Ya era de noche y Adela miraba por la ventana, no podía dormir, no podía olvidar aquellos ojos verdes. Siempre la despertaban bañada en su sudor. Además no podía apartar de su mente a Javier, el hermano del hombre que ella pensaba que era su padre.
Miró la carpeta de documentos sobre la mesa de noche, ahí estaba la llave de su libertad, ¿pero tendría valor para usarla? ¿Para abrir sus alas y volar como un pájaro? Pensaba en el pueblo donde Javier probablemente la estaba esperando, el pobre hombre estaba solo en un hospital muriéndose, esperando tal vez por una hija que no sabía que tenía.
Unas lágrimas tristes rodaron por su mente y una voz le habló sobresaltándola, pero no sorprendentemente no era de miedo, era de deseo. Porque por más semanas que pasaran ella no podría olvidar aquel sensual timbre de voz.
-¿Qué hace una chica tan hermosa manchando su rostro con lágrimas?- Preguntó Francisco arrastrando las palabras, se notaba que había bebido.
Un relámpago iluminó la celda y lo vio sentado en su cama, un calor intenso le recorrió la espina dorsal. Se imaginó rodando con él por aquellas ásperas sábanas blancas. No pudo negarse el acercarse, pasó sus pequeñas y blancas manos por el sedoso cabello negro de él arrancándole un suspiro, no supo si de pesar o de placer. Ella olió el alcohol, él olía a ron.
-¿Por qué usted ha bebido tanto? ¿Y qué hace en mi celda? Si la madre superiora lo ve estamos fritos.- Advirtió Adela con la respiración entrecortada.
Francisco alzó la mirada hacía sus senos que se veían a través de la tela casi transparente del camisón, luego la miró a los ojos sintiéndose incomodo consigo mismo.
-Tenía que emborracharme para poder venir a verte. El alcohol me dio valor. Tus ojos me llaman todas las noches, me despiertan. Te deseo como nunca deseé nada. Pero eso está mal. No puedo desearte, soy un hombre de Dios.- Explicó él sintiendo que también le faltaba resuello.
Adela se agachó y sin miedo se colocó en medio de sus piernas, le miró a los ojos. Esos ojos verdes que también la despertaban por las noches.
-Tus ojos también me despiertan, también me llaman. Yo nunca conocí el deseo, ni el amor. Pero tú me haces sentir algo que no sé que es.- Reconoció ella con inocencia dejando de tratarlo de usted.
Sin poderlo evitar tocó su rostro y él se estremeció, Adela apartó sus manos e intentó alejarse de su cercanía. Francisco lo impidió agarrándola por los hombros.
Aquel contacto los quemó y supieron que podían ir directos al infierno con el calor que sentían en ese momento.
-No quites tus manos de mí. Me gusta que me toques. Nunca me gustó que me tocara nadie, me resultaba algo agobiante pero contigo se siente tan diferente.- Pidió él cogiendo de nuevo sus manos y volviéndolas a poner en su cara. Acercaron sus rostros cada vez más, mezclando sus alientos. Aquello era nuevo para los dos.
Juntaron sus bocas sin saber que hacer con ellas. Adela recordó una película, sacó su lengua y se atrevió a pasarla por sus suaves labios. Aquello se sentía bien, no parecía pecado. Solo eran un hombre y una mujer. Solo eran Francisco y Adela.
Él entreabrió la boca y ella se atrevió a pasear su lengua por sus dientes, disfrutando, investigando. Hasta que de casualidad se tropezó con la lengua de él. Francisco por instinto supo que tenía que hacer. Y empezaron un verdadero beso. Un beso que calentó su sangre y les hizo gemir, pararon cuando les faltó aire. Se miraron tratando de evaluar si algo había cambiado en ellos.
-Siento que quiero hacerte el amor.- Dijo él con los ojos cerrados.
-Y yo no quiero que mi primera vez sea en esta celda oscura, en este frío convento. Dentro de mí todavía existe una romántica que sueña con algo más hermoso para su primera vez con un hombre. Y quiero entregarte todo pero no aquí.- Pidió ella recuperando la normalidad en su corazón.
-¿Y qué hacemos?- Preguntó confuso él.
-Tú eres el hombre, tú debes saber que hacer.- Contestó ella dándole a entender que ella esperaría que diera el siguiente paso.
Volvieron a besarse pero esta vez él interrumpió el beso para irse corriendo. Estaba excitado y confundido y sabía que si se quedaba en aquella estancia cometería el peor pecado para un cura.
El pecado de la carne, el pecado terrenal. Adela decidió que era mejor olvidar, pero esos ojos unidos ahora a aquel intenso beso era lo que la desvelaba por las noches.
Un mes entero pasó, ella debatiéndose entre perder su juventud entre rezos y rosarios o coger la oportunidad que le dio Javier. Además estaba el hecho de tener que ver a Francisco, tener que confesarse con él y desear encerrarse con él en el confesionario.
Un mes y dos días contó mientras esperaba su turno de confesión, ese día se había situado la última en la fila. Se quedaría sola en la capilla con él, las demás según terminaban se iban a sus quehaceres. Le sudaron las palmas de las manos, se puso nerviosa.
-¿Estás bien?- Preguntó la hermana que estaba delante de ella en la fila.
-Si estoy bien solo cansada.- Respondió Adela murmurando.
La otra religiosa avanzó compasiva y avanzó sonriendo. Ella suspiró cada vez más intranquila. No tardaría mucho en quedarse sola con él.
Solo hacía tres días que lo había visto, que se había tropezado con sus ojos. Pero cada vez lo deseaba más.
Y por fin le llegó el turno, sudando y temblando entró en el confesionario.
-Hermana dime tus pecados.- Pidió Francisco con aquella voz que la hacía estremecerse.
-Mi único pecado padre es tener sueños pecaminosos con un hombre de ojos verdes y pelo negro. Ahora sé que lo deseo padre.-Confesó Adela sonrojándose.
Su único pecado era él y lo que soñaba hacer con él. Lo mismo le sucedía a Francisco.
-¿Estamos solos?- Preguntó él.
Adela se asomó y vio la capilla totalmente vacía y silenciosa. Se alegró de ello, eso les daba intimidad pero también el temor de que en cualquier momento podían ser descubiertos.
-Completamente solos padre.-
-Venga aquí.- Ordenó él deseando un beso como el de aquella noche que borracho se coló en su habitación. Otra parte de su cuerpo deseaba algo más que un simple beso.
Ella ansiosa obedeció, salió de su lado y se coló en el estrecho habitáculo. Tenían suerte de que aquel confesionario fuera tan antiguo.
A Adela no le quedó otro remedio que pegarse a su cuerpo, el espacio no les daba para alejarse. Ansioso y hambriento Francisco se apoderó de su boca. Tomó y exigió. Lo quería todo. Ella también.
-Ahora no estás borracho.- Dijo ella intentando no gemir.
-Solo estoy borracho por tus besos.- Contestó él contra su boca. Metió una mano debajo del hábito y se deleitó con la suavidad de aquella piel que ningún hombre había tocado. Solo él.
"Solo mía, mía y de nadie más." Gruñó su cuerpo. Y de repente la idea de lo que podía hacer para tenerla, para poseerla se coló en su mente.
-Ya sé que es lo que tenemos que hacer.- Confesó él seguro de su plan.
-¿qué harás?- Preguntó ella.
-Tú solo prométeme que dirás que si cuando tengas noticias mías.- Rogó Francisco.
-Lo prometo.-
Y se besaron de nuevo hambrientos de emociones nuevas. Cuando se separaron ella fue al baño para intentar refrescarse un poco el calor que sentía.
Él fue al comedor y la madre superiora extrañada por la tardanza preguntó a Francisco el motivo de tal demora.
-Yo tardé porque tuve que atender una llamada de mi móvil, la novicia me dijo después de la confesión que iba al baño.- Explicó él con su seriedad habitual, admirando su nueva capacidad de mentir.
En la foto de hoy Francisco.
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PECADO TERRENAL
RomanceElla quiso huir de su padre, del compromiso que quería imponerle. Entonces tomó la decisión más fácil. Él es un hombre con unas fuertes convicciones morales. Ninguno conoce el amor, ni el deseo. Dios decide que se conozcan. Saltarán chispas. Tendrán...