Capítulo 3 - El infierno y el cielo.

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El chico "fantasma" me bajó  en la entrada de mi casa. Ya no me dolía mucho el tobillo.

—No hables.

—¿En serio no entendiste la parte de que sólo puedo relacionarme contigo? —me susurró divertido.

—No uses esa palabra.

—¿Por qué? —me preguntó sonriente. Tenía una perfecta dentadura blanca.

—Porque me suena a relación y yo ya tengo una.

Justo en el momento en que abrí la puerta, unas luces del interior de mi casa se encendieron. Debido a eso, tome al "fantasma" de su camisa azul petróleo, que le quedaba muy bien, y lo lancé al piso; cayendo yo sobre su cuerpo y dejándonos tapados por los arbustos que rodeaban la entrada de mi casa.

Una de las nuevas empleadas domesticas se asomó, miró unos segundos y luego se entró. Debidamente al frío de la noche, mejor dicho, de la madrugada. No faltaba mucho para que los primeros rayos de sol pudieran hacerse visible entre los altos pinos de Forks.

—¿Qué fue eso? —me preguntó mientras ambos nos reincorporábamos.

—¿De qué hablas? Supuestamente estas muerto y los muertos no sienten nada —le dije y me di la vuelta para abrir la puerta e ingresar a mi casa.

—Eso todo psicológico, puedo sentir mi cuerpo caer contra el suelo, no siento dolor pero junto con el ruido que se provoca no es algo lindo de sentir —me informó y entró a mi casa posteriormente a que yo lo hiciera.

—En la tierra de los vivos, nada es lindo de sentir.

—Yo también estuve vivo en algún momento. Y sí hay algo lindo de sentir —respondió y comenzó a subir las escaleras al mismo paso que el mío.

—¿Qué cosa? —le pregunté aún hablando en voz baja.

—El amor.

—No te tragues ese cuento.

—No es un cuento, yo lo viví.

—¿Tienes novia? —le pregunté, algo sorprendida. Aunque no mucho, era muy lindo para estar soltero.

—Tenía... —me informó—.  No puede haber ninguna relación entre la vida y la muerte.

—Eso no es cierto, los humanos siempre estamos entre la vida y la muerte.

—Ni me lo digas a mí —me respondió. Y en ese momento me hizo sentir muy triste por él. Si era todo cierto, quien le había quitado su vida, debe pagarlo.

Entramos en mi habitación.

—Siéntate, iré a cambiarme —le dije y fui hacia mi armario para tomar mi pijama.

—¿Cómo sabes que no haré unos de mis trucos e iré a espiarte? —no puedo verlo, pero juraría que tenía una sonrisa y esa mirada pícara de cualquier adolescente pensando en hacer algo sucio...

—Confiaré en ti.

—Iré a buscar comida —continuó. Y de alguna forma sentí como si hubiera evitado lo que yo le dije.

—Claro —le respondí y fui hacia el baño.

(...)

—Hasta para ponerse un pijama tardan —dijo dándole un mordisco a un gran sándwich.

—El maquillaje no se sale solo, querido —le respondí, sentándome en mi cama.

Ghost —enunció mientras daba vueltas en la silla de mi escritorio.

Mi padre, su asesino. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora