susurra—. Adrián intentaba arrebatarme a mí pequeño.

Como sí yo no estuviera ahí, pero si lo estaba. Estaba con Dylan. Nadie más está en el aula, salvo nosotros que estamos abrazados. Es como sí se hubiera detenido el tiempo. En las últimas veinticuatro horas transcurridas, el chico castaño se ha comportado muy tierno conmigo.

Nos separamos, ya que el móvil de Dylan suena sin parar. Lo saca de su bolsillo trasero y contesta a la llamada de quién desconozco.

—¿Mamá? —contesta—. No sé nada al respecto... Sí, iré cuando pueda —sigue hablando con el rostro tranquilo, eso quiere decir que no fue nada grabe—. Vale, mami, te quiero...

Susurra eso último y sus mejillas se tiñen de rojizo. Dijo mami, como un niño que llama a su madre. Se me hace muy adorable verlo así. Me acerco a sus labios y le doy un beso fugaz. Me gusta besarlo. Me gusta todo de él y en tan poco tiempo, que pienso que todo ha pasado muy rápido. En realidad sí todo ha pasado muy velozmente.

Estoy en mi casa con mis amigos. Dylan nos ha traído, pero él se ha ido a arreglar algunos asuntos familiares. Pronto volvería. Los chicos hablan sobre las peores clases, burlándose de los profesores y riéndose de todo. Disfruto los momentos así.

Mi tía llega con un plato lleno de botanas y se une a nuestra conversación, recordando a los profesores que le dieron clase a ella. Todos reímos con las imitaciones que hace mi tía sobre una profesora que ella odiaba con todo su ser.

Tomo una lata de soda que ha traído mi tía, dándole un gran sorbo a la bebida. Me había reído mucho, que me dio hipo, haciendo que los demás rieran más fuerte. Los vecinos confirmarían que esto es una casa de locos, por las extremas carcajadas que se escuchan.

El timbre suena, debe ser la pizza que encargaron los chicos. Juanita se levanta con el dinero en la mano y se va a la puerta sin más. Los demás se frotan los vientres, como si no hubieran comido en semanas o algo así.

—Entonces, ¿Adrián estuvo a punto de besarte? —pregunta Aurora.

—Sí, pero llegó Dylan.

—Seguro hubo pelea —está vez habla Jonás—. ¡Puños, puños!

Los demás comienzan a reír por la manera ridícula en que dijo eso último. Yo también me río, pero no tanto para que no vuelva el ataque de hipo.

—¡Chicos! La pizza llegó —exclama Juanita, haciendo que los demás levanten los puños—. Juancho, tu novio igual.

Dylan aparece detrás de ella. Yo me levanto y salgo corriendo a él para abrazarlo. El chico castaño abre sus brazos, entro en ellos sin ningún problema y su calor recorre mi cuerpo entero.

—Hola, mi pequeño —me susurra—. ¿Por qué no vamos a tu habitación y aprovechamos a estar a solas?

—Eres un idiota —sonrió.

Breathe me Donde viven las historias. Descúbrelo ahora