ONCE

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Hoy es mi segundo día en el refugio, esta noche pude dormir un poco mejor, lo irónico es que me acosté a las cinco de la mañana y desperté a las siete pero descansé mucho más que la noche anterior que dormí mucho más. Andrés esta en su cama y trato de no hacer ruido para no despertarlo.

A penas despierto, busco el localizador que me ha dejado Daniel. He decidido hablar hoy con él a cerca de Matías. En realidad no sé que quiere hablar y estoy intrigada y aprovechando de que estoy un poco más despejada mentalmente, es un buen momento.

Tomo el pequeño aparatito y lo estudio un par de segundos. ¿Qué tenia que hacer para que Danny viniera? Luego recuerdo que tenía que apretar el botón superior de la pequeña cajita negra. Al apretarlo, la pequeña caja comenzó a sonar como si tuviera una abeja dentro.

Como acto reflejo lo lanzo sobre la cama y el pequeño aparatito proyecta un teclado y una pantalla más pequeña que las letras proyectadas. Me sorprendo al probar por primera vez el teclado, apretando la tecla con la letra "Q" en la pantalla superior aparece lo que indicaba el botón que acabo de presionar.

Quiero hablar.

Así de simple y breve.

Escribo y envío a las siete de la mañana y a las ocho, Daniel está en "casa". Al llegar, a parte de los rituales habituales de saludar, preguntar como van las cosas en la vida del otro y esas cosas; no hablamos mucho, lo único a parte de eso que me comunica es que iremos a un lugar alejado para hablar.

Caminamos al centro de investigaciones bioquímicas, solo por fuera, sin entrar al recinto a buscar algo. Danny me pide que espere fuera y entra a una especie de estacionamiento muy cerrado.

Espero un par de minutos y percibo el ronroneo de un motor a mis espaldas. Danny ha vuelto con una bella motocicleta negra y gris. Es muy parecida a las que había en el mundo normal, a excepción de un par de detalles, como que esta no tiene tubo de escape, entre otros que no alcanzo a visualizar automáticamente.

—Es una Bultaco Rapitan 2021, una rareza por estos sitios y uno de los pequeños lujitos que me doy.- Yo casi estoy babeando mientras Danny presume su belleza de vehículo.

—¿Sube señorita?— Dice con una sonrisa de oreja a oreja con una voz de charlatán adolescente de serie americana mientras me pasa un casco.

—Desde luego señorito— Le respondo en el mismo tono de voz seudo coqueto. —Pero antes de tener el placer de subirme a esta hermosa máquina, ¿A dónde me llevas?

—A un lugar muy conocido pero desconocido a la vez.

Y más misterios. No lo se, pero si todo lo que me ha sucedido en esta ciudad es obra del destino, el maldito que lo está escribiendo lleno de preguntas y respuestas abiertas, debe de estar riéndose en mi cara por mi ignorancia ante todo. Pero hay que admitir que después de todo por lo que he pasado, la incertidumbre en cosas no tan serias logra tener su magia. Resisto mi mala leche por la respuesta de Danny y solo subo a la moto.

No es nada del otro mundo, pero es bello volver a sentir a velocidad en la piel. Desde muy pequeña ando en moto. Lo hacia con mi padre y con mi tía y se al menos lo básico para poder manejarla. Esta es automática, y aunque se ve muy imponente, se siente muy ligero en viajar en ella. Me aferro a la espalda de Danny y luego de hacer un escaneo completo al vehículo. Miro el paisaje. Calles, callejones, mercados de notable presencia estatal y no libremente comercial por el aspecto monótono; edificios grises, unos más grandes que otros y a medida que avanzamos, el inmueble que se puede presenciar es más imponente que el anterior y así sucesivamente.

Hasta que llegamos a un sector que brilla por la cantidad de decoración y luces, las cuales están apagadas porque es de día. Es un barrio lleno de cafeterías, bares. Pero lo que más destaca en todo el sector es un gran edificio imponente y que parece llegar hasta el casi inalcanzable techo que cubre Sub Terra, que ya comienza a encender sus luces artificiales, pasando de una tenue iluminación a una más enérgica.

Llegamos y para mi sorpresa nos dirigimos al gran edificio. Creí que iríamos a una cafetería poco conocida, pero no invisible. Sin embargo, nos dirigimos al ostentoso gran edificio, que supongo que sirve para llenar la inconformidad hacia la represión de la gente.

El lugar ya está abierto para todo público y hay movimiento activo a esta hora.

A grandes rasgos, es un enorme centro comercial, con productos diversos. Tal vez con algo de exclusividad, pero como ya dije: ALGO. No es nada del otro mundo.

Subimos, subimos, subimos y subimos. Ascendemos a pie para mezclarnos entre el público y pasar desapercibidos.

Llegamos al último piso del monumento a la grandeza de la ciudad, y nos encontramos en un piso con galerías sin ocupar y cerca de una de ellas hay una escalera como de emergencias y una compuerta en el techo.

Danny mira hacia todos lados. Finalmente sube, abre la puerta lateral y sale a la que es al parecer: La superficie.

—Es seguro, ¡Ven!

El grito de Danny me despierta de toda clase de análisis que he hecho desde que salí de mi cama y solo actúo y hago lo que me dice.

Observo todo a mí alrededor, y después de tanto subir y subir y pensar y pensar, llegué a un punto en donde no queda más que observar, contemplar y callar todas las voces que se puedan sentir dentro y fuera de mi cabeza. Llegamos al borde de la infraestructura, limitado solo por una baranda de fierro que llega hasta mi cadera, esta es la única barrera entre el suelo y el sub suelo.

El vacío es imponente, el todo y nada de este lugar es tan fuerte que ambos logramos sentirlo, como una elipsis entre nosotros, no como un silencio incomodo, sino como un respiro y un ahogo, como la vida y como la muerte, no por el hecho de imaginarse volar hacia el vacío y el impacto posterior con el suelo., sino que este lugar te trae el sentimiento de que el estar al borde de la muerte es donde más te sientes vivo. El peligro, la adrenalina de saber que con un solo salto basta es impresionantemente estimulante. Yo que he estado a punto de morir varias veces me doy cuenta de esto ahora mismo.

Solo han pasado un par de minutos, parece mucho más. Pero como dice cierta canción que escuche cantar en alguna ocasión en boca de un amigo:

La vida es eterna en cinco minutos.

De pronto Daniel logra romper el prolongado mutismo:

—Bernard cree que tiene a la ciudad en su mano y tal vez la tiene. Pero, al estar aquí, me siento poderoso, porque él puede poseer toda esta inmensidad de territorio. Pero yo, aquí, ahora, tengo a Sub Terra a mis pies.

Hace una pequeña pausa y yo escuchándolo atentamente lo miro a los ojos, y ellos brillan, no logro entender lo que esos ojos castaños con destellos amarillos me dicen, pero el misterio acaba con una simple frase:

—Aquí tienes a Sub Terra a tus pies.

Su mano se posa en mi hombro y mi mano en su hombro, miramos al horizonte, sintiéndonos invencibles, que podemos cambiarlo todo. Ahora está esa simple pregunta, fácil de formular pero compleja de responder.

¿Cómo?

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