CAPITULO 9º: VERGÜENZA:

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Avergonzada y sin atreverse a mirar a la madre superiora a la cara se sentó en la silla más alejada. Poco después entró también Francisco y se sentó a su lado tal vez porque era la única silla disponible. Los dos tragaron saliva no sabían que podían esperar de esa reunión.

La persona que los había descubierto entró con su enorme túnica negra en el despacho y sonrió ladinamente, Adela supo que él no era buena persona. Supo que intentaría destrozarla por medio de la humillación.

Miró por última vez a Francisco, estaba pálido y abstraído. Tuvo ganas de sacudirlo para que reaccionara. Para que al menos le dijera algo.

Pero el hombre no les dio ninguna oportunidad, empezó el ataque sin piedad y sin tocarse el corazón.

-Eva empezó con la maldición que continuaron millones de mujeres después de ella. La mujer es tentación, es la creación del diablo. Y aquí tenemos hoy un claro ejemplo, no encuentro calificativos para describir a esta pecadora. Y la madre superiora aquí presente es tan idiota que no se dio cuenta que metía al demonio en este convento. Y como no se dio cuenta aquí tenemos las consecuencias...-

Adela explotó, ese hombre se estaba pasando, ser obispo no le daba derecho a hablar como lo estaba haciendo. Encima le dolió que Francisco no hiciera nada por defenderla. Su opinión por él estaba cambiando. Lo estaba bajando del pedestal donde lo tenía.

-¡A ver señor! ¡Aquí la madre superiora no tiene la culpa de lo que nosotros hayamos hecho! La hemos engañado como hemos engañado al resto del mundo. ¡Y tranquilo eso que vio no se volverá a repetir!- Exclamó ella interrumpiendo al cura. No le importó que la tacharan de maleducada.

Francisco salió corriendo incapaz de aguantar tanta vergüenza, dándole a entender a Adela su cobardía.

Adela estaba que echaba humo, se levantó de la silla sintiéndose defraudada y se acercó a Aurora.

-Perdóneme madre, yo no quería que esto pasara. Me voy del convento. Gracias por aceptarme, gracias por darme un techo. Gracias por todo.- Luego se dirigió al obispo y le dijo: -Puede usted estar tranquilo, ya me voy.-

Después de decir eso salió de allí con la cabeza muy alta, no se arrepentía de lo que había vivido. Había conocido el amor, la pasión y el deseo. Y también había descubierto lo que era sentirse defraudada por alguien por el que ella hubiera dado la vida.

Se sorprendió de que a pesar de tener ganas de llorar, las lágrimas no acudieron a sus ojos. Tenía que ser fuerte en esa nueva etapa de su vida.

Llegó a su habitación y terminó de guardar lo poco que tenía, luego se sentó en la cama suspirando. Echaría de menos aquel lugar, en el fondo no había sido tan malo estar allí.

Aurora entró en el cuarto sin llamar y se sentó con ella, la abrazó con la ternura de una madre.

-El obispo se ha ido, dice que vino porque recibió una llamada avisándole de que algo muy malo sucedía aquí.- Informó Aurora.

Adela supo quien era la persona que había llamado, la vieja que los pillara en el baño. Ella cogió las manos de la religiosa y le dijo:

-Esto no es culpa suya, es culpa nuestra por no saber contenernos. Yo siento mucho la vergüenza que haya tenido que pasar por culpa del obispo.-

-No pasa nada. Solo quiero que tú estés segura de lo que quieres hacer. Si te quieres quedar aquí y seguir siendo religiosa yo luchare contra viento y marea para que esto se olvide. Pero si te quieres marchar no te detendré. No me respondas ahora, tomate dos días, creo que serán suficientes para decidir.- Pidió con ternura Aurora.

Ella no se pudo negar, vio tanta bondad y dulzura en sus ojos que aceptó quedarse dos días más. Aunque sabía que tendría que marcharse. No pensaba que le fuera a ser tan difícil abandonar ese lugar.

Dos días más permaneció allí aguantando la vergüenza que le daba oír murmurando a las demás sobre ella y Francisco. Dos días en los que trabajo tanto o más que ellas. Dos días en los que no lograba conciliar el sueño porque se sentía vacía sin él. Sentía que lo echaba tanto de menos que dolía.

Deshizo la cama y puso a lavar las sábanas y mantas, después dejó el cuarto como los chorros del oro. Se dio una ducha corta y se vistió con un pantalón largo negro de vestir y una blusa blanca de manga larga. Se hizo una trenza en su larga melena. Se sentía desnuda sin la toga del hábito, se sentía extraña con aquellas ropas. Cogió todas sus pertenencias y con los ojos llenos de lágrimas salió de allí. Dolía dejar el hogar. Porque aquel convento había sido para ella su casa.

Fue al despacho de la madre superiora, tocó y esperó a oír el adelante para entrar. Cuando entró abrazó a Aurora volviendo a agradecer todo lo que había hecho por ella.

-Lamento que al final tu decisión haya sido marcharte. De verdad que lo siento. Pero te deseo toda la suerte del mundo. Que Dios te proteja haya donde vayas y te de felicidad.- Se despidió la madre superiora.

-Madre ¿sabe algo de Francisco?- Preguntó Adela bajando la mirada al suelo, le avergonzaba preguntar por él, pero no podía evitarlo. Amaba a aquel hombre tanto que no podía evitar preocuparse.

-Hace tres días que no se sabe de él. El padre Rubén no hace más que ir a su casa y todo está cerrado a cal y canto. Si no da acto de presencia pronto tendremos que buscar otro sustituto porque el padre Rubén está muy mayor ya.- Contestó la monja con voz enfadada.

-De verdad que siento todo esto, tantos inconvenientes. Dios me la bendiga madre.- Dijo ella apresurándose en salir del despacho.

Ya fuera llamó a un taxi para que la fuera a recoger, la tentación de marcharse sin despedirse de Francisco era muy grande, estaba desilusionada con él. Pero también necesitaba verle. Proponerle que se fuera con ella. Quizá todo lo que había pasado era una señal para estar juntos.

Espero impaciente que llegara su vehículo a recogerla, cuando lo hizo le dio la dirección de Francisco. Después de unos interminables minutos divisó a lo lejos la casa y se sintió profundamente nerviosa. "Ojalá quiera marcharse conmigo." Pensó ella con esperanza.

Pagó al taxista y bajo del coche, llevó su pesada maleta a la parte trasera de la casa. La dejó en el establo. Aunque no creía que nadie le fuera a robar.

Sintiendo que se ahogaba subió las escaleras y tocó fuerte a la puerta, escuchó que algo se arrastraba dentro. ¿Y si estaba herido? Se preguntó ella asustada.

-Fran cariño soy yo abre por favor. Necesito verte.- Pidió casi gritando.

No dejó de tocar en ningún momento, hasta que consiguió que la puerta se abriera. Horrorizada se llevó las manos a la boca. Apestaba a alcohol, estaba desaliñado y no se había afeitado.

-Fran, ¿Cómo estás así?- Preguntó ella preocupada tocándole la mejilla, pero él retrocedió hacía atrás para evitar ser tocado.

Adela sintió que sus entrañas se estrujaban ante aquel evidente rechazo, pero lo que le dolió aún más fueron sus palabras.

-Vete de aquí. Ya me has hecho caer, ya has hecho que todos me odien, vete.- Pidió él con voz de borracho.

Adela pensó que no podía hablar con Francisco en aquel estado así que enfadada lo empujó dentro de la vivienda y cerró la puerta con llave.

Dios aquella casa olía tan mal que se le revolvió el estomago, de mala gana abrió todas las ventanas.

Preparó la bañera y empujó a Francisco para llevárselo hasta el baño, vestido le tiro dentro del agua.

Luego le desnudó y metió la ropa en la lavadora. Le bañó con agua fría y montones de jabón.

-¡El agua esta helada!- Protestó él.

-Te fastidias, a ver si así se te aclaran las ideas.- Dijo Adela.

Después quitó las sábanas y le puso limpias, le ayudó a salir de la bañera, le secó y le empujó hasta la cama. Lo tiró allí de malos modos desnudo. No se molestó en taparle ni en ponerle pijama.

"Que se joda si pilla un resfriado, hombre débil e inútil." Pensó ella con enfado.

PECADO TERRENALDonde viven las historias. Descúbrelo ahora