Silencio

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Silencio

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Ten piedad de todas las palabras que no consigo susurrar; acarícialas con tus ojos en mis ojos. Lee los rincones de mi cuerpo con las yemas de los dedos, como si fueras ciega; como si mi piel fuese una página escrita en braille. Deja que cada siseo sea un te amo, que cada quejido roto un para siempre.

Las palabras habitan en mi mente como desconocidos que leen mis pensamientos. Vagan de un lado a otro de mi sentir y convierten a mi alma en una prisionera atada. Luego, fuera de mi interior, mi cuerpo se adapta, se muestra violento e inconforme; necesita del calor que tu calor no me da... y amo a quien me ama. Siento cómo me lo reclamas, cómo me acusa tu cuerpo con el vaivén desmesurado y duro de tu cadera sobre la mía. Estás unida a mí, pero hoy sólo es tu exterior el que me posee. Veo en tus pupilas un abismo negro que me quiere tragar; estás dolida, y no te culpo. Te duelen los abrazos, los besos, las caricias que he recibido en tu ausencia; pero no ves que es a ti a quién amo en cada piel... son tus besos los que busco en una boca ajena.

Te inclinas sobre mí, mientras tu sexo aprisiona mi sexo, tus manos enmarcan mi cuello como si quisieran estrangularme. Tu rostro ha cambiado y tus ojos me consumen con el fuego de los celos.

¡Te amo! —gritan las palabras de mi mente, atrapadas por mis sentimientos. ¿Y de qué me sirve amarte si no veré el amanecer a tu lado?

Me anclo al cabecero. Me aferró a él con las manos para otorgarte la firmeza que necesita tu rabia para estallar. Toda tú estás hecha de fuego esta noche, cuando la luna mengua en el cielo y sólo podemos distinguir las estrellas. Te excitas cada vez más y presionas otro poco mi garganta. Se me agita la respiración, acompasándose a la tuya. El marco de tu cabello suelto, le da a tu rostro una expresión salvaje y temible; pero no te temo, no podría temerte. El miedo que me recorre las venas, que murmura una canción mortecina, provienen de no tenerte; de no verte salvaje, aquí, sobre mi cuerpo. Me sostengo con más fuerza y exhalo un gemido que contiene todas mis sensaciones. Tu sexo me engulle, me oprime, siento como me quema la fricción; como aumenta la pasión de ambos con cada movimiento preciso y conocido. Y en medio de ese vaivén perverso, mi placer crece y el tuyo se ciñe.

—Bésame —te exijo, porque me muero de ansia y de amor. Respondes a la exigencia con la dura caricia de tus dientes—. Ah —me duele, pero necesito del dolor para sentirte, porque mi alma se ha dormido en la espera.

—¿Por qué? —me preguntas, cuando finalmente liberas mi boca.

Porque te amo, porque no estás, porque te espero cada noche para recibir sentimientos deshilachados que no puedo remendar y convertir en una cuerda a la que asirme. Porque te extraño, porque te quiero, porque me ahogo en medio de la nada en la que me abandonas.

—¿Y por qué no? —respondo con un jadeo que entrecorta las palabras.

Te detienes, ya no te mueves, me mantienes dentro de ti, pero casi sin respirar. Me miras como si el mundo se hubiese congelado. Nos observamos por un instante y el silencio lo envuelve todo. No somos capaces de hablar, ni de sincerarnos, ni de abrir la puerta del claustro en el que ambos hemos recluido el amor...

Te pones de pie y me arrebatas el calor de tu interior. Tomas tu ropa y comienzas a vestirte. En ese momento comprendo que puedes desaparecer ¿Lo harás? ¿Puedes hacerlo? Te miro sin parpadear. La adrenalina de mi cuerpo se dispara y el corazón salta dentro de mi pecho como un pájaro enjaulado. ¿Te irás?

—No —exclamo, sin proponérmelo— ¿Por qué huyes? —insisto, de pie frente a ti.

—No me necesitas —dices mientras el tirante del vestido sobre el hombro. Suenas decidida, como si todo estuviese tan claro como un día de verano. Yo te sostengo la mano, intentando impedir tu partida—. No me necesitas —repites.

—Eso no puedes saberlo —no, no puedes. Ni te imaginas las noches en las que te he buscado entre los pliegues de las sábanas. En medio del insomnio y de las horas silenciosas de la madrugada. No, no te imaginas el modo en que he procurado placer vano a mi cuerpo sólo por encontrar en mi mente el recuerdo del éxtasis que vivo junto a ti.

—¿Y entonces...? —tu pregunta inconclusa rompe en mi pecho del mismo modo, y con la misma fuerza, que lo hace la ola contra la roca.

—No me disculparé —te advierto—. Tú no estás. Vienes —me amas— y luego me dejas vacío.

Tu mirada se vuelve fuego, roca, hierro puro. Chocas tus palmas contra mi pecho, a ambos lados del tatuaje que representa nuestros caminos siempre paralelos, nunca unidos.

—¡Quiero que me busques, que sufras, que llores, que me esperes...! Que no te conformes —cierras los ojos y tus manos se cierran sobre mi pecho.

—Este es mi modo de esperarte —te confieso, finalmente.

—¿Y si un día paso por tu lado y no me ves? ¿Y si tu mirada está dedicada a lo pasajero, a lo que te ayuda a esperar? —me cuestionas, no sin razón, pero...

—¡Qué quieres de mí! —reclamó, alzando las manos para no tocarte, para negarle a mi mente tu existencia y de ese modo intentar arrancarme este amor, a veces, maldito.

Ahí está el silencio otra vez, presente entre ambos, en medio de una noche en que mengua la luna y las estrellas no son tan claras como para iluminar mi cielo.

...

...

...

—Tu entrega incondicional...

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N/A

Aquí llego con un "capítulo" de Erótica. Esta serie crea un mundo paralelo en torno a lo que Bill nos muestra de su vida real y en ella hay muchas ideas y sentimientos que no podrían explicarse de otro modo, por la intensidad que poseen. Espero que les haya gustado.

Un beso.

Siempre en amor.

Anyara

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