Disfraces

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Disfraces

Serie Erótica

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El ruido, la gente, la música. Grupos de diferentes tipos; jóvenes, adultos, parejas mayores. Más música, risas, diversión. Todo a mí alrededor está pensado para hacer de esta noche una noche diferente.

Entonces te veo, al menos creo que lo hago. A metros de mí, cubierta con una capa roja hasta la cabeza ¿Caperucita? De haberlo sabido me habría puesto piel la piel de lobo en lugar de plumas.

Intento avanzar hacia ti; me miras fugazmente mientras te alejas. En medio de las personas distingo el rojo sangre de tu capa y me detengo cuando te acercas a un árbol y alcanzas algo más de altura. Te sostienes del tronco y me observas; tu mirada llega a mí y me cruza por completo. Cada terminación nerviosa recibe una descarga: Te ansío.

¿Qué eres, ninfa de mis noches?

El ruido de la calle y las personas a mi alrededor se detienen; se nublan ante mi mente y sólo te veo a ti, envuelta en rojo.

—Bill —atiendo a la voz a mi lado. Miro a mi hermano que me busca y de inmediato vuelvo a mirar en tu dirección, pero ya no estás.

¿Estuviste en realidad?

El ruido regresa, las personas se mueven nuevamente y yo me pregunto, una vez más, si existes.

De regreso en casa, embriagado por la noche y su particular aire de clandestinidad, entro en mi habitación sin encender la luz de inmediato. Observo mi cama vacía ¿Porqué no has venido? Dijiste que dejarías de hacerlo cuando me enamorara, pero no lo he hecho. Sin embargo has dejado de venir y te extraño.

Dejo el tocado de mi disfraz sobre una silla. Comienzo a desatar las alas negras que he llevado durante la noche. Me quedo sin aliento, cuando noto el roce de tus dedos sobre mis dedos. Estás a mi espalda, siento tu calor. Cierro los ojos, quiero tocarte pero no lo hago, simplemente te permito desatar mis alas que caen al suelo con un golpe seco. Tantas veces, tantas noches te he tenido entre las paredes que habito y sin embargo no sé nada de ti

¿Quiero saberlo?

No lo sé, quizás únicamente quiero saber si eres real.

Mis manos viajan hacia atrás, encontrando tus caderas bajo la tela y te pego a mi espalda. Tus manos buscan en mi pecho el cierre de mi chaqueta; no hablamos, ni tú ni yo decimos nada. Yo no puedo, no sé tú razón.

El chaleco hecho de plumas cae también; me vas desnudando. El pecho se me agita por la emoción, no por el deseo.

—Te he extrañado —dices finalmente. El aliento cálido de tus palabras choca contra mi piel, contra mi columna a través de la ropa. Aprieto más mis dedos contra tu cadera y me giro hacia ti.

—¿Por qué no has venido entonces? —te reclamo en un susurro que parece una caricia.

Alzas una mano y la llevas al nacimiento de mi cabello. Me tocas suavemente, tus dedos bajan por mi rostro sin tocarlo. Aún está maquillado.

—Estoy aquí —respondes, como si quisieras cubrir con ello todas las ausencias.

Muevo la capucha que aún cubre tu cabeza, la deslizo y ella cae por su propio peso tras tu espalda. Solías parecerme tan etérea, envuelta en aquella mascara de ensoñación que te envolvía. Ahora te siento más corpórea, más firme entre mis manos; como si pudiera retenerte conmigo una vida entera. Desató la cinta que ajusta la capa a tu cuello y esta cae de tus hombros a causa de la gravedad. Estás aquí, desnuda ante mí como siempre lo has estado; completamente mía aunque sólo sea por el instante en que tocas mi mundo.

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