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Laslie alzó a Rosse cuando ella se arrojó en sus brazos y Bastian se acercó con rapidez. Tomó a la niña con cuidado y acarició el rostro de la chica de los ojos celestes.

-¡No toques a mi hija!-gritó Dan a su espalda, completamente furioso.-No quiero que vuelvas a destrozar lo queda de mi familia. ¡Soltala!

Rosse bajó y corrió junto a su padre. Laslie miró a ambos, confundida. El colorado parecía fuera de si. Cuando se aproximó, ella se puso delante de Bastian.

-¡No quiero verte! ¿Por qué volves una y otra vez? ¿Por qué estás empeñado en arruinarlo todo? ¿Por qué no alejas a Laslie de vos? Va a terminar igual que Jessi y lo sabes. Ella va a ser tu Jessi, pero no voy a permitirlo. Si la queres, dejala ir.

Laslie sintió como la mano del de los ojos verdes, se apartaba de ella. Se volteó con rapidez y lo rodeó con ambos brazos. Pero Bastian la apartó con suavidad y acarició sus mejillas.

-¿Bastian?-preguntó con las lágrimas quemando en sus ojos.

-Él tiene razón. Tenes que quedarte acá, Laslie. Tenes... Necesitas estar a salvo de mi.

-¿De qué hablas?-preguntó, mientras él salía de la casa.-Bastian, no te vayas. Dijiste que...

Pero él arrancó el auto sin decir nada más y se marchó. Laslie miró la calle y sintió unos brazos en torno a su cuerpo. Volteó y Alec le dio el inhalador a la vez que volvía a abrazarla con fuerza. 

Esa fue la primera noche que ella vivió con su hermano. No cenó. Se sentó junto a la ventana y vació toda una caja de cigarrillos antes de quedarse dormida. Alec la tomó en brazos para dejarla en la cama. Era extraño verla de ese modo.  Sintió en su interior que ella había renunciado sin dar batalla alguna y quiso matar a Dan, porque ella lucía completamente feliz antes de que él abriera su boca.

Era cierto que a él tampoco le hacía gracia que su única hermana estuviera conviviendo y saliendo con quien había matado a la esposa de uno de sus mejores amigos, pero él parecía haber cambiado y ella lucía feliz. Era cierto que, la única vez que la había visto realmente aturdida fue la primer noche en ese callejón, pero no quería volver a verla así. Temía que escapara. Tenía que darle un motivo para no hacerlo. Tenía que convertirse en esa soga que le impidiera abandonar todo y darse por vencida con tanta rapidez. Lo haría. Convertiría a su hermana en parte vital de esas paredes, buscaría todo lo que necesitara para amarrarla a ese lugar, a esa pequeña familia, porque no pensaba perderla, no ahora que había vuelto a apilar todos sus juguetes para mostrárselos.



No es quien dice serDonde viven las historias. Descúbrelo ahora