Capítulo 27

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Daniel me entregó un folleto. Era sobre una fiesta para despedir el verano. Se celebraría en la plaza de la ciudad.

-Vamos a tocar en la fiesta -dijo Daniel-, es este sábado. ¿Vas a ir?

-Sí. Pero... yo quería bailar contigo.

-Te prometo que en alguna canción bajaré a bailar contigo.

Nos besamos.

Para ir a la fiesta me puse un vestido corto con un poco de volante, unos pendientes, el collar del corazón que me regaló Daniel y unas sandalias.
Cuando llegamos a la plaza me senté en una de las mesas que había con Sophie. Daniel se fue con los demás chicos a practicar. A los diez minutos salieron a tocar y todas las personas comenzaron a bailar. En la segunda canción un chico se me acercó.

-¿Quieres bailar? -me preguntó.

No sabía si aceptarlo. Era mucho más mayor que yo y Daniel se pondría celoso. Acepté. Sophie salió a bailar con otro chico. Miré a Daniel mientras bailábamos: nos miraba fijamente y sonrojado, se estaba poniendo celoso. Cuando acabó la canción el chico se fue y Daniel vino hacia mí corriendo.

-¿Por qué bailabas con ese? -preguntó desagradablemente.

-Porque... Yo pensé que...

Me agarró de la cintura e hizo una seña a los de su banda, que comenzaron a tocar una canción lenta. Rodeé su cuello con mis brazos. El corazón me palpitaba muy rápido. Su mirada estaba llena de amor. Paré de bailar y puse cara de preocupación.

-¿Qué te ha pasado en el ojo?

-No sé. ¿Qué tengo? -preguntó.

Me acerqué pero no conseguí ver qué era. Comenzaba a anochecer y la escasa luz no permitía ver con claridad.

-Vamos a los baños del ayuntamiento -le dije.

Entré con Daniel al baño de hombres. Un chico que estaba lavándose las manos me miró extrañado. Daniel se miró el ojo. Estuvo un rato contemplándolo.

-Tengo un derrame.

Me acerqué a él y lo miré. El derrame le ocupaba más de medio ojo.

-Tienes que ir al médico.

-Ya se pasará él solo...

Volvimos a la plaza a bailar. Pasamos un par de horas allí y luego volvimos a casa.

El verano acabó y con éste se fueron las Navidades, Año Nuevo, los cumpleaños, San Valentín... El tiempo pasaba demasiado rápido.

Un día abrí la puerta ya que habían llamado a ella. Mi cara se transformó en una mezcla de tristeza y sorpresa.

-¿Lew? -dije frunciendo el entrecejo.

-¡Sí! ¡Qué alegría volver a verte!

Me dio dos besos.

-¿Cómo has sabido dónde vivía? ¿Por qué apareces después de tantos años? ¿No habías muerto? ¿Por qué...? -dije mientras las lágrimas empezaban a descender por mis mejillas.

-Oye, oye... No llores. Es que todo ese espectáculo de que moría y eso, pues, lo planeé. Quería hacer unas cosas y cómo tú seguramente no me dejarías pues... Pero, ¿a que soy muy buen actor? ¡Ja, ja, ja! Hace una semana regresé. Vi que un hombre había comprado mi casa. También me dijo que hacía un par de días os habíais mudado y le pregunté que adónde. Me dijo que a California. Y recorrí medio país hasta que te encontré. Ah, le he regalado la máquina del tiempo a aquel hombre.

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