Camino por el pasillo en dirección a mi habitación, en tanto la luz tenue adosada a las paredes me ilumina el trayecto. Es de madrugada, las cuatro, quizás las cinco. Me tambaleo graciosamente, o al menos a mi me resulta gracioso. Apoyo una mano en la pared, mi equilibrio está ligeramente trastocado por el alcohol que he consumido esta noche.
Abro la puerta y el interior está a oscuras y vacío como tantas otras noches desde que he regresado. Llevo tantas noches sin verte, tantas sin poder llegar a ti. El licor durante esta noche ha sido un bálsamo para aplacar esa soledad. Ansió verte, estar contigo y reírnos en medio de las caricias por la torpeza que ahora tiene mi cuerpo.
Me quito los zapatos y me siento en el borde de la cama, dejándome caer. Observo por un instante el techo blanco bajo la luz que entra por la ventana. De pronto me inunda la desesperación. No puedo encontrar el modo de regresar a ti. Cierro los ojos e intento concentrarme. Te pienso, te pienso... te pienso. No obtengo respuesta sólo el vacío de la habitación en la que me encuentro, sumergido en la soledad, en el silencio y en la necesidad.
Se me escapa un suspiro que busca liberar la frustración y el dolor. Vuelvo a intentarlo.
¿Cuántas noches llevo haciéndolo?
¿No me sientes desde la distancia?
¿No sientes, desde ese sitio en el que estás, el clamor de mi alma?
¿No me escuchas?
Nuestro vínculo debería ser lo suficientemente fuerte para que entendieras cuánto te necesito. Por un instante, por un momento, para poder vivir y seguir.
Vuelvo a cerrar los ojos. Intento que todo mi cuerpo esté quieto. Intento que la sangre en mis venas corra despacio. Busco que todas las voces que escuchado esta noche, todas las imágenes, la gente, el humo, el alcohol; se disipen y me permitan sólo encontrarte. Te pienso con tanta intensidad que por un instante tengo la sensación de que tus manos rozan mi cara, y parece que hasta te siento montada sobre mi cuerpo. Mi alma se llena de esa sensación que no quiero perder, como si fuese un suspiro que tengo atrapado en el pecho y que no quiero liberar. Temo que al moverme, al abrir los ojos, dejes de estar. Luego siento tus labios y la fantasía aumenta. Te entrego los míos. Sé que estás aquí, o quizás he ido yo a ti, no lo sé.
Retuerzo los dedos sobre la cama. Encierro con ellos la manta, deseando tocarte, anhelando recorrerte. En ese momento tu voz me regala el ancla al cielo que necesito, esa ancla a esta realidad fantástica en la que habitamos juntos.
—Sabes a alcohol y a tabaco —me dices.
Sonrió mientras te beso.
—Esta noche he pecado —respondo.
Sonríes y me llenas de ese calor innato que nos rodea cuando estás conmigo. Dejó de sostenerme a la cama porque ahora lo hago a tu cintura. Te beso nuevamente, con la dulzura alegre que me ha llenado al tenerte.
—Se te adormecen los ojos cuando bebes —hablas en medio de los besos.
—Y cuando hago el amor —te confieso, con la complicidad inherente en las palabras.
Me encanta que me conozcas. Me encanta que sepas cada detalle de mí aunque en realidad no lo sepas todo. Conoces la esencia, conoces el fondo. Qué importa si no conoces cada paso que doy, si sabes la razón por la que avanzo.
Me giro en la cama y quedo sobre tu cuerpo. Tus piernas, tu pecho, tus brazos, tu sexo; todo se acopla como si fuese una extensión de mí mismo.
Me arrastro suavemente, presionando mi cuerpo. Tú te extiendes, sintiendo el placer de la caricia de mi sexo contra tu sexo a través de la tela. El deseo crece y comienzo a delinear el contorno de tus formas con los dedos y con los labios que te moldean hasta llegar a tu hombro. Mis manos desprenden la ropa y mi cabello acaricia tu pecho. Te oigo suspirar y te siento temblar. Mi boca encierra tu pezón, mi lengua lo oprime y mis dientes lo muerden. Los sonidos rotos de tu voz me guían. Tu dolor me dice que lo hago bien.
Siento tus manos aferradas a mis hombros y como luego tiran de mi ropa. Tu cuerpo se oprime contra el mío, me busca. El ansia crece. La piel arde. El deseo aumenta.
Ambos buscamos con gestos de manos, de besos, de suspiros; de quejas.
Mi lengua abre tu sexo y degusto el interior de tu cuerpo. Tus dedos allanan mi cabello, conteniendo las ganas de hundirme el rostro entre tus piernas. Aguantas el deseo de que mi lengua te hurgue con toda la profundidad que me sea posible. Huelo el aroma de tu ansia. Mi sexo duele y anhela poseerte. Lo calmo, apretándolo contra la cama. Emulo el movimiento de estar en tu interior mientras tu voz se alza en gritos de placer, de descontrol, de dolor.
—Ven... ven —me suplicas. Sé que tu boca quiere mi boca, y tu sexo mi sexo.
Dejo que mi lengua se agite implacable, salvaje y perversamente sobre tu punto de placer. Subo hasta tus labios. Sé que llevo tu sabor en mi boca, pero no nos importa. Lo compartimos del modo en que los amantes comparten un bocado, un riesgo; un pecado.
Nos observamos. Acaricio mi sexo sobre la humedad de tu interior mezclada con mi saliva, aquel gesto produce una corriente de morboso placer en todo mi cuerpo. Me empujo suavemente y voy sintiendo como te abres con manso remilgo. Me dejas entrar y tu cuerpo se tensa, recibiéndome en su interior. Tus ojos no dejan de mirarme, concentrados y perdidos a la vez. Mi corazón se para durante los segundo en los que recorro la intensa profundidad de tu ser. Finalmente me empujo con fuerza cuando ya no puedo entrar más. Los huesos de mi cadera duelen, pero quiero hundirme tanto que el dolor no importa. Cierras los ojos y te quejas, te quejas y te quejas; pero también presionas. Estamos unidos duramente, fuertemente, hasta que el dolor nos hace ceder.
Respiro contra tu pecho, retrocedo y vuelvo a entrar. Retrocedo y me empujo otra vez dentro de ti. Retrocedo, y siento tu humedad atrapándome. Siento como te aferras a mí.
Concibo, en medio de las caricias y los esfuerzos, el inigualable placer de permanecer dentro de ti por unos segundos cortos y eternos a la vez. Segundos en los que toda la vida cobra sentido. Un instante, y toda la espera parece sin importancia, todos los intentos valen la pena. Estamos en un soplo creado únicamente para encontrar la razón de estar vivos. El placer físico es tan implacable y mordaz que se expande consiguiendo la conexión con otro ser humano. Se abre un abismo ante nosotros, para enseñarnos lo inmensos que somos cuando conseguimos amar. Me disuelvo en tu interior y veo como todo mi universo se rompe mientras mi sexo se despliega. Mi alma gira en torno a ti como una constelación. Te conviertes en la estrella que me hace girar.
Tus piernas se han aflojado. Todo mi cuerpo se ha desmenuzado entre tus manos. Se ha ablandado. Mi cadera aún sigue formando círculos, removiendo caprichosamente mi sexo en tu interior.
Peinas mi cabello con tus dedos, lo acomodas tras mi hombro todo hacia un lado, y miras tu obra como si estuvieses observando la mayor creación de tu vida. No puedo evitar pensar que quizás lo sea. Quizás mi existencia sea la razón de tu anhelo, porque mientras yo te observo, creo que mis deseos han pincelado tu forma.
.
*Suspiro muy largo*
Un capítulo más de Erótica, nacido de la imagen que salió ayer de Bill. Esos ojos adormilados y maravillosos que me han puesto en un escenario diferente al que veíamos... o quizás no tan diferente a como debe verse...
Ya!!!... no me hagan pensar, que me estreso. :)
Un beso, y muchas gracias por leer. Recuerden que sus comentarios son mi sueldo.
Siempre en amor.
Anyara
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Erótica
Tâm linhSerie de relatos eróticos que siguen una sutil línea argumentativa. Encuentros basados en el amor, la necesidad de pertenecer a alguien y de aferrar al ser amado.