Se aseguró que llevaba todo lo que necesitaba para volver apresuradamente al despacho de la madre superiora.
Cuando llegó el padre Rubén aún no había llegado, así que se sentó pacientemente a esperar. Aurora la miró por encima de sus gafas y soltó lo que llevaba tiempo sospechando:
-¿Qué te traes tú con el padre Francisco?-
Adela se agarró a la silla sintiendo que se desmayaría, no creía que lo suyo con Fran fuera tan evidente. Tragó saliva y se dispuso a negarlo todo, pero la monja no estaba dispuesta a dejar las cosas así:
-Solo quiero que te queden claras un par de cosas. Porque si es verdad lo que intuyo, arderéis en el infierno los dos, si alguien más que yo se entera os echarán. Tendréis un expediente manchado y marcado. Y eso en el mejor de los casos, porque él puede alegar que tu lo sedujiste para que la única perjudicada seas tú. Lo han hecho muchos curas.-
-No él no haría algo así.- Murmuró en voz baja ella, pero Aurora la oyó, entonces rodeó la mesa, separó sus manos para cogerlas entre las suyas.
-Hija mía, tú eres joven e inocente. También muy buena. Él como todos los demás es un hombre. No se puede confiar en los hombres. Tarde o temprano la decepcionan a una.-
Adela intentó no llorar, intentó no derrumbarse con semejantes palabras. Quiso pensar que la madre superiora hablaba por una mala experiencia con algún hombre.
No pudieron seguir hablando porque llegó el padre Rubén para llevarla a la estación. El viejo inundó el lugar con su chillona voz.
Se despidió de Aurora con un asentimiento de cabeza. Después salió detrás de Rubén.
Agradeció que cuando llegaron a la estación el tren que la llevaría a su destino ya estuviera allí. Se dio prisa en despedirse de su chofer particular.
-Padre bendiciones y millones de gracias por traerme.-
-Dios me la bendiga hija y que con su infinita misericordia te proteja. Rezaré por su padre. Y por su madre.-
A paso apresurado se dirigió al andén, suspirando entró y buscó su asiento. Pensó las cinco horas de viaje las pasaría dándole vueltas a las palabras de la madre superiora.
Pero apenas la locomotora comenzó a andar ella se quedó inmediatamente dormida. Estaba verdaderamente agotada de lo poco que dormía. No se despertó en todo el viaje.
Cuando abrió los ojos el tren ya se había detenido, se estiró, cogió su mochila y salió al exterior. Por un momento se sintió desubicada. Luego aspiró el aroma de la ciudad y descubrió que lo había extrañado. Miró más allá y se le llenaron los ojos de lágrimas. "Estoy en casa." Pensó sintiéndose de repente feliz.
Subió las escaleras mecánicas con una estúpida sonrisa en la cara, entró en la estación y fue hasta las máquinas expendedoras para comprar su ticket de metro. Podría haber cogido un taxi, pero prefirió el transporte público.
Buscó las escaleras que la llevarían a los confines de la tierra. Una vez en el subsuelo se sentó en un banco del arcén a esperar su transporte. Las pantallas ponían tres minutos.
Se alegró de que nadie la mirara, le gustaba pasar desapercibida. Le gustaba el anonimato que da una ciudad. A nadie le importa la vida de los demás, cada uno iba a lo suyo.
Diez paradas después llegó a su destino, salió al intercambiador y esperó el autobús que la llevaría a la puerta del hospital, de nuevo una pantalla le indicó que el tiempo de espera eran diez minutos.
Al llegar al hospital preguntó en recepción por su padre, no tenía un teléfono móvil para llamar a su madre para decirle que había llegado.
La recepcionista le indicó que su madre estaría en la sala de espera ya que en esos momentos estaban operando a Germán.
Con paso decidido se dirigió hasta allá, buscó entre todas las personas el rostro amable y bello de su madre, cuando la divisó se acercó hasta ella.
-Mamá.- La llamó pero no le hizo caso, por eso le dio un ligero toque en el hombro para llamar su atención.
-¿Adela?- Preguntó confusa Manuela, nunca había visto a su hija con hábito, se levantó emocionada y le quitó la toga de la cabeza, dejando su larga melena al aire libre.
-Mi niña. Mi pequeña.- Dijo llorando la madre abrazando a Adela.
Ella le correspondió al abrazo descubriendo que la había echado mucho de menos. Esa mujer era su mamá y escondía un gran secreto que debía desvelar, porque ella merecía saber la verdad.
-Mamá tenemos mucho que hablar.-
-Lo sé, cuando sepa como salió tu padre de la operación iremos a casa. ¿De acuerdo?-
A Adela no le quedó otro remedio que esperar a tener noticias de su padre para poder descubrir la verdad. O más bien descubrir la versión de su madre. Porque la de Javier ya la tenía.
Pensó mientras esperaba en Fran, le añoraba tanto que dolía. Se preguntó si él también la extrañaría tanto. Luego recordó las palabras de Aurora y se estremeció.
Ella conocía bien a Francisco, sabía que era bueno. Creía que nunca la engañaría ni la haría daño.
Él había sido su primer amor. Tan perdida estaba en sus pensamientos que no se dio cuenta que una enfermera se había acercado a su madre para dar información sobre Germán.
El momento de saber su verdadero origen se acercaba. Y eso la ponía nerviosa.
Manuela se acercó a ella con una sonrisa de alivio en su rostro. Cuando llegó a la altura de su hija le informó:
-Llamaré a la tía Elisa para que se quede pendiente de tu padre para yo poderme ir contigo a casa.-
Adela pensó en la hermana de su padre y se estremeció, nunca le había gustado aquella amargada mujer. Siempre buscando poner el dedo sobre la herida.
Se resignó a esperarla, se dejó caer sobre una silla pensando cuanto más tendría que esperar para saber.
En la foto de hoy la madre Aurora.
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PECADO TERRENAL
RomanceElla quiso huir de su padre, del compromiso que quería imponerle. Entonces tomó la decisión más fácil. Él es un hombre con unas fuertes convicciones morales. Ninguno conoce el amor, ni el deseo. Dios decide que se conozcan. Saltarán chispas. Tendrán...