Capítulo 23

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Me levanté de la cama con los nervios alterados. Hoy era 21 de febrero. ¡Ya había llegado mi cumpleaños, cumplía diecisiete años!
Me encontré a Daniel en el pasillo.
-¡Hola! -dije efusivamente para llamar la atención-.
-Hola.
Le miré con pesadumbre y me fui al no recibir ni una felicitación.
Ni al bajar a desayunar me felicitaron. ¡Se habían olvidado! Iba a ser el cumpleaños más aburrido de mi vida.

Por la tarde Daniel quiso salir a dar un paseo conmigo. Fuimos al parque y nos sentamos en un banco. Después de un rato, divisé a una persona que se acercaba a nosotros. Era Charlie. Venía con su panda de imbéciles.
-Uy, el panoli y la señorita desagradable juntitos -dijo con tono despectivo.
Me levanté enfadada.
-¿Me vas a pegar? -dijo riéndose.
Le di un puñetazo en la nariz y empezó a sangrar. Los de alrededor corearon:«¡Oooooh!».
-¿Así que con esas tenemos?, ¿eh? -gritó sonrojado.
Me empujó y caí al suelo, me dio tres patadas. Me levanté. Le hice la zancadilla, se cayó y me tiré encima suya retorciéndole el brazo. Soltó un grito de dolor. Daniel se metió en la pelea. Se dieron varios puñetazos y patadas. Saqué a Daniel de ahí en seguida.
Cuando ya nos hubimos alejado lo suficiente, saqué un pañuelo de mi bolsillo para que Daniel se limpiara la sangre.
-No tenías que haberte metido en la pelea... -le dije.
-Se lo merecía. ¿Estás bien?
-Sí.
Cuando se hubo limpiado la sangre me besó. Me ruboricé porque la gente nos vería.

Al entrar y encender la luz de casa varias personas gritaron: «¡Sorpresa!». Me alegré mucho. Estaban mi madre, Rick, Russell, Luke y... mi padre. Una lágrima rodó por mi mejilla.
-Papá... -corrí a abrazarle.
-¿Qué tal, hija? -preguntó emocionado-. Siento mucho haberte dejado sola...
Cuando me calmé saludé a Russell y a Luke.
-Nerea -comenzó diciendo mi padre- me tengo que ir. El juez y tu madre acordaron que solo podría verte veinte minutos.
-¿Veinte? -grité.
-Adiós -dijo besándome en la mejilla.
-Adiós...
Se fue. Antes de irse me había dejado su regalo. Lo abrí; era un álbum de fotos con todos los buenos momentos que habíamos pasado juntos. Otra vez lloré. ¡Cómo añoraba esos tiempos!
Me sequé las lágrimas y los demás me dieron todos sus regalos. Russell me regaló una guitarra con mi nombre; Luke, un kit de maquillaje; Rick, como no, un revólver; mi madre, ropa; y Daniel, dos collares. El primer collar era un corazón que se podía abrir y guardar dos fotos, estaba fundido en oro, el otro collar era uno con mi nombre también fundido en oro. Les di las gracias a todos.
Tuvimos una tarde muy animada, bailamos con la música que puso mi madre.
Al anochecer Russell se bebió un poco de whisky y se vino arriba: nos tocó y cantó sin descanso canciones con mi guitarra, luego bailó y siguió cantando. Era muy gracioso verle de esa forma.
Luke se hartó y se tuvo que llevar a su padre a rastras. Nos despedimos de ellos.
-Mañana te voy a llevar a un sitio para que practiques con la pistola -dijo animosamente Rick.
Daniel y yo subimos a mi habitación.
-¿Te gustaron los collares? -me preguntó Daniel.
-Sí -contesté sonriendo.
-Una cosa... Perdóname por querer llevarte a un psicólogo.
-Da igual.
-Te tengo que dar otro regalo.
Me besó tiernamente. Luego nos tumbamos en la cama y siguió besándome el cuello. Nos dimos la vuelta, de manera que yo quedé encima de él. Le besé y fui bajando hasta llegar a la altura del ombligo.
-¿Qué estoy haciendo? -grité ruborizada-, ¡por dios!
Me puse a su lado en la cama.
-Otra vez no quieres hacerlo -dijo serio.
-Es que no puedo, Daniel. No estoy preparada...
-Claro, claro. Eso es lo que dices siempre. Te debería dar igual si dices que mi padre te ha violado.
Se levantó y se fue. Siempre se enfadaba por lo mismo.

Al día siguiente, Charlie no se acercó a mí en ningún momento. Ya me dejaría en paz por fin.
Daniel, mágicamente, se hizo amigo de Charlie y de sus colegas y pasaba de mí en los recreos.
Por la tarde me preparé para ir con Rick a ese sitio a practicar con la pistola.
-Daniel también se viene, que desde que le regalé la pistolita no ha practicado nada.
Nos llevó a un edificio enorme. Allí iban a practicar todos los moteros y algún tío raro.
-¿Qué pasa, Rick? -dijo un hombre, dándole una palmadita en el hombro, que parecía ser el jefe.
-¡Hombre, tío! Cuánto tiempo...
-Hola, Daniel -dijo estrechándole la mano.
-Hola, señorita -a mí me dio dos besos.
-Hola -dije.
El hombre nos dirigió a una gran sala donde había gente con diferentes tipos de armas.
-Bueno, podéis practicar aquí -anunció el jefe.
-Vale, gracias -dijo Rick.
Sacamos nuestras pistolas.
-Vale, cogedlas y disparad a los muñequitos -ordenó Rick.
Nunca había manejado un arma y la verdad, me daba un poco de miedo. Pensaba que iba a disparar a alguien en vez de a los muñecos.
Cogí el revólver y me preparé para disparar. Daniel disparó antes que yo y el tiro fue perfecto. Suspiré y apreté el gatillo. Se me movió la pistola y la bala fue directa a la pierna de Rick. Se tiró al suelo gritando de dolor.
-¡Rick! -exclamé horrorizada.
-¡Papá!
Me tiré al suelo para ayudarle. El corazón se me salía del pecho.
-¡Oh, dios mío! -sollocé.
Todas las personas que andaban por allí se acercaron precipitadamente. Daniel cogió su móvil y pidió una ambulancia. Pensé que Rick iba a morir desangrado si la ambulancia no llegaba rápido. Apreté con mis manos la herida que le había formado. No sabía cómo podía haber ocurrido esa terrible catástrofe. No había nacido para manejar armas.
La ambulancia tardó unos diez minutos en venir. Nos metimos en la ambulancia acompañando a Rick. El médico que iba con nosotros me dio papel para que me limpiara las manos llenas de sangre.
-Rick, lo siento mucho -dije todavía sollozando.
-No... pasa nada. Estoy... bien.
Llegamos al hospital. Tuvieron que intervenir a Rick enseguida. Daniel y yo esperamos a que llegara mi madre en la sala de espera. Llegó por fin.
-¿Qué ha pasado? -preguntó asustada.
-He disparado... sin querer a Rick.
-¡Oh! Eres una sosa, siempre tienes que estar fastidiandolo todo -gritó encolerizada.
-Ha sido sin querer -replicó Daniel-, cuando fue a disparar se le movió el revólver. No hace falta que la chilles.
Mi madre le dirigió una mirada llena de odio y furia. Yo le dediqué una mirada dándole las gracias.
Al cabo de media hora salió un cirujano.
-¿Señora Patterson? -preguntó.
-Sí -respondió mi madre.
-Oh, escuche. La operación se dificultó un poco pero ha sido un éxito, salvo que ha perdido la movilidad en esa pierna. La bala se incrustó en una de las venas no muy importantes e hizo que se rompiera esa misma vena causando una hemorragia y dañó los nervios que se encontraban en la pierna.
-¡Oh! -dijo mi madre desmayadamente.
-Pero no se preocupe está bien, pueden pasar a verle.
Pasamos a la habitación. Descansaba sobre la camilla. Mi madre le besó. Luego agarró su mano sentándose a su lado. Daniel y yo nos sentamos en un pequeño sofá. Me acurruqué a su lado y él pasó su brazo por encima de mis hombros. Olía al perfume que le regalé en Navidad, pero a penas se percibía porque el olor a desinfectante y medicinas predominaba en el ambiente. Él parecía tranquilo, su respiración era apacible; en cambio, la mía era muy pesada, me costaba respirar. Mi madre tenía la mirada perdida, sus manos temblaban al sujetar las de Rick. El hecho de haberle disparado me atormentaba y me hacía estar muy inquieta.

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