Adyacente

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Adyacente

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Es tan difícil mirarte a los ojos y no ver en ellos todo lo que soy y lo que no soy. Se muere mi alma cada vez que tu corazón palpita lejos de mi corazón. Deseo sentir tu piel, su calor, su efímera textura cuando se arrastra sobre la mía en esa fricción acalorada, húmeda y casi inconsciente del amor. A veces cierro los ojos y recreo en la punta de los dedos el tacto de tu cuerpo. Y están aquellas noches difusas y funestas en las que creo que siento como mis dedos se hunden en tu carne, explorando algo que mi mente no es capaz de comprender, dentro de este cuerpo tan humano.

Pauso mis pensamientos y miro a través de la ventana hacia ese paisaje frío y estéril como mi interior. Ya son demasiados días sin verte, sin tenerte entre mis brazos y gritarte con mis besos más desaforados lo mucho que te necesito.

Fumo del cigarrillo que tengo entre los dedos, deseando que el humo que me rasga la garganta y el pecho me ayude a calmar la ansiedad que siento. La gente a mi alrededor dice que estoy triste, que mi mirada se ha hecho profunda e insondable y que la sonrisa que esgrimo como una coraza ya no me protege. Sé que no están equivocados, que volver a estas tierras que son mi cuna, es más difícil de lo que puedo explicar. El aire está cargado de recuerdos, ahí donde miro hay una parte de mí que obsequié a alguien que la masticó y escupió. Y ahora mismo, ni siquiera te tengo a ti para contenerme.

Fumo un poco más, sólo una última calada para meterme a la cama y dejar de temblar por los escasos grados sobre cero que hay en la habitación en la que permanezco. Si la recorro con la mirada, sólo la puedo describir como una habitación vacía.

Apago el cigarrillo y me doy la vuelta con la idea de dejarme caer en la cama. Noto un escalofrío que me recorre el brazo derecho y llevo la mano contraria hasta él, casi como un acto reflejo que aplacará la sensación. No es la primera vez que percibo algo parecido en los últimos días, pero no es hasta ahora, influido quizás por la madrugada y mis anhelos, que me detengo a pensar en la posibilidad de estar rozando tu universo. Cierro los ojos y me mantengo esperanzado durante un instante, abrigado por la idea de despertar de un sueño y encontrarte al fin siendo parte de mi vida. Respiro hondamente por la nariz luego de un segundo o dos, lo necesario para que mi mente cree la imposibilidad y siento como los lagrimales me queman ante la profunda emoción que quieren liberar. Abro los ojos, no, no te encuentro en este universo mundano y cargado de incredulidad en el que existo.

Miro la cama y comprendo que no podré dormir, la noche parece demasiado larga y fría como para soportarla embutido entre las mantas.

Salgo de la habitación con un abrigo entre las manos. Me lo pongo y me lo cruzo de camino a la puerta de este estudio que se encuentra en un edificio encarcelado por almacenes industriales. Tomo el ascensor, es viejo y suena más de lo que desearía. Salgo del lugar, protegido por la noche y su penumbra, para hallar a pocos metros la primera callejuela solitaria y húmeda por las nieves de los últimos días. La recorro, sintiendo cierta libertad al fin. Doy vuelta en la primera esquina que encuentro, da igual la dirección, derecha o izquierda. Mi pensamiento es errático y está cansado de mantener a mi mente cuerda, diciéndole a cada segundo que todo estará bien. No puedo avanzar, tú estás cruzada de lado a lado en cada camino que quiero seguir; no, no puedo.

¡Aléjate de mi mente, por favor! —ruego en silencio, desesperado. Suplicando por que sea más fácil la resignación que la ausencia.

Me ciño un poco más el cuello del abrigo y respiro a bocanadas cortas para no enfriarme los pulmones. Otra vez siento ese roce, me detengo y miro hacia atrás, pero no hay señal de ti, ni de nadie.

¡¿Qué pasa?! ¡¿Por qué no vienes?! Aún no me he enamorado de nadie, nadie además de ti.

Meto una mano al bolsillo del abrigo, buscando los cigarrillos que siempre mantengo ahí. Otra vez experimento el toque invisible de otra realidad. Esta vez me quita el aire, lo recupero con una bocanada grande que me llena los pulmones de golpe. Te he sentido como si pasaras a través de mí, dejándome un pequeño temblor. Miro alrededor, adelante, atrás, con la esperanza de encontrarte; el corazón se me agita ante la posibilidad. Sin embargo, me convenzo de que no estás y me atrevo a dar un paso más. Pienso en que quizás debería regresar y de una vez resignarme, pero entonces te vuelvo a sentir; todo mi ser sabe que eres tú. Siento tu paso a través de mi cuerpo una segunda vez y una tercera que llega casi de inmediato. Tiemblo, no, no es eso exactamente; vibro bajo la piel como si cada parte de mí se hubiese impregnado de ti. Siento los huesos débiles, incapaces de sostenerme por mucho tiempo. Noto la lucha por permanecer unidos y se me llenan los ojos de lágrimas ante la maravillosa sensación de que Somos dos y uno a la vez, dos y un todo. Por un instante, por una fracción de segundo, comprendo la vida.

EróticaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora