Capítulo 13

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Luke y yo nos dirigimos a la camilla en donde estaba Lew. Daniel me observaba con una mirada triste y a la vez preocupada.
-Lew, ¿cómo te encontraron aquellos hombres que nos secuestraron? ¿Les conocías? -le pregunté con curiosidad-.
-Pues, Steve era un viejo amigo, se enteró de que había hecho una máquina del tiempo y, como él siempre ha sido un envidioso y quería llevarse el mérito, decidió secuestrarnos a todos y publicarla él mismo. Y en cuánto a los otros dos, Andy y Mike, se los encontró por ahí cuando ya había viajado al pasado.
-Ah, y, ¿dónde dejó la máquina del tiempo?
-En Colorado y supongo que en el mismo sitio en dónde aparecísteis, porque había mucho bosque.
-Ah, gracias.
Russell, Luke y Daniel se sentaron en un sofá junto a la ventana, yo me senté en una silla junto a Lew. De repente el electrocardiograma empezó a pitar muy deprisa y las rayas subían y bajaban muy deprisa. Miré a Lew y en su rostro se veía reflejados el susto y la agonía. Le cogí la mano fría.
-Lew... ¿estás bien?
-Ha... llegado...
-¿Qué? -pregunté sin entenderle-.
-Ha... llegado...
-¿Qué ha llegado?
-Mi... hora.
-¡No! ¡No digas eso! -grité-.
-Tú... Tú... Lo sabías... Y no me lo dijiste...
-No quería que empeorases, Lew -empecé a llorar-.
La puerta se abrió de golpe. Era el doctor Nicolnikov.
-¿Qué ocurre? -preguntó cuando me oyó llorar-.
Entonces se dio cuenta de que el electrocardiograma pitaba mucho.
-Ahora mismo vuelvo -dijo saliendo de la habitación-.
A los pocos minutos volvió con dos enfermeras, las enfermeras Brianna O'Hara y Caitlin Ellis. Llevaban jeringuillas y líquidos.
-Quítese, señorita, necesito ver al señor Thompson -me dijo Nicolnikov-.
Me levanté y me puse de pie al lado de Russell, que también se había levantado. Continué llorando.
Después de diez minutos. El doctor desenchufó el electrocardiograma y las enfermeras taparon a Lew completamente.
-Lo siento... Ya no se podía hacer nada... -dijo el doctor con lástima-.
Russell me rodeó con su brazo y poco a poco se me fueron pasando los llantos. Se llevaron a Lew.
-¿Quieren enterrarlo o prefieren incinerarlo? -preguntó Nicolnikov-.
Miré a los demás, yo no iba a responder esa pregunta.
-Creo que mejor incinerarlo -respondió Russell-.
-Vale, llamaremos a algún tanatorio y se lo llevaran.
-Pero que se encarguen ellos, nosotros nos vamos -dije brutamente-.
-Eem vale -dijo el doctor saliendo del cuarto-.
-Vámonos -dije con prisa-.
Salimos nosotros también. El taxista nos estaba esperando. Nos montamos en el taxi, yo de copiloto y los otros tres hombres atrás.
-Con 100$, ¿hasta dónde nos puede llevar? Vamos dirección Colorado -preguntó Russell-.
-Pues como mucho os puedo llevar hasta Nueva York pero lo mismo da hasta para Pennsylvania.
-Vale, gracias.
Apoyé la cabeza en el cristal de la ventanilla y me quedé dormida contemplando el paisaje. No sé cuanto tiempo estuve durmiendo pero cuando me desperté estábamos entrando el Pennsylvania.
-En dos kilómetros más o menos os tengo que dejar -dijo el conductor-.
A los dos kilómetros nos tuvimos que bajar. Russell pagó al taxista. Nos dejó en medio de una autopista. Andamos y andamos y el camino parecía hacerse más largo. Hacía mucho calor, Daniel y Luke se quitaron la camisa y Russell solo se la desabrochó. Russell iba el primero, Luke y Daniel iban detrás hablando en bajo y yo detrás de ellos. Russell se paró de golpe.
-Estoy hasta las pelotas de andar. ¡Parad a algún coche!
-¡Páralo tú! -replicó Luke-.
Russell se giró y le dio un guantazo. Me puse en medio de la carretera pero no pasaba ningún coche para poder pararlo. De pronto vi un camión que se acercaba a gran velocidad. Me quedé ahí quieta pensando en que iba a parar pero cuando estaba a tan solo unos metros de mí, empezó a pitar. Daniel reaccionó rápido, fue corriendo y me tiró al otro lado de la carretera. El camión pasó y el camionero me sacó el dedo por la ventanilla. Yo caí encima de Daniel. Nuestras caras casi se rozaban pero yo solo me dediqué a dar las gracias y a levantarme.
-¿Estás bien? -me preguntó Luke una vez que ya había cruzado la carretera-.
-Sí.
Seguimos andando. Me sonrojé por lo que acababa de pasar. Pasó otro coche y Russell le paró.
-Hola, gracias por parar -le agradeció Russell-.
-Nada, nada, suban -contestó el hombre-.
Subimos al coche.
-¿Hacia dónde se dirige? -pregunté-.
-Voy a Ohio.
-¡Bien! -exclamé, esa era la dirección que teníamos que coger-.
Tardamos mucho en llegar a Ohio. Russell y en señor del coche estuvieron todo el camino hablando. Luke y Daniel, hablaban de chicas y de guarradas. Y yo, otra vez sola, sin hablar con nadie.
Un cartel decía:
         ¡Bienvenido a Ohio!
¡Por fin estamos en Ohio! Tenía las piernas dormidas de estar de la misma postura todo el viaje.
-¿Cuánto falta para que llegue a dónde tenga que ir? -dije interrumpiendo su conversación de cosas extrañas-.
-¿Eh? Ah... Eem, poco, quince minutos -dijo distraído el hombre-.
Resoplé. Daniel dijo algo a Luke y se empezaron a reír, estuvieron todo lo que faltaba de camino riéndose como dos tontos. Al fin llegamos a donde tenía que ir el hombre. Tenía que ir a un concierto de heavy metal. Nos bajamos del coche.
-Adiós, ya nos veremos algún día, debemos continuar nuestro camino -dijo Russell-.
-Hasta la vista -dijo el hombre-.
Era de noche, comenzamos a andar por una carretera tortuosa y tenebrosa, apenas había luz.
Escuchamos un coche venir, nos detuvimos y le hicimos señas para que parara. Cuando llegó a donde estabamos se paró.
-¿A dónde se dirigen? -preguntó la mujer del coche-.
-A Colorado.
-Vale.
Nos subimos al coche. Era una chica joven rubia, ojos azules. Me senté yo de copiloto, no quería problemas con los chicos. Ellos fueron todo el camino callados y mirándola. Ella y yo hablamos un poco.
-¿Cómo te llamas? -pregunté-.
-Me llamo Clara. ¿Y tú?
-Yo Nerea.
Hablamos de más cosas. El camino se hizo interminable. Y cuando por fin creía que llegábamos a Colorado, pasó una cosa horrible: el cartel del estado en el que acabábamos de entrar decía:
¡Bienvenido a Minnesota!
¿Qué? Estábamos en el norte de Estados Unidos, no teníamos que estar allí.
-¿Qué hacemos en Minnesota? -pregunté horrorizada-.
-Me dijísteis que íbais a Minnesota, ¿no?
-¡No!
-¡Oh! Lo siento... Os debí de entender mal y cómo iba distraída porque yo sí tenía que ir a Minnesota...
-Déjanos aquí, por favor -dije-.
Paró el coche y nos bajamos.

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