Capítulo 17

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Ya era sábado. Era por la mañana y la boda comenzaba a las cinco y media. Daniel sería el que acompañara a su padre y yo a mi madre, ya que nuestros abuelos no estaban vivos para hacer de padrinos.
A las cuatro y media vinieron a buscarnos dos limusinas, se empeñaron en traer dos, una para el novio y el padrino y la otra para la novia y la madrina.
Llegamos y el novio y el padrino se bajaron y se dirgieron a la iglesia, unos breves instantes más tarde entramos nosotras. Mi madre vestía un largo vestido blanco con velo, yo un vestido blanco por las rodillas. Los hombres llevaban un elegante traje negro. El corazón me palpitaba muy deprisa, no podía creer lo que estaba a punto de ocurrir.
Entramos, la gente empezó a aplaudir y a silbar y la música comenzó a sonar. Cuando llegamos a donde estaba el novio me separé de mi madre y me eché a un lado con Daniel. Daniel parecía tranquilo aunque estaba serio y con una mirada fulminante, mientras que yo temblaba de los nervios.
Se pusieron los anillos el uno al otro.
-Rick, ¿desea a Laura como legítima esposa? -preguntó el cura-.
-Sí.
-Laura, ¿desea a Rick como legítimo esposo?
-¡Sí!
Se besaron. Fue un beso muy apasionado. Me asqueó.
Mi madre tiró el ramo de flores por los aires y le cayó a una chica joven de la familia de Daniel.
Mi madre y Rick habían decidido ir después de la boda a una discoteca de allí cerca con todos los invitados a bailar y a beber.
Primero las parejas bailarían un baile lento. Daniel insistió en sacarme a bailar.
Rodeé a Daniel su cuello con mis brazos y él mi cintura. Nos miramos y mantenimos la mirada. Nos movíamos lentamente al son de la música. Después apoyé mi cabeza en su hombro.
Cuando acabó el baile lento pusieron música más rápida, Daniel y yo nos sentamos.
-¿Quieres beber algo? -me preguntó Daniel-.
-Agua.
Trajo agua para mí y cerveza para él. Daniel se bebió alguna cerveza más y otras bebidas.

Volvimos a nuestra casa en una limusina. Daniel y yo nos quedamos dormidos en ella.

Me desperté muy tarde, todavía estaba cansada. Me asomé por la habitación de Daniel, seguía dormido.
Bajé a desayunar y al rato bajó Daniel; sin camisa y con resaca.
-¡Hola! -le dije-.
-Hola... ¿Dónde hay medicinas o algo?
-En el cuarto de baño.
Desapareció.
Fui a vestirme y a lavarme. Bajé abajo.
-Nerea -comenzó mi madre-, mañana nos vamos de luna de miel. Y como sois demasiado mayorcitos para cuidaros de vosotros mismos, os quedaréis solos. Volveremos el lunes siguiente.
-¿A dónde os vais? -pregunté-.
-A Italia.
-Yo también quiero ir a Italia -me quejé-.
-Pero es nuestra luna de miel.
-Pues vale...
Fui a buscar a Daniel. Llamé a la puerta de su habitación.
-¿Sí? -preguntó-.
-¿Puedo pasar?
-Sí.
Entré. Estaba tumbado en la cama.
-Mi madre y tu padre se van mañana de luna de miel a Italia.
-Ah.
-¿Te sigue doliendo la cabeza?
-Sí.
Me acerqué a él y me senté. Él también se sentó.
-Daniel, te... quiero.
Le besé. Me ruboricé, me separé de él y salí de su cuarto.
Me senté en el escritorio de mi habitación y empecé a dibujar. Era una de las cosas que más me gustaba hacer. Cuando ya llevaba medio dibujo hecho alguien llamó a mi puerta. La abrí.
-Hola -dijo Daniel-.
-Hola -dije tímidamente-, pasa.
Se sentó y me senté a su lado.
-¿Enserio que me quieres? -me preguntó repentinamente-.
-S...Sí -contesté ruborizándome-.
Nos acercamos lentamente hasta que nuestros labios se pudieron tocar. Nos besamos tierna y apasionadamente.
Cuando paramos nos sonreímos. Abrí la puerta porque alguien había llamado a ella.
-¿Le has dicho a Daniel lo de la luna de miel? -me preguntó mi madre-.
-Sí.
-Vamos a preparar las maletas -dijo con ilusión-.
-Vale -dije fríamente cerrando la puerta-.
-¡Oye!, ¿qué estás dibujando? - preguntó Daniel acercándose a mi escritorio-.
-¡Nada! -exclamé ruborizada-.
Le quité el papel de sus manos cuando ni siquiera había visto el dibujo. No quería que viese que le había quitado una foto suya y dibujado.
-¡Eh!, ¿por qué no me lo dejas ver? -preguntó aturdido-.
-¡Porque no!
Guardé el dibujo en mi carpeta de dibujos.
-¿Qué habías dibujado? -preguntó mientras me agarraba de la cintura-.
-Te he dicho que nada -contesté riéndome-.
Y en un abrir y cerrar de ojos cogió la carpeta y sacó el dibujo con la foto.
-¿De dónde... has sacado esta foto? -me preguntó confuso-.
Mis mejillas se sonrojaron violentamente, parecían dos tomates.
-¡Dame el dibujo! -le grité-.
-No, no.
Estuvo observándolo durante un rato.
-No está terminado, devuélvemelo -dije quitándoselo de sus manos-.
-Me encanta cuando te pones así -me dijo sentimentalmente-.
Sus ojos se posaron en mí con dulzura y sus brazos me rodearon la cintura delicadamente. Mi corazón se aceleraba por segundos. Nos íbamos a volver a besar pero Rick entró súbitamente en la habitación. Nos separamos sonrojados.
-¿Daniel...? -preguntó aturullado-.
-¿Qué...? -preguntó con el mismo tono-.
-Ven, tenemos que hablar...
Salieron. Me acerqué a la puerta y pegué la oreja para intentar escuchar de qué hablaban. No se escuchaba nada. Me alejé y me senté en mi escritorio. Continué con el dibujo.
Justo cuando estaba dando los últimos retoques escuché discutir a Rick y a Daniel. Abrieron la puerta. Me asusté, se me movió el lápiz y tuve que borrar el rayajo.
-¡Qué imbécil! -suspiró Daniel-.
Me giré en la silla.
-¿Qué te ha dicho?
-Pues que espera no volverme a ver haciendo lo que estábamos haciendo. Pero si yo te quiero besar, te beso y ya está. Y también que me comporte bien cuando nos quedemos solos.
Cerré la puerta con cerrojo. Besé a Daniel.
-Ya he terminado el dibujo -le dije enseñándoselo-.
-¡Te ha salido fenomenal! -exclamó-.
-Quédatelo. Te lo iba a dar con el regalo de tu cumpleaños pero te has adelantado.
-Gracias.

Al día siguiente, como tenían previsto, Rick y mi madre partieron hacia Italia.
No hicimos nada en especial durante la semana salvo un día:
como el padre de Daniel me daba mal rollo fui a su habitación. Había muchas cosas que no se habían llevado. Aproveché en ir sola, Daniel se había apuntado a clases de guitarra los lunes y los jueves.
Primero, rebusqué en el armario de la ropa; no había nada interesante.
Luego miré en los cajones de su mesilla: en el primer cajón estaba su ropa interior, en el segundo un revólver y dos navajas y en el tercero una bolsa. La abrí; estaba llena de preservativos. ¿Para qué quería tantos?
Escuché la puerta cerrarse. Salí corriendo e hice como si saliese del baño, para que Daniel no sospechara.
-¿Qué has estado haciendo? -me preguntó-.
-Nada... Dibujar.

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