Una semana había pasado de la proposición de Francisco, una semana sin noticias de él. Sabía que estaba muy mal lo que estaba sintiendo pero no había nada que deseara más que quemarse en ese fuego que sentía por ese hombre prohibido.
Temía que él se hubiera arrepentido de su trato pero ese día le preguntaría en el confesionario, pero Francisco no llegó. El que vino a darles la misa era el viejo padre, el que estaba a punto de jubilarse. Con bastante tristeza se disponía a retirarse a su celda a última hora de la tarde cuando una de sus hermanas le dijo que la esperaban en el despacho de la madre superiora.
Curiosa cambió de dirección y se dirigió hasta allá. Llamó y esperó oír que le daban el permiso para entrar.
La religiosa no se ando por las ramas y le explicó enseguida cual era el motivo para haberla llamado:
-Hermana, el padre Francisco ha enfermado. Y le ha pedido al padre Rubén que sea usted su cuidadora. Dice que cuando hablaron el otro día usted le confesó sus dotes para curar con hierbas. ¿Estaría dispuesta a ir a cuidar al padre?-
Adela contestó mirando al suelo como casi siempre hacía:
-Si es lo que el padre quiere yo iré para cuidarlo como él ordena.-
-Pues hermana no sé cuantos días tendrá que estar allá hoy ardía en fiebre, así que yo la espero aquí vaya a recoger cosas que pueda necesitar.- Ordenó Rubén.
Ella asintió sin dejar de mirar el suelo, cualquiera podía decir que había algo muy interesante en él.
Salió de la estancia para dirigirse a su celda, cogió una vieja mochila, su padre no le había permitido coger muchas cosas de su antigua habitación.
Guardó sus documentos, dos hábitos limpios, ropa interior, el camisón y la bata. También su cepillo de dientes y algunas cosas de aseo más.
Sin sentir pena salió de allí, estaba deseando ver a Francisco. Saber si estaba bien. No sabía si lo de la enfermedad era una treta o era verdad.
Acompañada del viejo cura salió a la oscuridad de la noche, cogió su viejo abrigo de paño del armario de la entrada. Sacó los guantes de lana del bolsillo y se los colocó. Era invierno y hacía mucho frío.
En una media hora más o menos llegaron a una pequeña casa aislada del pueblo, aún faltaba como quince minutos para llegar a la civilización.
-¿Quiere que la acompañe arriba hermana?- Preguntó Rubén.
-No hace falta padre, vaya a su casa yo me encargo de todo. Váyase hace frio no vaya a resfriarse usted también.- Pidió Adela.
A pesar del frío esperó que el cura se alejara, después subió con cautela la escalera que llevaba a la vivienda. Tenían escarcha por los lados.
Nada más abrir la puerta el olor a alcohol la golpeó, también el frío. Enfadada encendió la luz y vio a Francisco durmiendo con la cabeza en la pequeña mesa redonda. Una botella de vino descansaba en su mano. "Parece un maldito borracho."
Frustrada paseó su mirada por la habitación, Descubrió la chimenea y la leña bien apilada en un rincón. Suspirando se acercó, echó los troncos las pastillas de encendido y tiró dos cerillas encendidas dentro. Dejó la caja de fósforos encima de la repisa de la chimenea.
El fuego empezó a chisporrotear y pensó que se quitaría el abrigo cuando la sala se empezara a calentar. Caminó por el corto pasillo y entró en el único dormitorio, el caos la saludó. Arrugó la nariz, cambió las sábanas, limpió el polvo, encendió la estufa, barrió y fregó.
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PECADO TERRENAL
RomansaElla quiso huir de su padre, del compromiso que quería imponerle. Entonces tomó la decisión más fácil. Él es un hombre con unas fuertes convicciones morales. Ninguno conoce el amor, ni el deseo. Dios decide que se conozcan. Saltarán chispas. Tendrán...