VEINTIDÓS

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La dirección que me dio Daniel me condujo a un barrio completamente distinto al entorno que me acostumbré en el barrio de los marginados, pues termine por ir a para en un barrio residencial tranquilo, lleno de casas que no relucen por lo alegres, si no por lo pulcras que son cada una. Me guio por el número de casa y finalmente llego a mi objetivo. En un comienzo me da temor haberme equivocado de lugar y titubeo en llamar, pero luego de vigilar que nadie estuviese fuera tomo valor para tocar el timbre.

Al primer toque nadie responde, espero un poco hasta que la ansiedad me empuja a tocar una vez más. Al segundo llamado una mujer de edad, con un delantal gris me abre la puerta y sin preguntar quién soy me deja entrar.

Una vez en la casa, la señora me observa más detenidamente y casi como si me hubiera scanneado me dio una sonrisa de aprobación.

—¿Ha sido un viaje muy largo hasta aquí? —pregunta amable la mujer, que me tiende un vaso de limonada. Sorprendida por el gesto, lo acepto un poco temerosa.

—Sí, lo ha sido, pero me he logrado hacer la costumbre de movilizarme mucho caminando.

—Ya veo— Responde pensativa la mujer, que luego de una pausa prosigue, pero en un tono más bajo —Mire joven, la verdad es que el Doctor Jaime me ha dicho que no me relacionara mucho con usted por cuestiones de confidencialidad, pero, me es inevitable al menos saber cuál es su nombre... después de todo, viviremos en la misma casa y es un poco ilógico no saber ni siquiera su nombre, si es que no le incomoda.

La reacción de la mujer me sorprende y me hace gracia, el respeto con el que me trata siendo solo una extraña que acaba de llegar me parece curioso e incluso un poco cómico; por otro lado, la advertencia del doctor Zandaya me causa un poco de preocupación, haciéndome ver que la advertencia de Daniel del peligro de ser yo era una posibilidad real. Por lo tanto respondo al nombre que se me ha adjudicado ahora, desde aquí nadie conoce a Valentina.

—Maryann, mi nombre es Maryann Salgado. ¿Puedo saber el suyo, cierto?

—Claro, mi nombre es Clementina, pero usted dígame Cleme no más.

La señora Clementina es muy amable. Luego de un par de minutos, el doctor Zandaya llega al living y me explica que aquí viviré por el tiempo que fuese necesario hasta que me pueda reubicar en una casa residencial simple, legalmente él será mi tutor y, hasta que no cumpla los 22 años, viviré en este lugar. El doctor me explica que accedió a refugiarme porque mi actitud le recordó a la de su hija y por esto, personalmente se encargó de los trámites de mi registro de identidad. Resulta, que aunque el registro civil resolviera el problema de las identidades de gente muerta en Sub Terra, aun en el sistema hay unas pocas identidades que siguen activas, congeladas, como sin esperasen a un dueño. Esto sucede porque hace años atrás unos programadores de la resistencia lograron hackear el sistema creando cientos de identidades fantasmas que son tierra de nadie, pero oportunidad de varios de los condenados del Karma que han llegado aquí.

Luego de aclarar algunas de las reglas de la casa con el doctor, le dijo a Clementina que me llevara al que sería mi nuevo dormitorio.

~o~

Finalmente, después de un par de horas, Clementina y yo logramos acomodar y amoblar un poco el entretecho de la casa. Es un lugar un poco frío y oscuro, pero me dijeron que lo pintarían la próxima semana, a mi en verdad no me importa, ya es un gran favor que me reciban siendo una completa extraña aquí.

~o~

Los días avanzaban y comenzaba a sentir un poco de claustrofobia, el lugar es bueno, tengo tres comidas diarias y desde que comenzó la niebla no comía comida de verdad y no el engrudo alimenticio que nos daban en el barrio marginal; pero el tiempo es eterno sin poder salir de la casa. El doctor Zandaya lo veo solo a la hora de la cena, pues, si no está en el laboratorio, está en su despacho, y si no está ahí o está durmiendo o está comiendo. Dejándome como único contacto humano a Clementina. Sin embargo, en la casa también vive una chica llamada Ángela, la hija del doctor. Tiene el cabello corto, es delgada y muy silenciosa, de no más de 17 años. Siempre carga una mochila negra manchada con pintura, de la cual sospecho porqué está así desde una de las primeras veces que nos encontramos. Esto fue una noche, la chica estaba subiendo las escaleras y cuando me vio, pareció como si hubiese visto un fantasma y de su mochila resbaló una lata, la miramos al mismo tiempo y nos quedamos inmóviles, una frente a la otra, luego ella tomo su lata, me miró con cierto desprecio y se fue corriendo a su habitación.

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