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殴打

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殴打

Al día siguiente cuando Kai llegó, tal como en el primer día, el rubio estaba rodeado de montones de niñas gritonas y eufóricas. El problema no era tanto el ruido (que detestaba), era que estaban justo en la entrada de la preparatoria. Intentó pasar desapercibida y asumió que como su cabello era negro al igual que muchas, y su altura no era tan sobresaliente, lo lograría, pero no se esperaba el grito de voz masculina que la hizo detenerse en seco:

— ¡Shibata-san! —sí, Kise. Tenía una mano alzada, llamándola con una enorme sonrisa.

Kai maldijo entre dientes porque con eso confirmaba que él tenía su libro; pero no estaba dispuesta de ninguna manera a meterse entre ese montón de adolescentes con las hormonas a mil y escuchar sus gritos hasta quedarse sorda sólo para recuperar el texto. Aunque pensándolo bien... definitivamente no. Sostuvo su bolso con un poco más de fuerza mientras chasqueaba la lengua, emprendiendo la huida hasta el edificio de aulas. Kise se quedó desconcertado, porque ella era una de sus fans, ¿no? ¿Entonces por qué no se había acercado o gritado algo como lo hacían el resto de ellas? Aún sin entender, esbozó una media sonrisa, por lo que los gritos se hicieron más fuertes. Vaya que esa era una fan muy rara.

Kai se dejó caer pesadamente sobre una mesa junto a la ventana en su salón, mientras soltaba un suspiro de agradecimiento porque no le tocó en la misma clase con el modelo. Procedió a sacar el libro nuevo para empezar a leer con tranquilidad pues aún faltaban algunos minutos para empezar clases; a su alrededor habían algunos cuantos estudiantes hablando entre ellos, formando sus respectivos grupitos, pero ella era la única que estaba sola, perdida en su nube de imaginación. Y así se sentía bien.

Abajo en el jardín, Kise emprendía su camino al edificio de la escuela, cuando alzó la mirada y se dio cuenta que Kai se veía a través de una de las ventanas del primer piso. Se quedó parado en su sitio sin darse cuenta, mirándola fijamente, aunque ella ni lo notó porque jamás volteó a devolverle la mirada. Estaba concentrada en algo, no sabía qué, pero de alguna manera le dio curiosidad saber qué era lo que robaba toda su atención. Finalmente sacudió la cabeza y siguió caminando hasta entrar en el edificio, justo cuando el sonido del timbre inundó el lugar.

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