Penumbra

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Penumbra

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Estoy en una sesión de fotos. Intento sumergirme lo más que me es posible en el trabajo para no pensarte, pero es tan difícil, porque soy un masoquista. A ratos me pregunto qué queda de nuestro amor ¿Ha sido amor? Me machaco la cabeza, buscando el recuerdo de tu mirada que me hablaba, que me gritaba que era un maldito... y sin embargo no dijiste ni una palabra. Te he esperado desde aquella noche. Muchas de ellas he pensado incluso en perderme por las calles de la cuidad y sucumbir a una pasión vana con tal de ver tu reproche, porque al menos así apareces y vuelves a mí. Y es entonces cuando me pregunto: qué queda de nuestro amor ¿Ha sido amor?

Las luces de los focos están atenuadas por lienzos de un gris casi blanco. La luz se transparenta creando un ambiente íntimo y casual. No puedo evitar pensar en ti y en cuánto quisiera que me vieras trabajando, que me vieras en una situación muy diferente a la última que compartimos. Quizás por eso te he recreado oculta en un rincón, observándome con calma, hasta que en tus ojos aparece nuevamente la desilusión por lo que te hice. El fotógrafo me pide que improvise, que me mueva, que muestre lo que yo quiera, como yo me sienta; y sólo puedo taparme el rostro. He cambiado de opinión, no quiero que me veas.

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Mi habitación tiene dos ventanales que están separados por un muro de un metro de ancho, quizás dos. Mi espalda descansa contra él, en medio de los claroscuros que se crean por la luz de la luna llena que esta noche decora el cielo, a veces creo que también decora a los corazones dolientes; les recuerda la belleza que jamás tendrán. Desde este espacio en el que me oculto y miro la cama, espero a que si no me ves en ella te animes a entrar, a aparecer o lo que quiera que tú hagas. Te extraño, es lo único que puedo dilucidar de todo esto que siento y que me corroe. A veces, cuando te extraño hasta el límite, las manos me comienzan a temblar y pienso que voy a estallar de tanto amor y tanto dolor que no puedo expresar. A veces quiero que sea así... a veces quiero dejar de sufrir. Otras veces, quizás más de las que me gustaría confesar, me sumerjo en ese dolor de no tenerte y comienzo a escribir canciones, muchas veces las líneas surgen como poesía, como ideas sueltas que van llenando párrafos en un papel en blanco. Luego, por el bien del arte, se simplifican hasta que son sólo conceptos de pocas líneas decoradas con música.

Miro la cama que he dejado pulcramente abierta, con las sábanas limpias, estiradas, blancas. Comienzo a imaginarte sobre ella, a recrear la forma de tu cuerpo que me da la espalda. Veo la prominencia de tu cadera que da paso al hundimiento en tu cintura. La hendidura de tu espalda, tu cabello desparramado al final de la almohada y cayendo ligeramente por un costado. Te veo acariciando el lugar vacío en el que debería estar yo y por un momento me pregunto si no estaré observando tu lado del universo. El corazón se me inflama de emoción ¿Me extrañas cómo yo? Parpadeo y tu figura se disuelve, el corazón me pesa y la angustia duele.

Todo esto me parece tan injusto; quisiera que te ahogaras conmigo en este mar de tristeza. Llego a un punto en el que tocarte, acariciarte y hacerte el amor es lo único que deseo. Se me viene a la cabeza el decir que me muero por ello, pero morir es tan poco para lo que padezco. Sin embargo, mientras más te ansió y mientras más miserable me siento, más comprendo que sólo necesito contemplarte. Porque el amor, cuando es amor, no es egoísta, no pide mucho... creo que casi nada.

Estoy agotado. Pienso en un cigarrillo, en una cerveza, pero no tengo ganas de moverme e ir por ello. Camino hasta la cama y me resigno a ocuparla solo y dejar que el frío de la madrugada me acaricie la espalda. Me quito el reloj, la pulsera que lo acompaña y lo dejo todo sobre la mesilla. Veo tu sombra y las emociones de hace un momento vuelven, inflando mi corazón hasta que me cuesta respirar. Me quedo de pie, muy recto, giro la cabeza y te miro los pies desnudos sobre la alfombra; no me atrevo a verte a los ojos. Te acercas y permanezco estático. Te quedas de pie frente a mí y entonces ya no puedo evitar mirarte, aunque nuestros ojos no se encuentran.

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