CAPITULO 11º: ENCONTRANDO UN HOGAR:

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Una vez que Adela llegó a la estación se informó de cuál era la mejor combinación para viajar hasta el pueblo donde vivía Javier. La mejor opción era la que ella misma ya había pensado. Y tenía la suerte que en media hora salía un tren.

En tres horas y media llegaría a su destino, compró el billete para Ávila y se sentó en el banco del andén para esperar su tren.

Francisco se despertó y se desperezó, tocó el lado contrario y se sorprendió cuando solo tocó el vacío. Se sentó y luego se levantó para buscar por la pequeña vivienda.

Volvió a la habitación pasándose la mano por el pelo, ¿dónde podría haber ido Adela? ¿Quizá a comprar?

Paseó su mirada por la habitación y vio la hoja doblada sobre la almohada. Con manos temblorosas se acercó a cogerla.

Cuando terminó de leer dejó caer su cuerpo hasta el suelo llorando desconsoladamente.

"He sido un autentico cabrón con ella, si volviera no la dejaría marchar. Se quedaría aquí conmigo." Pensó Francisco.

Se engañó a si mismo pensando que ella cambiaría de idea y volvería. Él se quedó toda la mañana sentado en el sofá con una botella de vino sin abrir entre las manos.

Esperó y esperó, más ella no llegó, después de comerse la comida que Adela le había dejado preparada se quedó dormido en el sillón.

Soñó con cuervos negros y precipicios muy hondos, se despertó sobresaltado y se asustó cuando vio a un hombre sentado sobre el taburete esperando que se despertara.

Lo miró y lo miró, después de unos instantes se dio cuenta que era el obispo. Un miedo amenazante se apoderó de su garganta, sintió que se le oprimió el corazón.

Su móvil sonó avisando de un mensaje entrante, entonces se levantó apresurado para ver que era.

Lo desbloqueó y leyó el mensaje, no conocía el número. Pero cuando leyó las primeras líneas supo sin dudar quien era.

"Cariño sé que quizá debí esperar que te despertarás para despedirme pero no tuve valor. Si me hubieses rogado me hubiese quedado. Y no quiero ser la amante de un cura. Porque dolorosamente sé que no quieres dejar el sacerdocio por mí. Pero he decidido que te voy a dar una oportunidad. Una oportunidad a este amor que yo siento. Porque aún estoy dudando que tú me ames. El sexo no es amor. Demuéstrame lo que sientes por mí viniéndome a buscar, renunciando a todo. Por mensaje te mandé la ubicación donde estoy. Esperaré por ti durante un mes. Luego me marcharé a cuidar de mi padre y daré por finalizada nuestra historia. Esta mujer que te quiere: Adela."

Francisco apretó el móvil junto a su pecho, debatiéndose entre lo que tenía que hacer. ¿Por qué si dejaba el sacerdocio de que viviría? ¿Conseguirían ser felices? ¿O lo que habían tenido era algo tan efímero como el tiempo?

Entre todas esas preguntas se debatía él, se sentía perdido, no sabía que hacer. Y mientras intentaba tomar una decisión, una voz ronca le habló.

-Sé lo que pasa por tu mente. Pero no puedes traicionarte por una mujer. Tu primera opción fue dedicar tu vida a Dios. ¿Por qué cambiar ahora? ¿Por una chica que ahora debe estar muy lejos? ¿Por una pecadora que no dudará en meterse con otros hombres? Eres hombre, lo sé, tienes debilidades. También lo sé. Pero esas debilidades tienen solución sin atarte de por vida a alguien que te está obligando a dejar la vida que tu amas. ¿Y por qué te obliga? ¿Para que te consumas en el pecado como ella? ¿Para alejarte de Dios? Créeme si te digo que no tendrás paz ni felicidad si abandonas todo esto.-

Francisco volvió a pensar aturdido por las palabras del viejo y malévolo cura. No se dio cuenta de que lo estaba atrayendo, de que le estaba convenciendo de no abandonar su carrera religiosa.

El único que tenía poder para decidir su futuro era él mismo. Nadie más, pero como un tonto se dejó liar y confundir.

Adela llegó a una ciudad que a simple vista le gustó, se bajó del tren y echó un vistazo a su alrededor. Estaba cansada y hambrienta.

Sus ojos se posaron en una vieja posada, le hacía falta una mano de pintura y por lo que pudo observar también le hacían falta clientes. Cruzó la calle y entró en el antiguo local.

Esperó que tuvieran algo de comer. El dueño del bar le explicó que había perdido muchos clientes desde que su esposa falleciera y sus hijas marcharan a la universidad a estudiar, pero le ofreció un plato de lo que él mismo iba a comer.

Adela puso como condición él comiera con ella. Charlaron animadamente durante la comida. Y se le ocurrió una idea brillante.

-¿Cómo se llama?- Le preguntó Adela al hombre.

-Fermín.- Contestó él dándose cuenta que no se habían presentado.

-Bien, Fermín se me ha ocurrido una idea, ¿le gustaría recordar viejos tiempos y de paso ganar algo más de dinero?- Preguntó ella.

-¿Para qué? Dentro de dos meses me jubilo, cerraré el local.- Contestó él extrañado, se preguntó donde quería llegar aquella chica.

-Bueno pues con mayor razón. ¿No quiere tener recuerdos que atesorar? Recuerdos de este bar lleno de gente. Yo cocinaré y limpiaré. Usted estará detrás de la barra.- Propuso ella deseando que aceptara.

-No estaría tan mal, la verdad me pone triste ver esto tan vacio. Me apena estar aquí solo oyendo los ecos del pasado.-

-Entonces yo creo que ya hemos llegado a un acuerdo. Yo no quiero un sueldo, solo quiero una habitación en la que quedarme. Ya esta no necesito más.- Pidió ella.

-¿Eres un ángel enviado por Dios? Está bien, estaré loco pero acepto, dos meses para atesorar buenos recuerdos.-

Adela sonrió y le dijo como se llamaba ella, ya que no se lo había dicho. Con una sonrisa llevó los platos vacíos a la cocina para fregarlos y guardarlos.

Su plan consistía en darle una oportunidad a Francisco, solo así podría continuar con su vida. Porque si él no la buscaba sabría que nunca la había querido. Y si la buscaba tenía ante ella una oportunidad para ser feliz con él.

Con esperanza cogió su móvil del bolso y le mandó un emotivo mensaje más la dirección de donde estaba. Después llamó al doctor que atendía a Javier para preguntar como estaba.

Se sintió más tranquila cuando él le dijo que todo parecía estar bien. Colgó sintiéndose en paz.

Fermín se reunió con ella en la cocina y le dijo que había abierto todas las ventanas de la planta alta porque como ya no se utilizaba aquella parte de la casa tenía humedades.

Cerraron la puerta del local para que Adela subiera a mirar y eligiera la habitación que más le gustaba, eran dormitorios pequeños y antiguos. Conservaban el papel de pared, estaba casi nuevo a excepción de algunas manchas de humedad. Era verde con hojas blancas.

Ningún cuarto tenía baño, el único baño estaba al fondo del pasillo y también era antiguo. Azulejos blancos y baldosas del suelo azules. Los sanitarios también eran blancos. La bañera tenía patas de bronce imitando las garras de un león.

Era hermoso, le gustaba todo aquello. Pero necesitaba una buena mano de limpieza.

-Supongo que querrás limpiar todo esto. ¿Qué necesitas?- Preguntó Fermín.

-Necesito mucha lejía, escoba y recogedor, cubo y fregona. Friegasuelos y limpiador de madera. Todo en mucha cantidad. Y trapos muchos trapos.- Contestó emocionada ella.

Mientras esperaba que Fermín le trajera todo lo que había pedido ella investigó la planta alta y descubrió un cuarto de lavado y una azotea para tender.

Un tambor de Ariel de los viejos estaba encima de la lavadora, también suavizante. Y dos botellas llenas de amoniaco. Abrió las ventanas y puso a andar el electrodoméstico para saber si funcionaba. Así también se lavaría. Con una vieja escoba barrió todo, después quitó todas las cortinas y colchas para subirlas a lavar.

En unas cuantas horas aquel lugar parecía haber recuperado el esplendor del pasado. Adela sintió que aquel era su hogar. Algo que nunca había sentido ni siquiera de pequeña.

PECADO TERRENALDonde viven las historias. Descúbrelo ahora