Capítulo 37

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Estoy en el hospital esperando al doctor que me dará noticias sobre el estado de Amanda. Nunca antes había estado nervioso y menos por alguien que no conozco del todo.

Cuando encontré a Amanda, no dudé ni un segundo y llame a la ambulancia. Luego me acerque, pero estaba alterada. Para cuándo la ambulancia había llegado, ella estaba inconsciente y ahora estoy aquí, pidiendo por todo lo bueno en este mundo que no pase a peor está situación. Le mande un texto a todos, diciéndoles que Amanda estaba en el hospital y que yo estaría ahí.

Llevo esperando una hora. En el transcurso de ese tiempo, nadie –que conozca– aparece. Ni Dylan, ni Adrián. También han llamado a la familia de Amanda pero no ha aparecido. «¿Qué es más importante que su hija?» piensó. No sé sí Amanda tenga hermanos, pero aún así me preguntó porque nadie ha venido a verla.

Paso mis manos por el cabello. El doctor aún no aparece, estoy demasiado preocupado. Sé que si no hubiera ido a disculparse conmigo y hubiera hecho ese intento de suicidio no estaría aquí, comiéndome las uñas hasta la raíz.

Cuando estoy apunto de arrancarme la cabellera, el doctor aparece con un sujeta papeles mientras anota algo en ella. Lo miro, esperando respuesta alguna del estado de Amanda.

—Amanda Curley. Actualmente la chica se encuentra fuera de peligro —suelto un suspiro aliviado—. Pero se quedara unos días aquí para recuperarse por completo.

—¿Puedo verla?

—Seguro —asiente el doctor—. Justo ahora está despierta, pero puede que se quede dormida por una dosis que le dimos.

Le doy las gracias al doctor y me voy a la habitación que desde que la conocí pensé que hacia todo lo que quería, pero ahora es una delicada chica en una cama del hospital por intento de suicidio. No sé como reaccionara al verme. Puede que me odie o puede que no.

Los pasillos del hospital están algo vacíos, así sólo provocan que me de escalofríos de estar aquí. Nunca me han gustado los hospitales y nunca me gustaran. Quiero llegar cuanto antes a la habitación de Amanda, no quiero seguir en estos pasillos macabros.

Cuando llego, me detengo y toco la puerta tres veces. Al escuchar el «adelante» giró el picaporte y entro. Ahí está ella, recostada en esa cama con los ojos rojos. Ha estado llorando, supongo.

—¡Juan Pablo! —exclama sorprendida—. ¿Qué estas haciendo aquí?

—Vine a ver como estabas —sonrió—. Amanda, lo que hiciste no estuvo bien.

—Lo sé, pero no quería seguir. No puedo.

—Sé que puedes. Tú eres fuerte, sólo necesitas creer.

Me acerco a ella y la abrazo. No es necesario que ella lo piense, porque es lo que necesita. Todos necesitamos un abrazo de vez en cuando, siempre y cuando sea con la persona que pueda dártelo con cariño incondicional.

Estamos un rato así. Me imagino imágenes futuras de lo que podría pasar sí Amanda y yo nos volviéramos amigos. Ella hasta hace unas horas, demostró que la maldad que saco con nosotros no era una maldad de ella, sino de su padre. Su padre que la obligo, sólo por dinero. Ese mismo padre que estuvo con un trato con Andrew. «¿Qué habrá pasado con Dylan y Adrián?» me preguntó. Se supone que están con Andrew.

Por fin no separamos y yo me siento al costado de la cama de Amanda. Ella suelta un suspiro después del abrazo para luego mostrar su reluciente sonrisa. Eso es lo que me gusta hacer. Hacer sonreír a las demás personas es como mi don.

Seguimos hablando de lo sucedido, hasta que llega el tema de que sintió ella por Dylan cuando acepto salir con él. No es un tema que debería interesarme, pero la curiosa me gana y no puedo evitar esto. Es ahora que le preguntó o nunca.

Breathe me Donde viven las historias. Descúbrelo ahora