Capítulo 26

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Al día siguiente hicimos las maletas. Cuando hube terminado fui a casa de Russell.

-Russell... -dije cuando me abrió la puerta.

-¡Hola! ¿Qué tal?

-Mal -dije mientras una lágrima caía por mi mejilla.

-¿Qué te pasa? -preguntó asustado-, pasa y me lo cuentas.

Pasé y me dirigí al salón, me senté en el sofá.

-Venga, cuéntame lo que te pasa.

-Mañana... Nos mudamos... -dije sollozando.

Russell puso cara de asombro. Se quedó sin habla. Se levantó y desapareció por unos instantes. Volvió a entrar al salón. Me entregó un disco.

-Toma. Es un disco de mis canciones, para que no te olvides de mí -dijo amablemente.

-Gracias.

Sonó el timbre y Russell fue a abrir. Entró con su acompañante al salón, era Luke.

-¡Hey, Nerea! -me observó la cara y añadió-. ¿Y esa cara?

-Mañana me mudo...

-¿Qué? -exclamó-, no puede ser. Anda no me gastes bromas.

-No son bromas. ¿Tú crees que estoy de humor para bromitas?

Se quedó pensativo. Luego se desabrochó una cadenita que solía llevar alrededor del cuello. La depositó en mi mano.

-No quiero que me olvides nunca -dijo tristemente Luke.

Me abrazó fuertemente. Me quedé en su casa durante un rato más y luego me fui. Como ya estaba anocheciendo fui a la pradera a ver la puesta de sol por última vez aquí.
Me senté en la fresca hierba. Soplaba un débil aire caluroso. La puesta de sol era preciosa, me recordó a los buenos momentos que había vivido aquí. Las lágrimas empezaron a recorrer mis mejillas. Me mordí el labio para intentar contener las lágrimas, pero no funcionó. Lloré desconsoladamente.
Antes de volver a mi casa pasé por casa de Matthew.

-Matthew, mañana nos mudamos...

-Oh, no puede ser... -dijo tristemente.

-¿Me prometes una cosa?

-Sí, ¿cuál?

-No toques la máquina del tiempo, por favor.

-Vale.

-Muchas gracias.

Llegué a mi casa melancólicamente.

-¿Dónde estabas? -me preguntó enfadada mi madre.

-Despidiéndome de...

-Nos vamos ya.

-¿No nos íbamos mañana?

-Sí, pero ahora nos vamos ya. El camión de mudanzas está aquí. Sube al coche.

Subí al coche. Daniel estaba sentado en el asiento del copiloto.

-¿En dónde has estado? Tu madre y yo hemos tenido que terminar de recoger las cosas.

No le respondí.

-¿Eh? -dijo.

-He ido a donde me ha dado la gana, ¿vale? -contesté bordemente.

A los cinco minutos apareció mi madre. Arrancó el coche.

-¿Vas a conducir de noche? -la pregunté.

-Sí.

Sería la primera vez que conduciría de noche. A mi madre no le gustaba conducir de noche.
Era noche de luna llena, era enorme, las estrellas brillaban.

Cuando desperté, era Daniel el que conducía, mi madre dormía plácidamente.

-¿Dónde estamos? -pregunté.

-En Utah. Falta poco para entrar en Nevada -contestó Daniel.

En un par de horas ya estábamos en Nevada.
Paramos en un restaurante a comer.
Por la tarde pasamos por Las Vegas, todo brillaba. Los casinos estaban abarrotados de gente.

Mi madre se cambió el puesto con Daniel. Ya era de noche. Ella conduciría lo poco que faltaba para llegar a nuestra nueva casa.

Mientras dormía sentí cómo el coche se había parado pero ni me inmuté. Alguien me agitó el brazo.

-Ya hemos llegado -anunció Daniel.

Bajé del coche. El camión de mudanzas llegaba en ese mismo instante. Los hombres que conducían descargaron el camión, depositando todas las cajas y muebles dentro de la casa. Entré en ella. Era enorme; con grandes ventanales por los cuales se podía ver la playa a unos pocos metros de la casa; era de dos plantas; bastante iluminada; las habitaciones eran el doble de grandes de las que teníamos en la otra casa. Me quedé boquiabierta, era hermosa.

-¿Esos hombres nos van a subir las camas? -pregunté a mi madre, estaba deseando meterme en la cama.

-Sí.

Los hombres entraron en la casa, cogieron las camas y las subieron, dejándolas en sus respectivas habitaciones.
Cuando se hubieron ido subí corriendo a la planta de arriba y elegí cuál sería mi habitación.
Era mucho más grande que mi antigua habitación, con una terraza con preciosas vistas al mar.

Descansé plácidamente toda la noche. Por la mañana salí a la playa con Daniel.
Las olas eran muy grandes. Me lo pasé muy bien tirándome encima de ellas y dejándome llevar hasta la orilla.
Más tarde dimos un paseo marítimo. Cogí conchas, caracolas, una estrella de mar...
Luego nos fuimos a comer y por la tarde volvimos a la playa. Después de varios baños me senté en la toalla. Alguien me estaba mirando fijamente. Le miré. No sabía quién era pero daba miedo.

-Daniel, ¿nos podemos ir a otro sitio? -le pregunté asustada.

-¿Por qué?

Le hice un gesto con la cabeza para señalar a aquel hombre.

-¡Eh!, ¿tienes algún problema? -le gritó al hombre.

-No.

-Pues parece que si que tienes alguno. ¿Estás seguro? No tienes edad de ir mirando a las chicas...

-Sí, estoy seguro. Pero creo que el que lo tiene eres tú. ¿Quieres que lo solucionemos? -dijo el hombre levantándose.

Daniel también se levantó.

-Vamos a solucionarlo -dijo el hombre-. ¡Piedra, papel o tijeras!

-¿Qué dices, tío? -dijo aturdido Daniel.

Daniel le dio un puñetazo en la nariz. El hombre se echó para atrás.

-¿Qué haces? Yo no quiero solucionarlo así -dijo sollozando-, yo quería jugar a piedra, papel o tijeras.

-Vale, tío. Que te vaya bien la vida, adiós.

Daniel volvió a la toalla y me ayudó a recoger. Volvimos a casa. Me duché y me puse el pijama. Luego decidí hacer un collar con las conchas que había encontrado en la playa. Me quedó precioso.

Daniel se integró bastante en nuestra nueva ciudad. Hizo amigos muy rápido y creó una banda de música con ellos. Yo no me integré tanto. Solo hice una amiga, Sophie. Su hermano, Ralph, era uno de los amigos de Daniel. Ella y yo les íbamos a ver en sus ensayos muchas tardes. Daniel era el vocalista; Ralph, el guitarrista; Tommy, el pianista; y George, el batería. Sus canciones eran espectaculares. Algún que otro bar les contrató para que fuesen a tocar por las noches.

Me lo pasé muy bien en verano, en mi nueva ciudad, aunque añoraba mi antigua casa, donde siempre había vivido, donde tenía mis amigos, mi familia...
Todos los días iba a ver la puesta de sol, unas veces sola y otras acompañada. Me sentaba en la húmeda tierra y miraba el cielo anaranjado. La brisa era suave, unos días fresca y otros cálida. El agua subía hasta acariciar mis pies. Pensaba en cómo sería mi vida, qué haría en el futuro, si formaría una familia...
De momento la relación que tenía con Daniel iba bien pero, ¿quién sabe?, podría pasar cualquier cosa. Pero era mejor no pensar en eso.

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