Ansiedad

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Ansiedad

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Escucho el crujido suave que producen las sábanas con tus movimientos. Echo un brazo atrás y me sostengo de la almohada; la aprieto, me quejo; suspiro y me quejo. Todo da vueltas, tus caricias lo consiguen. Te siento, estás aquí, eres el bulto bajo la sábana. Te veo y la presión de mi sangre sube de golpe, mareándome; creando torbellinos de sensaciones que no consigo comprender. Así es el deseo, así te golpea y ese es el recuerdo que atesoramos y buscamos una y otra vez para sentirnos vivos. Siento tu boca lamiendo y luego encerrando mi pene, siento tu lengua deslizarse, recorrerme. Jadeo, apretando aún más la almohada, hasta que siento que me duelen los dedos. Mis quejidos se elevan y por un momento me pregunto si chocarán contra el techo como lo hacen mis lamentos cuando no te tengo. Noto la sangre acumulada y presionando la carne, llevándome a la desesperación. Quiero estar dentro de ti.

¡Cómo quiero estar dentro de ti! —y esa es mi declaración.

Busco tu cabeza bajo la sábana, te toco, te acaricio el pelo. Oprimo un mechón, conteniendo la intensidad porque no quiero hacerte daño. Necesito que tu boca me rodee, quiero que te tragues mi pene entero, que me exprimas, que saques de mí hasta la última gota de pasión; que me vacíes. Quiero que seas capaz de fulminarme, de romperme; porque cuando me rompas seré tuyo otra vez y en ese momento sentiré que nada importa, que sólo tú importas, que todo lo que soy es tuyo y que soy vulnerable y me expongo a ti; como aquella primera vez tan extraña e irreal, en la que parecías venir desde mis sueños más profundos. Cuántas veces he pensado si eres de verdad, cuántas veces he creído que sueño o que tengo una pesadilla o que simplemente me estoy volviendo loco y en la locura te amo; y en el amor no me importa la locura.

Oh, tu boca, tu lengua que rodea la punta de mi pene. Te descubro la cabeza, te miro y veo tus labios como se cierran en torno a él. Lo atraes, lo besas, lo saboreas. Oh, la carne está tan dura, tan tensa que parece que se va a desgarrar. Echo mi cadera hacia arriba buscando la profundidad de tu boca. Tu lengua me retiene, forma una barrera en el interior que no me permite pasar. La resistencia parece exquisita, la resistencia hace que lo desee más, que quiera romperla, que quiera entrar hasta tu garganta y escucharte regurgitar. Quiero hacer mía la sensación de que estás llena y de que no puedes más; eso es lo que quiero, y ante la idea suspiro lleno de ansiedad.

Siento tu mano tocando la mía, la sostengo, acaricio tus dedos con todo el amor que me permite mi estado de desesperación. Me miras, aún lamiendo el costado de mi pene, lamiendo como si fuese cotidiano y se tratara de la caricia que le devuelven tus dedos a los míos.

—Te deseo —te dijo—. Quiero hundirme en ti —acentúo en medio de una exhalación.

Por tus ojos veo que tú también lo quieres. Es increíble la conexión que transmite una mirada; el modo en que los ojos caen cuando el deseo prende, la manera en que los labios rojos exigen más besos, la forma en que las mejillas se encienden y demuestran lo que sientes. Tu boca vuelve a besar la punta y yo vuelvo a marearme. Tu mano se libera de la mía y sostiene la base de mi pene como si fuera un mástil; la sostiene firme y la acaricia con el pulgar. Cómo me gusta sentir eso, el modo en que tus dedos se deslizan de arriba abajo, buscando la presión necesaria, bombeando para que mi semilla explote. Oh, cómo duele y qué dolor tan exquisito. Amo esta tortura, el modo en que se desgrana la agonía.

Me toco el pezón y tiro del piercing lo suficiente para que duela y acompañe a este tormento. Una de tus manos sube hasta mi otro pezón, lo toca y tira de él. Oh, que exquisito; me encanta que juegues con él, sentir tus dedos presionando, me gusta sentirme tuyo y que me poseas. Eres real: fuerza, hierro, tormenta. Me domina que seas como lo más bestial de la naturaleza, porque nacemos salvajes y me pregunto en qué momento la vida nos domestica. Me gusta tu boca, tus labios, tu lengua que me lame y los suspiros que se te escapan. Estás ansiosa, como yo, quieres ser mía y lo percibo; lo leo en el aire que nos circunda y en el modo en que respiras; en cada movimiento o intento de éste que ejecutas, porque te conozco, porque te amo.

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