Capítulo 25

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Daniel estaba enfadado y triste a la vez. La vida le estaba siendo muy injusta.
Ahora se pasaba el día fumando sin control y a penas nos hablaba ni a mi madre ni a mí. Pasaba mucho tiempo con Charlie y los demás. La mayoría de los viernes se iba con ellos por la noche a bares y volvía a las tantas de la noche emborrachado.

-Daniel, ¿podemos hablar? -le pregunté un día.

-Sí. ¿Qué quieres?

Lo primero que hice fue tirarle al suelo el cigarrillo que estaba fumando. No se quejó.

-¿Por qué te haces esto? -le pregunté.

-¿Por qué me hago qué?

-Fumar y beber sin control. Lo único que estás haciendo es destrozarte.

-Aah... Pues porque odio mi vida y me odio a mí. Soy un desgraciado, un inútil...

Las lágrimas brotaron en sus ojos. Se llevó las manos a la cara. Me senté a su lado en la cama y le abracé.

-No digas eso -le dije-. Yo te quiero.

Le di un beso en la mejilla.

-¿Me prometes que vas a dejar de fumar y de beber? -le pregunté sonriendo.

Alegró la cara.

-Sí -dijo con una sonrisa.

***

El curso pasó muy rápido. Saqué muy buenas notas. Al final, Daniel suspendió una asignatura.
Daniel dejó de fumar, de beber alcohol y de salir con Charlie de fiesta.
En verano, Daniel se sacó el carné de conducir.
Mi madre dijo que este verano no iríamos de vacaciones así que se me ocurrió una idea para irnos Daniel y yo solos.

-Daniel, tengo una idea -le dije emocionada.

-¿Cuál? -dijo sin mucho interés.

-Como mi madre ha dicho que no nos va a llevar de vacaciones, pues había pensado que tú y yo podríamos viajar en la máquina del tiempo, a un sitio en concreto, y tomárnoslo como unas vacaciones.

-Ah. Y, ¿a dónde pretendes ir?

-No sé, si te gusta la idea, lo decidimos entre los dos. Pero veo que no te ha gustado -dije indignada.

-Sí me ha gustado, pero...

-¿Pero qué?

-¿Qué le vas a decir a tu madre?

-Pues que es un viaje del instituto gratis de una semana o así.

-Claro, como que se lo va a creer... Y si se estropea la máquina, ¿qué hacemos?

-Tú siempre pensando en lo peor... -dije enfurruñada.

Al día siguiente, cuando desperté, me asomé por la terraza al escuchar muchos ruidos en la calle. ¡Había un camión de mudanzas en casa de Lew! Me vestí y me lavé rápidamente, y sin desayunar salí a la calle para ver quién se mudaba. No podía descubrir la máquina del tiempo.

-Hola -dije a un señor que miraba la casa desde fuera.

-Hola. Tú debes de ser la chiquita que vive en la casa de al lado, ¿no? ¡Soy tu nuevo vecino! Me llamo Matthew -dijo alegremente.

-Aah. Yo me llamo Nerea.

El hombre tendría entre cincuenta y cincuenta y cinco. Tenía un aire a Russell. Pelo y barba blanca, alto y voz grave.

-¿Has visto ya la casa por dentro? -le pregunté.

-No, la iba a ver ahora.

-¿Quieres que te la enseñe yo? Conozco la casa como la palma de mi mano. El antiguo vecino y yo éramos muy amigos.

-Un momento... ¿Pero esta casa no lleva más de veinte años abandonada? Me dijeron que su dueño murió hace bastante.

Me quedé pálida. No me acordaba que Lew murió en el pasado. Pero... entonces la máquina no debería existir y nosotros nos tendríamos que haber quedado atrapados en el pasado... Eso quería decir que... ¡Lew estaba vivo todavía! ¿Por qué no lo había pensado antes? ¿Por qué hizo como si se muriese?

Enseñé la casa a Matthew. No pasamos a la sala de la máquina del tiempo.

-Tiene la casa llena de objetos raros... ¡Me gusta! -exclamó.

Otro al que le gustaban las cosas raras.

-Es que me gusta inventar cosas -dijo sonriendo.

-Ah, ¿sí? Te tengo que enseñar una cosa. Pero no la vendas ni hagas nada con ella, por favor -le dije.

-Vale.

Le dirigí a la sala de la máquina del tiempo. Abrió la boca sorprendido.

-¡Oh, dios mío! -consiguió decir.

-Me tengo que ir... Ya te explico en otro momento todo esto. Pero, por favor, no la toques.

-Ven esta noche a cenar con tu familia.

-Vale -dije contenta.

Me fui de su casa y lo primero que hice al entrar en la mía fue desayunar. ¡Estaba hambrienta!

Le dije a Daniel y a mi madre que Matthew nos había invitado a cenar. Más tarde nos arreglamos y fuimos a su casa.

-Buenas noches -dijo Matthew.

Le saludamos y nos ofreció pasar. La casa estaba como los chorros del oro. Había conseguido limpiar la espesa capa de polvo que cubría la superficie de la casa.
Cenamos y hablamos pero no pudimos contarle lo de la máquina del tiempo porque mi madre estaba delante y no queríamos que lo supiese.

Volvimos a nuestra casa. Estaba metida en la cama pero me levanté al escuchar un dulce sonido. Entré en la habitación de Daniel y me aproximé a su terraza. Estaba cantando y tocando con su guitarra nueva una canción preciosa de las que él había compuesto. Me senté a su lado. Me miraba con una linda sonrisa dibujada en sus labios. Cuando terminó de cantar acercó sus labios a los míos... Los besos fueron interrumpidos por mi madre que llamaba a la puerta del cuarto. La dejamos pasar, ella y yo nos sentamos en la cama y Daniel en la silla de su escritorio.

-Os tengo que decir algo... -empezó diciendo-. Mañana haced las maletas. Nos mudamos.

Me quedé pálida.

-¿P... Por qué? -pregunté asustada.

-Me han ascendido en el trabajo y me van a trasladar a California. Tengo que estar allí pasado mañana.

Mi madre salió de la habitación. Yo seguía pálida, Daniel estaba sin ninguna expresión en la cara.

-¡No me lo puedo creer! -dije entre sollozos. Me tapé la cara con las manos.

Daniel se quitó la camisa y los pantalones y se metió en la cama. Yo me metí en su cama, quería dormir esa noche con él.
No pegué ojo en toda la noche. El calor y los pensamientos de mudarme no me dejaban en paz. Solo daba vueltas y más vueltas. Y si me conseguía dormir me despertaba a los pocos minutos.
Mañana sería un nuevo día...

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