Tócame

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Tócame

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La noche tiene un extraño encanto, una especie de embrujo que me ha atraído desde que era niño. No sé si es por el sonido amortiguado de la vida, o el aroma de las emociones ocultas que se pueden experimentar entre las sombras. Quizás se deba a que en la oscuridad encuentro a mi yo más real, al que soy. Él brota en la penumbra y se fuma un cigarrillo conmigo en la terraza de mi habitación mientras la espero. Le permito existir sin sujeciones; lo libero. Luego, cuando comienza a amanecer, o el sueño me vence, le pido que regrese a su sitio oculto del mundo; porque le temo... me temo.

Cierro los ojos mientras me fumo la última calada del cigarrillo y miro por última vez a la distancia. Algunas veces, en plena noche, me la imagino caminando descalza por la hierba del jardín, como aquella otra noche lo hizo sobre la nieve. Era otra casa, otro jardín... y quizás un sueño... pero el recuerdo era nítido y dolorosamente amado. A veces, cuando finalmente me dejo caer en la cama exhausto de esperarla, siento como me queman las lágrimas en la garganta, en los ojos.

Busco mi teléfono sobre la mesilla, ayudado por la luz que entra por la ventana. Miro la hora y decido que debo rendirme por hoy. Me recuesto junto al cuerpo tibio de mi pequeña mascota que es mi única compañía en esta nueva y solitaria casa. Alargo una mano y lo acaricio sin que eso le moleste. Por un instante sólo se escucha su respiración interrumpida por el motor de un coche a lo lejos. Quiero mirar la hora nuevamente, pero me contengo, no servía de nada alargar los minutos con la esperanza de que Ella llegue. Cada noche lo hago, aguardo en silencio mientras miro las figuras desvanecidas que la penumbra dibuja en el techo.

—Cuéntame algo de cuando eras niño —la escucho decir junto a mí. Domino la sorpresa y busco su mirada.

—Me gustaba disfrazarme —permanece de medio lado, cubierta con aquella camisola suave que suele vestir.

—Debías ser un niño muy inquieto —continua, sin cambiar de posición.

—Lo fui —acepto, sin comprender el extraño matiz que toma nuestra conversación.

Estira una mano y acaricia a Pumba que se mueve suavemente, se despereza y baja de la cama para perderse a través de la puerta.

La habitación se queda en silencio. Ella extiende su mano hasta la mía y toca con dos dedos, dos dedos míos. El roce es tan tenue como la luz que nos cubre.

—¿Sabes que dos almas que se aman no necesitan del cuerpo para amarse? —pregunta de pronto.

—¿Y por qué necesito, tanto, tocarte? —me siento mezquino.

No responde, al menos no de inmediato. Se sienta en la cama y sus dedos recorren la piel de mi brazo con calma. Se detiene sobre mi último tatuaje y lo transita despacio, como si deseara comprenderlo y aceptarlo. Y mientras lo hace, vuelve a hablar.

—Porque tú y yo, somos y no somos. Yo soy tu sueño y tú el mío, pero soñamos en realidades diferentes —sus ojos están plagados de ideas que apenas puedo comenzar a comprender—. Por eso me tocas y te toco. Por eso necesito sentirte para saber que existes en esta partícula de universo en la que nos encontramos.

Toma mi mano y se abre paso hasta sentarse sobre mi cadera.

¿Significaba eso que jamás la tendré?

Cierro los ojos, prisionero de una realidad en la que mi amor no encaja.

Ella arrastra mi mano hasta su sexo. La miro y niego con un gesto, pero no me suelta. No puedo dedicarle pensamientos al placer cuando siento que todo a mi alrededor se desmorona.

¿Es que a Ella no le duele?

—Tócame como si tus dedos acariciaran las teclas de un piano. Arrebátale a mi cuerpo notas dolorosas como las de un violín o un bandoneón —su mano guía la mía hasta la entrada de su cuerpo—. Haz que vibre y vibra junto a mí... quizás así rompamos el velo.

—¿Y si jamás se rompe? —no puedo ocultar la angustia de mis palabras.

Ella toma mi rostro con ambas manos.

—Me habrás tenido y te habré tenido.

La emoción de sus palabras crea un remolino en mi pecho.

Me incorporo y la beso, reencontrándome con el sabor acaramelado de su boca. Mis dedos vagan por sus pliegues, arrancándole la primera nota que interpretara su angustia y la mía. No se trata de deseo o pasión, todo esto trata de comprensión; de ser capaz de mirar a otro ser sin las barreras del cuerpo... de amar.

La acaricio a consciencia, con mimo y delicadeza. Mis dedos exploran su interior, desgranándola. Siento el calor líquido de su cuerpo impregnar mi mano, y cada suspiro suyo se convierte en un suspiro mío. Con cada movimiento placentero de su cuerpo, mi cuerpo se enciende un poco más. Mi boca se dedica a los bocados de su pecho, los acaricio con la lengua, los oprimo con los dientes. Sé que cada gemido eleva la tonalidad de nuestra melodía y quiero que nos rompamos como cristales con un Do Mayor.

—¿Quién eres tú?... ¿Quién eres tú? —pregunto, desesperado, con la mano llena de su humedad— Conviertes mi vida en lúgubres formas que no consiguen encontrar una razón. Transformas los contenidos de mi vida en vacíos profundos que no podré llenar jamás.

Ella no responde. Busca mi boca con la suya y me besa con la intensidad avasalladora de un temporal.

¿Quién eres tú? —continua mi mente— Mancillas los recuerdos de una vida prospera y los conviertes en bosquejos de un sueño.

Libera mi sexo de la ropa intima y lo empuña, recorriéndolo de arriba a abajo.

A pesar del deseo, todo era más que deseo.

La llevo contra la cama, desnuda como mis caricias la han dejado, y la oprimo contra mi cuerpo. Necesito convertirla en mi propia piel; no, más, en mi propia alma.

Alma de mi alma.

La monto como se montan los machos sobre las hembras. La mancillo y la abro como se abre la fruta caliente y madura que tomas del árbol. La amo... como se ama lo magnífico. La acaricio con los labios, perfilando su cuello. La escucho suplicar, y suplico con Ella, cada vez que me hundo en su cuerpo. La siento temblar, y me estremezco de la misma forma, cuando me vacio en su interior.

¿Quién eres tú? —pregunta mi mente cansada— Me enseñas que nada de lo que creo es realidad y que mi verdad está más allá de la visión convencional que tengo del mundo.

La acaricio con calma, y Ella lo hace también. No nos hemos roto como cristales, al menos no de forma visible. Tampoco creo que rasgáramos el velo del que Ella habla. Quizás aún nos quede tiempo; quizás aún haya otro encuentro.

¿Tú eres quién me hará crecer de forma infinita?

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N/A

Aquí uno más de Erótica. Ha salido un poco extraño, pero muy en el contexto de lo que es Erótica, así que creo que seguimos la línea de esta historia.

Espero que les haya gustado.

Besos.

Siempre en amor.

Anyara

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