Cuando llegaron al convento los curas no se bajaron, ya era tarde, entonces Adela se despidió de ellos. Con paso cansado y arrastrando su maleta se dirigió a la enorme puerta de madera.
Odió tener que llamar a la campana a esas horas, no le gustaría que ninguna de sus hermanas se despertaran por su culpa.
Aurora abrió enseguida, es como si hubiera estado esperando justo al lado de la entrada, le hubiese gustado comunicarle su decisión en ese momento pero cuando la religiosa le dio un fuerte abrazo las palabras murieron en su garganta.
-Bienvenida a tu casa hija mía.- Dijo la madre superiora.
-Gracias madre, me está recibiendo como si pensara que no iba a volver.- Murmuró Adela sintiéndose sorprendida y al mismo tiempo culpable.
-No no es eso, me alegra que hayas vuelto tan pronto. Así no te perderás la fiesta. Ahora a dormir mañana será un día duro de trabajo.-
Se dieron las buenas noches y cada una se retiró a descansar en sus respectivas habitaciones.
Adela llegó a su habitación y dejó la maleta sin abrir en un rincón, se desnudó y se metió en la bañera para lavarse un poco.
Deseó que esa noche Francisco pudiera escaparse para estar con ella pero intuía que esa noche dormiría sola.
Después de asearse se puso un camisón blanco de tirantes y se sentó en la cama para llamar a su madre para avisarle de que había llegado bien. Le avisó también de que tendría que apagar el móvil porque no tenían permitido tener esos aparatos. Le prometió que llamaría en cuanto pudiera.
Echó una mirada a su alrededor y pensó en la fiesta, le agradaría mucho participar en ella. Como eran las verbenas en el pueblo las religiosas aprovechaban para celebrar ellas su propia fiesta.
Amasaban pan y diversos dulces, los ponían de exposición e intentaban venderlos entre los asistentes. Normalmente tenían tanto éxito que conseguían bastante dinero. Era la única época del año en la que aceptaban visitantes.
Todas las hermanas estaban en esos días más alegres de lo normal. Decidió que no le haría daño posponer su decisión unos días más.
Contenta se acostó a dormir, apagó la luz, se tapó con la sábana y esperó un rato despierta por si Francisco acudía a su lado.
Esa noche tal y como ella intuía él no apareció. Y lo extrañó. Se había acostumbrado a estar con él por las noches. Supuso que estaría enfadado por el empujón.
Por la mañana se despertó con mucha energía, pero con la hora pegada justa, se dio prisa en vestirse. Se puso la toga sin peinarse ya que no le daba tiempo. Se calzó las botas y corrió por los pasillos para llegar a la capilla para los primeros rezos de la mañana.
Después como siempre amasaron, pero esta vez el doble para preparar para la fiesta. Empezaba a marearse por el hambre así que dio un suspiro cansado cuando por fin terminaron y pudieron sentarse a desayunar. Desayunaron leche y pan duro como siempre.
Adela se sintió afortunada cuando Aurora le dijo que podía ir ella con la hermana Flora a vender el pan y las rosquillas al pueblo.
Corrió a coger dinero del que le había dado su madre. Y su teléfono móvil, si podía escaquearse haría una llamada que necesitaba hacer.
Volvió a apresurarse hasta llegar a la vieja furgoneta en la cual repartían. Disfrutó con el paseo y con las ocurrentes bromas de la religiosa.
Cuando llegaron al último lugar para entregar los últimos pedidos pidió permiso para ir al baño. Una vez allí abrió el grifo para que hiciera ruido, de un bolsillo interior sacó el móvil y marcó el número del doctor que atendía a su verdadero padre. Quería saber cómo estaba realmente él y uno de los documentos que Javier le había entregado ponía el nombre y datos de contactos del médico.
-Hola doctor, no me conoce soy Adela Martínez. Y quería conocer el estado de Javier...- Se presentó ella.
-Javier Martínez.- Interrumpió Raúl Griñanes que se preguntó cómo podía sentirse atraído por una voz tan dulce y tan aniñada como la de la persona que lo llamaba. Luego se dio cuenta del apellido de la chica y preguntó curioso: -¿Cómo es que tiene los mismos apellidos de mi amigo y paciente?-
-Porque es mi padre.- Contestó Adela sintiéndose liberada, decir en voz alta con tanta facilidad que Javier es su padre la hacía sentir bien. Luego continúo hablando: -Y no es por ser maleducada pero tengo mucha prisa y quiero saber a ciencia cierta cómo esta mi padre. Por favor.-
Raúl no supo porque la obedeció pero le contó con todo detalle todo lo que Adela quería saber. Después ella le dijo que pronto lo volvería a llamar. Después colgó precipitadamente.
Flora estaría preguntándose donde se había metido. Cuando llegó a su lado se disculpó poniendo de excusa que algo debió de haberle hecho daño porque estaba indispuesta.
El camino de regreso al convento lo hicieron charlando de la fiesta y de lo emocionadas que estaban por ella. Adela pensó que pronto tendría que comunicar su decisión, pero antes le gustaría hablar con Francisco.
Pero eso no fue posible, se pasó dos días sin saber de él y cuando por fin llegó el día de abrir las puertas del convento Francisco llegó junto con el padre Rubén para dar la misa, bendecir los alimentos y confesar a las hermanas.
Ella aprovechó su turno de confesión para hablar con él, en realidad se sentía muy molesta.
-Hermana confiese sus pecados.- Dijo Francisco.
-Fran tenemos que hablar.- Susurró Adela.
-Ahora no es el momento.- Protestó él.
-Me da igual, te he estado esperando estas noches para hablar contigo y tú nunca has aparecido.- Expuso ella intentando no alzar la voz y después de una pequeña pausa continuó: -Creo sinceramente Fran que es mejor terminar con esto. Esta relación nos hace daño y nos pone en peligro. Así que es mejor dejarlo así.-
No era eso lo que quería decirle, en realidad eran otras dos cosas pero en ese momento creía que lo mejor para los dos era terminar con esa relación prohibida.
No esperó que le dijera nada, salió del confesionario y se apuró para irse al patio a mezclarse con la gente. Pero Francisco no estaba dispuesto a dejar las cosas así. Por eso la buscó y no paró hasta que la encontró.
Disimuladamente se acercó y la agarró por un codo arrastrándola con él. La llevó al jardín de atrás que estaba bastante alejado de la gente y del ruido.
La abrazó posesivamente, esa mujer le pertenecía en cuerpo y alma. No podía dejarle, no podía abandonarle.
-¿Por qué quieres dejarme ahora?- Preguntó Francisco enfadado.
-No insistas, esto me duele tanto a mí como a ti. ¿Qué futuro nos espera Fran?-
Él se sintió desesperado, frustrado, ofuscado y no pensó. No midió las consecuencias, ni ella tampoco cuando sintió su boca caliente encima de la suya, exigiendo, tomando, arrastrándola al pecado.
Francisco fue empujándola hasta que su cuerpo chocó contra la pared, ella se vio obligada a enredar las piernas en su cintura.
Él subió sus faldas y haciendo a un lado sus braguitas la penetró con rudeza. Bombeó unas cuantas veces para volverla loca y preguntó con la voz ronca.
-¿Estarías dispuesta a perder esto?-
Adela no pudo responder, solo sentía e intentaba no gemir. No consiguieron escalar a esa cima que conquistaban cada vez que hacían el amor porque una voz ronca y grave los sobresaltó:
-Sois unos pecadores, os echaré fuera de la iglesia. Os arrastraré a la vergüenza pública. Os quiero ver en menos de quince minutos en el despacho de la madre superiora.-
Lo vieron alejarse y Francisco se pasó las manos por el pelo asustado. Todo era culpa suya pero porque ella le había provocado.
Ella temió haber invocado al demonio, esperó no haber desatado el infierno en la tierra. Cogió de la mano a Francisco para ir al despacho, pero él la rechazó.
Adela sintió el vacío de su rechazo. Vacío y dolor. Sin mirarlo echó a andar hacía el convento, quería que la juzgaran rápido para poder pasar ese mal trago.
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PECADO TERRENAL
RomanceElla quiso huir de su padre, del compromiso que quería imponerle. Entonces tomó la decisión más fácil. Él es un hombre con unas fuertes convicciones morales. Ninguno conoce el amor, ni el deseo. Dios decide que se conozcan. Saltarán chispas. Tendrán...