Plenitud

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Plenitud

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Me invade una extraña sensación cuando tu voz timbra en una risa nerviosa, mezcla de travesura y pura excitación. Me gusta provocar los temblores que luchas por contener, del mismo modo en que contienes la risa en la garganta, transformándola sin quererlo en un gemido descontrolado. Me siento tu dueña, la gestora de todo lo que te invade, la creadora que bosqueja cada expresión en tu rostro, la que consigue hilar las sensaciones bajo tu piel para que el vello sobre ella se erice y busque conexión más allá de lo que comprendes.

Podría sumergirme en todas las realidades relevantes de este momento, como por ejemplo en la maravillosa idea de cruzar universos enteros para encontrar aquello que amamos. Sin embargo, sólo puedo centrarme en la presión de tu sangre bajo la piel que mi lengua acaricia. Sí, soy humana, disfruto del placer de tu piel, casi tanto como el color ámbar que estalla en tus ojos cuando tu mente descubre la creación a través de un orgasmo. Qué poco sabemos de la conexión irrompible que tenemos con todo lo que nos rodea, qué poco entendemos del modo en que cada respiración que damos nos conecta con el resplandor de una estrella a miles de años luz.

Deslizo la lengua, lamiendo el helado tatuado que se derrite en tu pierna. Te miro mientras lo hago y tus ojos se entrecierran y se abren, intentando enfocar el recorrido de mi boca. Vuelvo a lamer, esta vez desde el otro lado del dibujo, humedeciendo la piel que aún no he tocado, te escucho soltar un sonido parecido a un ronroneo y se me eriza la piel de la nuca. Insisto con mi tarea con el helado y como es normal, le doy un pequeño mordisco al barquillo y entonces siseas; puedo adivinar lo que tu mente está relacionando. Cierro los ojos y me deleito con la textura del vello. Las sensaciones de mi cuerpo se van acentuando y punzando en mi sexo. Me obligo a tener paciencia, a esperar hasta desesperarte.

Nos rodea el sonido de esta noche de verano, de tanto en tanto oímos voces y risas ajenas a lo que hacemos a pocos metros sobre ellas, en la terraza de tu habitación. Hoy llegué hasta ti casi sin proponérmelo, fue simplemente cerrar los ojos durante el instante de un pensamiento y al abrirlos estabas aquí, recostado en una silla de esta terraza. Te observé, de pie tras de ti, durante el tiempo en que mi presencia te fue ajena y me deleité con la imagen de tus piernas largas y con la tensión perfecta. La ansiedad se instaló de inmediato en mi vientre, fue como un golpe que me llevó a sostenerme de tu hombro, sin importarme si te asustaba o no; me mareó el deseo y antes de decir nada, ya estaba recorriendo la extensión de tu piel con la punta de los dedos.

—Ven aquí. Por favor, ven aquí —dices, mientras buscas tirar de mí desde el hombro. Te ignoro, aunque te escucho y me regodeo en el tono de angustia que filtra tu voz. Doy pequeños toques con la lengua a la cara interna de tu muslo, esa parte de tu cuerpo que me resulta tan sensual que mi propio placer se acumula a punto de estallar cuando pienso en ella. Atrapo la piel suave entre los dientes y contengo las ganas de apretar hasta llevarme un bocado—. Ven —insistes, perdiendo la voz en un jadeo.

¿Qué posibilidad hay de resistirse a tu voz rota de pasión? Pocas, casi ninguna, quizás sólo una pausa como la que he hecho para mirarte con la mejilla apoyada contra tu muslo. Te miro y es mi propia pasión la que veo en tus ojos.

Extiendes la mano y entra bajo el vestido y el sujetador. La sangre en mi cuerpo acelera su recorrido cuando dos de tus dedos crean una tijera que se cierra en torno al pezón. Siento como se llenan de sangre los labios de mi sexo y palpita el interior de él por el vacío en el que me mantienes. Sin embargo no me muevo, sólo respiro hondamente e intento no gemir demasiado alto. Tu pene se manifiesta, atrapado por el pantalón corto que vistes y deslizo la mano por una de las piernas hasta que doy con él. Nos mantenemos así, yo acariciando tu sexo y tú mi pecho, ambos perdidos en el preámbulo del final. Tus ojos buscan los míos y comprendo que ver la expresión de tu rostro excitado es de lo más hermoso que jamás veré; no estás aún ardiendo de pasión, te estás quemando a fuego lento y eso hace que tus parpados estén algo cerrados y tus pupilas dilatadas hasta consumir el iris. Tu boca se mantiene entreabierta y relajada, lista para irrumpir en ella con mi lengua.

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