Invadido

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Invadido

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Me gustaría saber cómo sobrevivir a esta angustiante necesidad de ti. No lo entiendo, no sé que clic sucede en mi interior para que llegue este momento, esta hora, este segundo del día o de la noche en el que el vacío se abre en mi pecho. El vacío es tan profundo, tan enorme e insondable que termino convirtiéndolo en toda mi existencia. Es un espacio sin ti, el infinito en el que no estás tú. En este instante la añoranza me invade, me baña por completo y me deja inmóvil e incapaz. Esta añoranza me habla de lo que he tenido, de las veces que has estado a mi lado y de todos los momentos en que no hemos podido ser eternos. No, no es fácil de comprender, yo lo sé. Creemos que nacemos destinados a alguien y tenemos o no la suerte de encontrarlo. Sin embargo, no es sólo eso, es que a pesar de hallarlo, muchas veces volvemos a perderlo. Tantas vidas, tantas pieles, tantos dolores en los que te he buscado hasta poder mirar tus ojos y saber si estás aquí, para luego ver cómo te escurres de entre mis dedos, como si la vida a tu lado pasase en milésimas de segundos. Me siento agredido y enfadado ¿Me buscas tú con el mismo ahínco? ¿Recorres los pasadizos de tu memoria recopilando cada pequeño gesto para crear una ilusión con ellas?

No, seguramente no.

Lo siento, no quiero ofenderte, no soportaría el que no vinieses más ante la violencia de mis reclamos, pero es que el dolor mientras no te tengo es tan hondo, me traspasa y se apodera de toda mi felicidad; me arrastra consigo a un infinito desde el que no te alcanzo. Quizás por eso te espero con los ojos cerrados, por largos minutos, a veces horas. Permanezco inmóvil en esta cama, de espaldas al sitio que tengo para ti e ilusionado con sentir tu roce, tu tacto, tu beso. En ocasiones me quedo aquí acostado, simplemente recreando el calor de tu cuerpo a centímetros del mío ¿Puedes comprender lo invadido que estoy por ti? ¿Entiendes lo miserable que me siento? ¿La angustia y el ruego?

Me arropo un poco más, la noche hoy está algo más fría. Suspiro, ya cansado, medio vencido por la desesperación. Estoy agotado, el trayecto ha sido largo; demasiados aeropuertos y demasiados aviones, demasiadas horas sin dormir. Ahora quiero hacerlo, entregarme a los sueños y olvidarlo todo... olvidarte.

Comienzo a perderme en el pequeño lapso que existe entre la lucidez y el mundo onírico. Mi corazón hace un movimiento repentino que me lleva a estallar de emoción; estás aquí, lo sé, siento tu beso en mi espalda a la altura del hombro y el alivio absoluto que me invade con ese sólo roce. Me quedo apreciando la presión perfecta de tu boca en mi piel, calculando los segundos exactos que dura el contacto. Me deleitas con otro beso, un poco más hacia el centro, a la misma altura y con la misma devoción. Entonces tu mano se une a la caricia y toca mi cintura, deslizándose hacia mi vientre en donde la sostengo. Ojalá pudiese explicarte el modo en que te metes bajo mi piel con cada contacto. Noto tu mejilla contra mi espalda y todo tu cuerpo amoldado al mío. Por un momento deseo permanecer contigo así, únicamente así, como si mañana te fuese a encontrar.

Acaricio tus dedos con la yema de los míos y delineo las puntas de tus uñas como haría con todas tus ideas si compartieras mi vida. Cada mañana te miraría a los ojos y buscaría en ellos una nueva ilusión que concretar. Nuestra vida estaría plagada de proyectos y esperanzas; de hermosos momentos románticos y de unión ante la dificultad. Tú y yo estaríamos hechos de roca, nada nos derribaría.

Ante ese vendaval de ideas comprendo, casi de inmediato, la utopía de mi pensamiento. Me golpeo con la realidad que se me clava y me desgarra como si fuese un trapo viejo. No, este no es el momento apropiado para entregarme al placer. Mi mente está llena de incógnitas, de angustia y de desaliento. Quiero quedarme por horas contigo así, pegada a mi cuerpo y con tu mano bajo la mía; ni siquiera soy capaz de girarme para buscar tu mirada. Me regalas un nuevo beso, esta vez en la nuca. Siento tu cuerpo arrastrarse contra el mío como si te pusieras de puntillas y tu mano amenaza con escapar de la mía.

—No —te pido, suplicando para no me arrebates ese preciado regalo.

—Sigo aquí —susurras contra mi oído, en tanto persigo tu mano hasta mi costilla.

—Pero te irás —la toco con miedo a que se desvanezca al hacerlo.

—Sigo aquí —murmuras, antes de usar tus labios para acariciar mi oído, bajando hasta mi cuello. La piel se me eriza casi sin razonarlo.

De pronto soy consciente de ti de un modo diferente. Reconozco el punto en el que tu pecho se presiona contra mi espalda y el calor que emana de tu sexo. Tus besos se han vuelto más caprichosos y húmedos y miro al vacio, cuando siento un mordisco de camino a mi hombro.

Me incorporo en la cama y me escapo de ti, huyo.

—A veces quisiera no amarte más, para dejar de desearte —me exalto y confieso. Me miras desde tu sitio, sentada casi en la mitad de mi cama— ¿Por qué no hablas? ¿Por qué no dices nada? —vuelvo a reclamar.

—Porque yo quisiera lo mismo —aceptas, sonando resignada.

No puedo decir más, sólo sentir el modo en que tus palabras me atizan y me roban la razón.

Me abalanzo hacia ti y atrapo tu cuerpo con el mío. Nos volcamos en besos rotos por los jadeos y en caricias desmesuradas que quieren abarcar toda la piel con un roce. No, no estamos siendo delicados, ni asertivos, ni amados el uno por el otro; estamos llenando este segundo de nada.

—¡No! —exclamo, liberándote. La herida que siento en el pecho es tan enorme como la brecha que nos separa.

Te arrodillas frente a mí, ambos lo estamos. Tú mano se alza y se extiende hasta tocar el mechón de pelo que ahora cae sobre mi frente y cerca del ojo.

—¿Quieres que deje de venir? —preguntas, sin mirarme a los ojos. Todo se queda en silencio. No puedo responder, no sé qué es mejor; simplemente me dueles y sólo soy capaz de pensar en apaciguar el dolor.

Una lagrima pesada, de esas que han sido contenidas, rompe en tus pestañas y baja por tu mejilla. Acerco la boca hasta tu mandíbula y la atrapo antes de que caiga; entonces compruebo que la tristeza es salada. Te atraigo hacía mí, esta vez con menos prisa y más delicadeza. Llevo una mano hasta tu sexo y mientras lo exploro, hundo la lengua en tu oído para luego llenar de besos tu cuello. Lloras, aún lloras, y gimes; tus pezones se han erguido por la excitación.

Te amo, es lo único que puedo gestar en mi mente, mientras mis dedos allanan dentro de tu sexo y tú te trenzas junto al placer y el dolor. Como yo; igual que yo.

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N/A

Erótica es un estado de ánimo, es el color de un día, la languidez de una noche. Espero que este recorte de una realidad paralela les haya gustado.

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